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Columna
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La boda

Rosa Montero

Pasan las semanas, los meses y los años y aquí seguimos todos, impertérritos, empeñados en fomentar la mala leche. Con cuánto amor cultivamos el odio que nos tenemos. Con qué primorosa entrega nos pisamos los callos. Las conclusiones de la Comisión Parlamentaria sobre el 11-M han vuelto a repetir el mismo alboroto de agravios ya sabidos. Se les ve a todos tan embebidos en su bronca que resulta difícil creer que hayan investigado en serio el atentado, porque para descubrir la verdad hace falta querer saberla, y no buscar solamente aquellos indicios que justifican y reafirman los propios prejuicios.

Entre sus casticismos habituales, Bono dijo en una ocasión algo muy lúcido: preguntado por un periodista en tono crítico sobre sus amistades del PP, contestó que a él lo que le sorprendía y preocupaba era que hubiera personas que sólo tuvieran amigos que pensaran políticamente como ellas. Son palabras sensatas, pero me temo que poco compartidas. De hecho, estamos tan inmersos en el furor sectario que estos días todos los diarios han hablado de la futura boda entre dos parlamentarios, nimiedad que se considera publicable en la Prensa porque ella es socialista y él del PP. Pero por todos los santos, ¿tan bajo hemos llegado que una situación tan intrascendente y natural se convierte en una noticia destacada?

Pues nada, arreciemos en nuestras certidumbres y sigamos así, hablando solamente con aquellos que nos dan siempre la razón. ¿Para qué tomarse el trabajo de poner en circulación las propias ideas, de revisarlas y confrontarlas? Aún más: ¿para qué tomarse el trabajo de tener ideas, cuando lo que de verdad parece importarnos es la identificación amparadora con un grupo? Más que ciudadanos politizados somos hinchas de los distintos partidos, y los defendemos con enardecida ceguera de forofos como quien defiende al Barça o al Real Madrid. La noticia de la boda entre un integrante de los boixos nois y una ultrasur, ¿cuánto espacio informativo ocuparía? Sí, continuemos así, chapoteando en la autocomplacencia. Es el mejor método que conozco de salir de la pobreza intelectual y llegar a la más absoluta miseria, como dijo el gran Marx (naturalmente, don Groucho).

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