Los muertos de Gaza se rebelan
Los colonos judíos se niegan a evacuar a sus difuntos del cementerio del asentamiento de Gush Katif
Los colonos de los asentamientos de Gush Katif se niegan a evacuar el cementerio donde reposan sus familiares. Es la rebelión de los muertos, un episodio más de la lucha dolorosa y tenaz que estos días protagonizan los 8.000 colonos de la franja de Gaza contra Ariel Sharon, en un intento de hacer descarrilar el proceso de retirada que el Gobierno israelí quiere poner en marcha el próximo 15 de agosto. La orden de desalojo afecta a 48 tumbas.
"Si no quiero salir de mi casa, ¿por qué tenemos que sacar a nuestros muertos del cementerio?", se pregunta en voz alta Shlomo Yulis, de 66 años, colono del asentamiento de Neve Dekalim, en el bloque de Gush Katif, núcleo central de los 21 enclaves judíos que el Gobierno israelí pretende desalojar en menos dos meses dentro de un proceso conocido oficialmente con el nombre de Plan de Desconexión y que, en realidad, no es más que el principio de la descolonización de un territorio palestino que Israel conquistó y ocupó hace cerca de 40 años.
"Un muerto no es un objeto que se puede mover de un lugar a otro", dice un colono
Shlomo Yulis, ex funcionario de la Administración Civil, hasta hace poco responsable de Cultura de los asentamientos de la zona, llegó a Neve Dekalim hace 23 años procedente de Jerusalén, donde su familia había vivido durante seis generaciones. Aquí han crecido sus cuatro hijos, ha plantado media docena de árboles, ha reconstruido su estirpe e incluso ha vivido la trágica agonía de su hijo menor Etai, que falleció a los 14 años, víctima de una leucemia que lo mantuvo durante 36 meses postrado en la cama. Antes de morir sus padres añadieron a su nombre original, Etai, el de Rafael, que en hebreo significa el ángel que cura a los enfermos.
Hace poco menos de tres semanas, la familia Yulis recibió por correo una circular firmada por el Gobierno en la que se le notificaba la decisión de la Administración de desalojar el pequeño cementerio de Gush Katif y trasladar todos los restos a un camposanto situado fuera de la franja de Gaza, quizás Askelon, Ashdot o cualquier otro punto de Israel. La orden de desahucio afecta a 48 muertos, entre ellos cuatro soldados y seis colonos muertos en ataques palestinos.
La resolución de evicción llega amparada por una reciente resolución de las altas instancias rabínicas del país en la que aseguran que el traslado de estas tumbas está amparado por las leyes judías, ya que existe el riesgo de que el cementerio "pudiera ser profanado y violado por los palestinos", una vez consumada la retirada israelí de la zona.
Los familiares de los muertos han recibido la circular anunciando el desalojo del cementerio como si se tratase de una bofetada o un insulto. En su opinión es la penúltima y más grave afrenta que los responsables de la operación de desalojo, que dirige Yonatam Bassi, el responsable de Asuntos Religiosos de la oficina del primer ministro, acaba de infringir a los colonos. La fría circular llega además para ellos en un momento de angustia y zozobra en el que tratan de resistirse al repliegue e intentan anclarse a sus casas.
"¡No! Ésta es la respuesta de todos los miembros de nuestra familia. Queremos que Etai Rafael, nuestro hijo, continúe en el cementerio de Gush Katif, donde él pidió ser enterrado", afirma Yulis, sentado a la mesa del comedor de su casa, mientras su esposa, Udi, se abraza al último árbol que plantó su hijo en el jardín de su casa una semana antes de fallecer. Es una jacarandá que ha empezado a enraizarse con fuerza hace dos años, cuando empezaron a extenderse desde el Gobierno los primeros rumores de la retirada israelí de Gaza.
Yehuda Heimenrath se niega también a arrancar a su hija Tiferet de las entrañas del cementerio de Gush Katif. Este colono de 52 años, padre de seis hijos, recuerda que ésta es su segunda experiencia dolorosa como colono, ya que en 1982 fue desalojado por la fuerza por los soldados de los asentamientos de la península del Sinaí, cuando la zona fue devuelta a los egipcios en virtud del primer tratado de paz entre Israel y un país árabe, en este caso Egipto.
La historia se repite, provocando a Heimenrath un torbellino de sentimientos, sobre todo ahora que el Gobierno le ha anunciado el desalojo de la tumba de su hija. Tiferet tenía 23 años cuando falleció en 2001, en Jerusalén, con una veintena de personas al derrumbarse una sala de fiestas donde se estaba celebrando una boda. Estudiaba ingeniería, como su padre, y trabajaba de guía turístico.
"Nosotros también decimos que no. Un muerto no es un objeto que se puede mover de un lugar a otro con absoluta frivolidad. No hay sólo unas limitaciones legales, sino también nuestras creencias y nuestros sentimientos", asegura Yehuda Heimenrath, al tiempo que su esposa Shifra asiente con una leve sonrisa y estrecha en sus brazos a su nieta; es la tercera generación de colonos enraizados en el asentamiento de Neve Dekalim, en el enclave de Gush Katif. Aunque llegaron aquí hace sólo 20 años, explican que están en Gaza desde hace más de 300 siglos, fecha a la que se remontan los primeros vestigios bíblicos encontrados en la zona.
El doctor Paul P. Birnbaum, de 68 años, padre de Shimon Biran, un rabino del asentamiento de Kfar Daros, asesinado en una emboscada de un comando palestino en mayo de 1992, acaba de enviar una carta al primer ministro Ariel Sharon recordando que su hijo, que sirvió en el Ejército, murió cuando trataba de trabajar por la coexistencia con los palestinos del pueblo cercano de Deir Al Balah. Esta carta es un mensaje claro al jefe del Gobierno, que exige a Sharon que deje reposar en paz el cuerpo de su hijo enterrado hasta ahora en el cementerio de Gush Katif. "El cuerpo de nuestro hijo será trasladado y nadie se ha molestado en ponerse en contacto con nosotros...", dice la carta.
La rebelión de los muertos de Gush Katif acaba de llegar al Tribunal Supremo. Veinticinco familias de los asentamientos de Gaza han firmado una demanda reclamando a los jueces una sentencia en la que se anule la circular del Gobierno, se respete el derecho de los muertos y el de sus familiares a decidir por sí mismos el destino de sus cuerpos.
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