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MOTOCICLISMO | Gran Premio de Cataluña
Columna
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Más dura será la caída

Caer sobre el duro asfalto tiene que ser... duro, pero levantarse luego, subirse a la moto otra vez y seguir corriendo como si nada hubiera pasado es algo que solamente parece al alcance de esos adorados semidioses del deporte de las dos ruedas. Para cualquier motociclista civil, una caída supone un impacto no sólo físico, sino también moral; la primera vez, incluso una experiencia casi mística que puede llevarle a abjurar de su fe motera. Para un piloto de gran premio, deportista profesional que se gana la vida -esplendorosamente, en la mayoría de los casos- conduciendo a velocidades de vértigo, se convierte en una incidencia laboral más, algo que forma parte de su trabajo. Al igual que en muchos oficios, en su desempeño se refleja el carácter y la personalidad del sujeto: prudente, atolondrado, cuidadoso, audaz... Sin perjuicio de los diversos factores que entran en juego -adherencia y temperatura de la pista y de los neumáticos, incidencias mecánicas...-, existen pilotos con mayor propensión a arrastrarse por el suelo que otros. Hasta hubo alguno que llegó a ganarse un significativo apodo, El Bayeta, por su querencia a examinar de cerca la textura del asfalto sin bajarse de la moto.

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Lo que les diferencia a ellos de nosotros, comunes mortales, es la forma de reaccionar antes, durante y después de la caída. Jorge Lorenzo acabó ayer en el suelo tras rozar con su rueda delantera el neumático trasero de De Angelis. El mallorquín, que había salido mal, fue remontando posiciones y llegó a situarse tercero. En la vuelta 11ª, el italiano entró colado en una curva y, al frenar para rectificar, Lorenzo se encontró con él y ambos dieron consigo en el suelo. El de la Honda se levantó inmediatamente, pero su moto había quedado maltrecha y no pudo seguir. En aquel momento, en caliente, la doble fractura de clavícula que acababa de sufrir ni siquiera existía en su mente. Su rabia por verse fuera superaba con mucho el dolor que le podía producir la lesión. Cualquiera de nosotros, en la misma tesitura, se retorcería de sufrimiento.

Aterrizaje antológico fue el de Randy de Puniet, que llevaba unos días aciagos. "Este fin de semana me he caído tres veces, siempre por delante (...). Es una lástima porque aquí podía ganar. Pero, al menos, he podido coger la moto y retomar la carrera desde la última posición. Poco a poco, he remontado y he acabado sexto". En realidad, la que cayó fue su moto, ya que el francés salió airoso del lance tras una serie de volteretas y brincos que le permitieron caer de pie con agilidad felina y levantar su Aprilia en un tiempo récord, tras lo cual efectuó una remontada tan espectacular como su accidente, mientras al público, formado en buena parte por aguerridos moteros, aún le temblaban las piernas al imaginarse en la piel de Randy. Otra de las diferencias entre ellos y nosotros.

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