Europa bífida
Parece cobrar forma el consenso de que dos visiones de Europa se enfrentaron, por fin claramente definidas, en la pasada cumbre de la UE, de forma que el debate, cualesquiera que sean sus subterfugios y eufemismos, tenga que centrarse ya en cuál de ellas prefieren los europeos. Y las dos son la Europa política de un líder fracasado, el presidente francés Jacques Chirac, que por razones de política interior -de ahí, los subterfugios-, ha llevado a la UE a ese duelo al sol; y la de un premier, que recientemente ganó un tercer mandato sin precedentes, el británico Tony Blair, partidario -y ahora van los eufemismos- de una Europa de comprar y vender.
Este mismo enunciado consagra dos imágenes muy diferentes de ambos gobernantes: primero, la de un pulverizado fin-de-reinado gaullista; y segundo, la del que puede pasar a la historia como el político que convirtió el neolaborismo en el partido natural de Gobierno en las Islas; uno cae, y arrastra consigo el histórico pacto franco-alemán, y el otro amuebla su próxima y presunta retirada de la jefatura, siempre en el girón amable de Estados Unidos. Pero, lejos de poder contemplarse sólo de esa manera las dos aspiraciones: la de una Europa Mundo, convertida en fuerza unitaria independiente, y la de un Club Europa, poder regional para la cooperación a la carta y mercado sin barreras, hay que ver cuál es el pedigrí de cada una en relación a los Padres Fundadores.
Lo que defiende Chirac es, precisamente, aquello para lo que nació la Europa que aún conocemos. Tras la flotación de los años cincuenta, los fines para los que se había constituido la Comunidad fueron nuevamente consagrados a fin de los sesenta y durante los setenta. Así, la cumbre de jefes de Estado y de Gobierno de 2 de diciembre de 1969 en La Haya se autoconjuraba a "preparar las vías para la realización de una Europa unida", y la conferencia de París, de 20 de octubre de 1972 -en vísperas de la ya adquirida accesión británica, en enero siguiente- fijaba incluso, a instancias del también gaullista y presidente francés, Georges Pompidou, la fecha -¿1980?- para alcanzar aquellos objetivos. Muy al contratio, lo que persigue Blair -coaliciones ad hoc para beneficios comunes, sin doctrina de fondo sobre Europa- no se apoya en ninguna declaración programática; es navegación a la vista.
En la cumbre de los pasados días 16 y 17 ese enfrentamiento quedó planteado como en la representación de un drama. El francés exigía a su oponente que renunciara al cheque británico -este año de 4.700 millones de euros- que obtuvo la premier conservadora Margaret Thatcher, con su famoso: "Quiero que me devuelvan mi dinero", a lo que Blair respondía que la cuestión sólo podía plantearse en el contexto de una renegociación de los subsidios a la agricultura, de los que Francia mama pingüemente. Y, de nuevo, paridad supuesta: los dos renuncian a algo para el bien de todos; pero, también en este caso las apariencias y el pedigrí engañan.
La dama, de ferrosa energía sobre todo en confirmar que de Europa a Gran Bretaña sólo le interesan los mercados, obtenía una rebaja que no por duradera dejaba de ser coyuntural. Su país pagaba demasiado a la Comunidad para lo que recibía, y si no se le hacía una rebaja, Thatcher, personaje de la Revolución Industrial à la Dickens, amenazaba con paralizar la Comunidad. Y, de otro lado, aunque hoy seguramente exagerada, la subvención a la agricultura formaba parte del pacto franco-alemán, que permitió la creación del Mercado Común por el tratado de Roma de 1957. No es posible, por ello, vincular ambas magnitudes; la primera ha de tocar a su fin cuando hacen falta fondos para la ayuda a los nuevos miembros económicamente menos favorecidos, y la segunda sólo puede modificarse en aras de una refundación de la UE, que hoy resulta tan necesaria como impracticable.
En último término, y convocando el optimismo de la voluntad, que parece ser el único que queda, podría sostenerse que no es tan malo que las dos escuelas de pensamiento acaben por verse las caras a plena luz del día. Aunque éste no sea el mejor momento para la Europa-Mundo, ahora que del Este han llegado copiosos refuerzos para el Club-Europa, que los Estados miembros expresen, sin embargo, sus preferencias; que se definan tantos grados de cooperación e integración, cuantas Europas hay. ¡Pero qué lástima que a la Europa política no le hayan tocado mejores campeones!
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