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Tribuna:EL CONFLICTO DEL SÁHARA
Tribuna
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Complicidades

El autor sostiene que las opiniones públicas española y marroquí deben hallar un terreno común lejos de los envenenadores mediáticos.

Bernabé López García

Diversas delegaciones de electos y parlamentarios de diferentes regiones españolas han tratado de visitar, infructuosamente, el Sáhara Occidental para conocer de primera mano la situación de tensión vivida en las últimas semanas. Han querido expresar así su solidaridad y complicidad con un pueblo al que asiste un derecho a la autodeterminación, que no consigue ejercer por el miedo de Marruecos -incapaz de hacerle una oferta generosa integradora de convivencia democrática-, a que decida vivir por su cuenta sin ataduras ni vínculos con su vecino.

El Marruecos oficial ha impedido a estas delegaciones desembarcar en El Aaiún, acusándolas de desafiar la ley y la soberanía, pretextando su complicidad con los que considera separatistas. El pueblo marroquí que, a través de los medios de comunicación oficiales (RTM) y paraoficiales (la mayoría de la prensa que no hace sino transcribir las consignas de la agencia oficial de noticias MAP), sólo escucha esta versión, reacciona de manera refleja y nacionalista encerrándose ante lo que se le presenta como una injerencia, con riesgo de aumentar el foso de incomprensión que le separa de nosotros.

El efecto buscado por la presión ejercida sobre el Gobierno marroquí acaba consiguiendo el efecto contrario, con un reforzamiento de las posiciones gubernamentales y un cierre de filas interior que hace más difícil salir del círculo vicioso en que la cuestión del Sáhara Occidental se encuentra.

Ante la cerrazón oficial marroquí, algunas fuerzas políticas españolas insisten machaconamente en repetir los empeños y las visitas, mientras otras, en la onda gubernamental, se retiran en espera de la misión parlamentaria pactada en la entrevista Moratinos-Benaissa. Y aún alguna otra, en línea con su voluntad de desautorización de todo lo que haga nuestro ministro de Exteriores, duda si boicotear dicha misión, no se sabe ya si para solidarizarse con el sufrido pueblo saharaui o expresar por el contrario -con su ausencia- un ambiguo aval a la represión ejercida en el Sáhara hace unas semanas.

Hay que dejar claro que la misión de observación parlamentaria española es una ocasión de oro para ver lo que ocurre sobre el terreno en la antigua colonia española. Nada más sensato que poder pulsar en directo y no a través de intermediarios -inevitablemente inclinados hacia uno u otro campo- la opinión de asociaciones y ONG de todo tipo, grupos de defensa de los derechos humanos, personas encarceladas, individuos represaliados a lo largo de los 30 años de conflicto, retornados de los campos de Tinduf, partidos, embriones de partidos políticos que no logran sortear la prohibición de constituir agrupaciones de carácter regional, autoridades, electos municipales, parlamentarios, población civil de todo género, haciéndose así una idea global del momento que se vive en el Sáhara, del estado de ánimo y las esperanzas de sus poblaciones.

Pero esta misión, que deberá rendir cuentas ante nuestro Parlamento y la opinión pública española, deberá servir también para hacer transparente lo que ocurre en el Sáhara ante la opinión marroquí, que ignora la naturaleza de lo que pasa al sur de su país por la manipulación informativa, tan sólo esquivada por algunos medios independientes que se han hecho eco objetivo de las protestas.

Es necesario crear nuevas complicidades entre España y Marruecos, entre españoles y marroquíes. Es necesario que España se convierta para la opinión marroquí en el país de la complicidad y deje de aparecer como lo muestran determinados medios de comunicación oficialistas marroquíes, como el país de la injerencia, como el instigador de un nuevo "frente hostil" a Marruecos.

Para que pueda ejercer su misión de manera objetiva, la delegación parlamentaria española deberá contar no sólo con libertad de movimientos, sino con la garantía de neutralidad de los medios de comunicación marroquíes. Y ejercer su trabajo con el tacto necesario, en una cuestión tan espinosa, para evitar reacciones contraproducentes. Hace unos días, Abdelali Benamour, de la asociación marroquí Alternatives, advertía en Madrid en un seminario sobre el Sáhara, no sin razón, que ciertos discursos en Europa acaban por reforzar la sacralización en Marruecos de la cuestión territorial.

En su reciente libro Marruecos y Hassan II, Abdallah Laroui, a propósito de las reacciones en Marruecos tras lo que se consideró "campañas orquestadas" desde Francia, suscitadas por la publicación de Nuestro amigo el Rey a principios de los 90, hablaba de dos tácticas a seguir para conseguir que se muevan las cosas en Marruecos. Una, la seguida por los americanos, preparando un informe anual sobre cuestiones sensibles (como los derechos humanos), sometido a las autoridades para observaciones, presentado al Congreso americano y discutido públicamente después en Marruecos con la participación de periodistas, juristas, intelectuales y militantes de la cuestión concernida. Otra, la de ciertos países europeos, hecha de protestas frontales, tal vez más sonora, pero cuya eficacia sólo existe de cara a nuestra galería mediática.

Hay algo fundamental de la primera táctica que la misión parlamentaria española debería poder hacer con el informe resultante: encontrar la complicidad de sectores ilustrados del periodismo, de la intelectualidad, de los partidos y de la militancia de los derechos humanos marroquíes (entre ellos el IER, la instancia Equidad y Reconciliación que en su encuesta se encontró en el Sáhara con la reivindicación de la autodeterminación), para debatir con ellos, a plena luz en Rabat, el informe resultado de la visita. Las opiniones públicas española y marroquí necesitan encontrar ese terreno de complicidad directa, ese mínimo común denominador que nos permita ir juntos en la resolución de nuestros problemas comunes, lejos de los envenenadores mediáticos que pululan en ambas sociedades. Marruecos es hoy un país de opinión pública y es esta opinión pública la única que puede conseguir que sus gobernantes muevan pieza en una cuestión estancada como la del Sáhara. La responsabilidad de esa misión parlamentaria es que sus conclusiones no se queden en la Carrera de San Jerónimo sino que lleguen a esa opinión marroquí, encontrando el terreno de la complicidad y evitando que sean percibidas como injerencia.

Dejando actuar así a la comisión parlamentaria, Rabat demostraría que está dispuesto a avanzar sin ocultar la verdad. Y se tenderían puentes de comunicación directa entre los saharauis de ambos lados y su vecino marroquí, necesitados todos de un lenguaje desdemonizador que permita algún día el entendimiento político que haga posible un referéndum que resuelva de una vez la cuestión.

Bernabé López García es catedrático de Historia del Islam Contemporáneo en la Universidad Autónoma de Madrid y miembro del Comité Averroes hispano-marroquí.

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