Aquellos maravillosos años

Si la semana pasada hablábamos de un filme, Pasos, que abordaba los difíciles aunque a menudo apasionantes primeros años de la democracia y, de paso, centraba su interés alrededor del golpe de Estado de Tejero, ahora le llega el turno a la segunda película que habla de lo mismo y prácticamente en paralelo, aunque casi nada más compartan ambos títulos: de hecho, con su gravedad de drama denunciatorio, Pasos está a años luz del espíritu zumbón y de la revisión histórica en clave autoirónica que emprende Chus Gutiérrez sobre aquel periodo. Y del que sale bien librada.

La excusa del asunto la proporciona el local que da nombre al filme, y el argumento arranca de la peripecia amatoria de una muchacha de entonces (la muy eficaz Verónica Sánchez), una niña de clase media que, sin proponérselo en absoluto, acaba formando parte de un grupo de chicas punkis que ni saben cantar ni saben tocar, pero que tienen toda la fuerza del mundo: tiempo de la movida madrileña, momentos de mayor carga underground y subversiva de ésta, y una historia en la que se dan la mano el deseo de hacer cuentas con el pasado, pero también la voluntad de hacerlo con suficientes dosis de ironía como para que no tenga oportunidad de asomar la nostalgia. Aquellos maravillosos años, sí, pero menos: no hay que exagerar las cosas, parece decirnos Gutiérrez; nos divertirmos, sí, pero también éramos un poco (sólo un poco) tontilocos... cosas de la edad, en todo caso.

Con un grupo de actores jóvenes en el que, en buena lógica con el argumento, llevan la voz cantante las chicas (mucho debe de haber de la propia experiencia de la directora cuando formaba parte del grupo Las Xoxonees), Gutiérrez traza un cuadro generacional que es el de una minoría, aunque muchas de sus dudas, vacilaciones vitales y hasta tonterías eran, la lectura está permitida por las imágenes del filme, mucho más generales de lo que desde el presente pueda parecer.