La impotencia de la socialdemocracia europea
La pregunta a la que los franceses han respondido no era en realidad: "¿Está usted a favor o en contra del proyecto de Constitución europea?". Fue percibida como: "¿Cree usted que se puede reformar la Construcción europea con una orientación más social desde el interior o, por el contrario, cree usted que podemos ejercer una presión positiva sobre la construcción europea desde el exterior?". La respuesta negativa dada de forma masiva no se opone a Europa; ni siquiera está dirigida contra Jacques Chirac. Ha sido dictada por la sensación de gran parte de la población de que la construcción europea significa cada vez más deslocalización, competencia de los países con bajos salarios, aumento de las desigualdades e incremento del paro. Este voto negativo ha sido más social que político y más francés que europeo, y quienes, como yo, eran y siguen siendo absolutamente partidarios del sí, deben reconocer y comprender la fuerza del rechazo que acaba de expresarse. Es necesario ir más allá de la crítica a una evolución cada vez más liberal y cada vez menos social de Europa. En realidad, lo que se ha condenado es la impotencia de los partidos socialdemócratas y, en particular, del Partido Socialista francés.
Todo empuja a la izquierda socialdemócrata a una actitud defensiva
Al comienzo de la construcción europea, el componente liberal y el componente socialdemócrata parecían igual de importantes y, poco a poco, el primero se reforzó, en el marco de una economía globalizada, mientras que el segundo se agotó. La Comisión presidida por Barroso está muy alejada de la que presidió Delors, aunque éste tuviese como principal apoyo a la Alemania de Kohl. Lo que nos lleva a la pregunta central: ¿de dónde procede la impotencia de las izquierdas europeas? Esta impotencia es visible ya que el único éxito de aquello que se denomina la izquierda es el de Tony Blair, que se ha acercado más al liberalismo que los demás dirigentes de la izquierda europea. Esta impotencia de la izquierda se debe al agotamiento del Estado de bienestar. Debía aportar seguridad; la aportó. Debía disminuir la desigualdad; no la ha disminuido y su peso se ha vuelto insoportable al tiempo que lucha cada vez peor contra la pobreza que se refuerza con la llegada de numerosos inmigrantes, la mayoría de las veces clandestinos, que trabajan en unas condiciones muy inferiores a las de los trabajadores nacionales. El Estado de bienestar se ha vuelto más un instrumento de protección de las clases medias, sobre todo de aquellas próximas al Estado, que de lucha contra la pobreza extrema. Lo que, por otro lado, da al no un significado muy ambiguo. Los trabajadores que han votado de forma masiva por el no han defendido muy legítimamente sus condiciones de trabajo y de empleo; pero su respuesta ha estado fuertemente marcada por un proteccionismo no realista e incluso por una xenofobia que ha acercado a muchos de los votantes de extrema izquierda a posiciones análogas a las del Frente Nacional en la extrema derecha. Sustituir el Estado de bienestar por una política thatcheriana es imposible en la actualidad en un país como Francia, pero la transformación de la política social parece aún más difícil ya que el electorado socialista es el principal defensor del sistema actual que está agotado.
Hasta la fecha, ningún partido socialista ha sido capaz de definir cómo debería ser ese nuevo Estado de bienestar que ya no puede ser únicamente una protección económica de los trabajadores, que debe cubrir para toda la población un conjunto de riesgos, muchos de lo cuales ya no son sólo económicos, sino que también tienen que ver con el envejecimiento, el aislamiento, la dificultad de mezclar a las poblaciones y las culturas, etcétera. Hace medio siglo, no se habría podido crear el Estado de bienestar sin un fuerte impulso de los sindicatos que superó todos los obstáculos en Gran Bretaña o en Francia nada más terminar la guerra. Actualmente no existen fuerzas de presión que impongan una nueva política social y todo empuja a la izquierda socialdemócrata a una actitud defensiva que se traduce en una ausencia de programa e, incluso, de conciencia de los cambios necesarios. El caso francés es el más extremo, porque la socialdemocracia nunca ha tenido unas raíces profundas en este país, como tampoco el liberalismo. Durante mucho tiempo, Francia fue más gaullista y comunista que liberal y socialista. De ahí la tendencia, tan fuerte entre muchos franceses, de recurrir cada vez más al Estado, lo cual sólo puede agravar el desfase entre los objetivos sociales y la orientación económica del mundo actual, que ningún Gobierno nacional, francés o no, está en condiciones de transformar. Lo que el no francés significa es que los electores de este país no creen en la posibilidad de enderezar desde el interior el coste de la construcción europea.
¿Cuáles van a ser las consecuencias de este no? A nivel europeo, supone un frenazo, pero no puede transformar esencialmente una orientación de Europa que corresponde a un consenso bastante amplio y que está también de acuerdo con la evolución de la economía mundial. Pero los franceses estarán menos aislados de lo que se cree, lo cual puede provocar una crisis interna en la organización europea, cuyos posibles efectos no hay que exagerar. En cambio, las consecuencias en Francia de este referéndum serán inmensas y, en parte, imprevisibles. Lo que es seguro es que los líderes partidarios del sí ya no pueden conservar su poder. Jacques Chirac ha sido desautorizado de forma tan brutal que ya no estará en condiciones de ejercer su poder durante los dos años que le quedan antes de las próximas elecciones. Algunos han pedido su dimisión; es totalmente improbable que la presente y se limitará a un cambio de gobierno, pero la victoria del no es también la victoria del liberal radical Nicolas Sarkozy contra un hombre de centro-derecha como Jacques Chirac, que siempre busca fórmulas de compromiso a la vez que realiza una política mucho menos original de lo que anuncia.
Pero la situación no es mejor en el Partido Socialista, que no tiene capacidad para organizar una solución de recambio. Por el contrario, Laurent Fabius, que ha guardado silencio, probablemente intentará crear un nuevo mitterrandismo, es decir, llamar a una unión de toda la izquierda dentro de un clima bastante moderado y controlado para no ahuyentar a los electores centristas que siempre han constituido una parte importante del electorado socialista y, en especial, de sus propios simpatizantes. Lo que hace importante este intento es que las últimas elecciones regionales, cantonales y europeas han demostrado que Francia estaba claramente a la izquierda, tal vez del mismo modo que Italia. Por lo tanto, existe una fuerte demanda para dar un vuelco a la situación política actual de cara a las próximas elecciones presidenciales o incluso antes. A primera vista, esta solución neo-mitterrandiana parece tener pocas posibilidades de éxito, pero la conmoción que ha causado el referéndum es tal que debemos esperar ver cómo se desarrolla un movimiento a favor de esta solución.
Con todo, lo más probable es que el voto francés resista mal a las presiones reales y también, sobre todo, a la importancia que la construcción europea tiene tanto para Francia como para los demás países. A la izquierda le resultará difícil proponer soluciones que transformen la excepción francesa en un aislamiento de Francia, el cual sería catastrófico para el país. Francia no debe ni iniciar una ruptura con la construcción europea ni olvidar sus propias responsabilidades en la situación social que ha provocado el maremoto del referéndum. La izquierda moderada francesa es tan responsable de su propio fracaso como el presidente de la República. Esta izquierda está hoy en una situación de crisis tan profunda que se puede hablar de descomposición. Es difícil imaginar cómo esta izquierda puede reconstruirse independientemente de la hipótesis planteada aquí de un intento de neo-mitterrandismo, lo que nos remite al periodo anterior a 1981, pero que no puede tener la misma fuerza que en aquel periodo ya lejano. Hay que reconocer la importancia del voto negativo de los franceses, pero hay que interrogarse más que nunca sobre su capacidad para resolver su propia crisis.
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