Sí y no
Ha sido curioso comprobar la crispación de muchas de las reacciones locales al no francés al proyecto de Constitución europea. El editorial de un periódico las resumió al día siguiente del referéndum: la "egolátrica Francia". También se ha hablado de "espantosa decadencia" y de "temor al futuro", y se han sacado a colación diversos y contradictorios complejos de superioridad e inferioridad.
La primera semana posterior al trauma muchos de nuestros políticos estaban envalentonados y proclamaban que nada había cambiado con el resultado francés e incluso uno de ellos, y no con escasas responsabilidades precisamente, declaró que se trataba de un asunto menor. Luego vino la negativa holandesa acompañada de encuestas asimismo negativas en el Reino Unido y Alemania. Lo que hasta el momento eran voces firmes y enérgicas se ha convertido en murmullos en los que se reconoce cada vez más abiertamente que el proyecto de Constitución está enterrado y que será necesario dar un largo rodeo hasta volver a empezar.
El electorado francés, que parece haberse tomado en serio la propuesta que se le realizaba, ha refutado el proyecto de Constitución, no la construcción europea
No les voy a cansar con más análisis de lo sucedido en la "egolátrica Francia", pues los comentaristas políticos ya nos lo han analizado del derecho y del revés con datos que los no comentaristas políticos, como siempre ocurre, no poseemos y estamos lejos de poseer. Acepto, por tanto, la hipótesis, nada original por cierto, de que en el rechazo francés -y supongo que también en el holandés- se mezclan corrientes contrapuestas en un río revuelto sin claros márgenes a derecha e izquierda. El resultado es, desde luego, confuso.
Pero para romper una pequeña lanza a favor de los "ególatras franceses", quisiera aventurar que se trata de una confusión que arroja cierta luz, aunque sólo sea por el hecho de que ha estado precedida de un intenso periodo de discusiones y polémicas. El electorado francés parece haberse tomado en serio la propuesta que se le realizaba y además, según las informaciones de estos meses, incluso ha leído el texto, al menos en proporción notable. Y ha refutado un proyecto de Constitución, no la "construcción europea".
Este no egoísta contrasta con el generoso sí con el que nuestro electorado se convirtió en la vanguardia de Europa. Para poner alguna pega a tanta generosidad, podemos recordar las circunstancias, no tan lejanas, de nuestro propio referéndum. Ignoro si ustedes llegaron a conocer a alguien que se hubiera leído el texto que debía refrendarse. Yo no. Pero creo que no era mala suerte personal puesto que recuerdo perfectamente informaciones periodísticas, un par de semanas antes de la consulta, en las que las encuestas recogían, página con página, la aplastante mayoría a favor del proyecto y, al mismo tiempo, la aplastante mayoría que confesaba no tener ni idea del proyecto. La deducción es igualmente aplastante: se votó en pro de algo que se desconocía casi por completo. Una suerte de esperpento democrático.
No tiendo a culpar a los políticos de la apatía de los ciudadanos y a veces pienso que aquéllos, pobres, hacen lo que pueden ante la indiferencia general. Ellos van de aquí para allá con sus leyes y decretos, sabiéndose escasamente queridos y escuchados. Buscan desesperadamente la aprobación de los ciudadanos, incluso recurriendo a decorados que atentan contra la dignidad, pero poco pueden hacer cuando sus representados miran hacia otro lado. Con todo, tampoco recuerdo una gran pedagogía por parte de nuestras castas políticas en el asunto del pasado referéndum. De entrada, fomentaron la creencia de que sólo los votantes afirmativos estarían en el bando de los europeístas. Paralelamente, tuvieron escaso eco cuando pidieron la lectura de un texto al que no supieron dotar de energía para el debate de creencias y opiniones. Y al fin, jamás realizaron autocrítica alguna respecto a Europa, una idea apasionante para muchos europeos, pero también una realidad sometida a servidumbres burocráticas intolerables.
Por cuanto tiendo a reconocer a Europa como la patria más aceptable, no me hace ninguna ilusión la carrera de obstáculos que abren las negativas francesa y holandesa. Pero tampoco me la hacen las aquiescencias cómodas e ignorantes, síntomas en nuestro caso de una vida pública en la que no se sabe si da más vergüenza la indiferencia o la mediocridad.
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