_
_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Un asunto local

No es fácil precisar cuáles son los límites de lo local, ni tampoco la extensión de lo global. Si lo local puede ser definido como lo de aquí, no está tan claro que a lo global le corresponda ser lo de allí. No hay correspondencia mutua de ubicuidades entre esos dos conceptos cuya relación mutua no es la de la antonimia. Su contenido tampoco puede ser definido en términos de extensión o de territorialidad, y quizá sea equivocada cualquier política que trate de afrontarlos según esos parámetros. Pero es a lo que se tiende cuando se habla de defenderse de la globalización, un fenómeno cuya novedad puede remontarse cuando menos al Imperio Romano. Los impulsos globalizadores no son nada nuevos y la historia europea moderna está jalonada de ellos. Lo nuevo residiría en que el impulso quizá sea ya una realidad lograda y en la nueva naturaleza de sus agentes. Los viejos globalizadores hemos perdido el control de una operación que, básicamente, sigue siendo la nuestra. Incluso el elemento último aglutinador, el mercado -que actúa ya sin disimulos como superestructura que no necesita de otros aliviaderos- es una iniciativa propia que nos la merecemos. Tal vez sean también una novedad la rapidez y la permeabilidad de la fase actual del proceso globalizador, que, a diferencia de lo que ocurría en otras épocas, apenas si deja zonas de sombra.

La actual reivindicación de lo local puede responder a un deseo de crear esas zonas de sombra. Sospecho, sin embargo, que lo local y lo global no son mutuamente reductibles porque operan en ámbitos distintos, ámbitos que se hallan todavía en proceso de definición. En esos dos vectores, que no sólo recorren territorios sino que nos constituyen individualmente, ¿qué ámbito de nuestra experiencia correspondería a lo local y cuál sería atribuible a lo global? ¿Es lo local puramente emocional o tiene también su anclaje en la vida práctica? Sospecho también que la cultura no pertenece al ámbito local. El campo de difusión de una actuación cultural no nos informa de su carácter local o global. Nos informa de su capacidad de promoción, de su mayor o menor éxito, quizá de su mayor o menor calidad. Pero considero erróneo tratar de oponer una cultura local a una cultura global, pues sería algo así como poner puertas a un campo que nunca las ha tenido. Lo local no es ahí más que un momento de lo global, un tiempo que pretende permanecer frente a un tiempo que se regenera. Y no hay diálogo posible entre esos dos tiempos, porque pertenecen a dos planos distintos.

Viene todo esto a cuento de una cuestión local, de un proyecto de mi ciudad. Me refiero al centro cultural que se va a crear en el edificio de Tabacalera en San Sebastián. Es un proyecto arriesgado porque se sale de los caminos trillados, de ahí los problemas que pueda estar teniendo para definirse. No es un museo, ni un ateneo, ni una inmensa casa de cultura, y tampoco debe ser un bazar etno-cultural. Pues bien, convocado por Odón Elorza -sí, alguna que otra vez me llama, así que disparen- asistí hace unos meses a un ágape muy restringido para hablar de este asunto. Mi primera impresión fue de desconcierto, de que los mismos impulsores del proyecto no sabían muy bien lo que querían y de que se aventuraban por caminos de arriesgada esterilidad. De lo que allí se hablaba era de dedicar el nuevo centro a todo lo que pudiera estar vinculado a las relaciones entre lo local y lo global. A medida que escuchaba lo que se decía, iba pensando que aquel podía ser un tema interesante para un ciclo de conferencias, incluso para alguna exposición curiosa, pero veía en lontananza un inmenso contenedor repleto de material etnográfico, celebridades locales y algún que otro sarpullido de vanguardia. Un mamotreto acartonado con algún que otro momento estelar. Me dije que San Sebastián seguía sin poder quitarse de encima su culpa étnica.

Afortunadamente, la reunión fue tomando otros derroteros. Se fue imponiendo la idea de factoría, de centro generador de ideas y obras vinculadas con el mundo audiovisual. Y se lo fue relacionando con la realidad cultural más sobresaliente de nuestra ciudad y que viene a ser, de alguna manera, su carta de identidad: el momento local de una deseada interacción global. Y de una proyección y una rentabilidad sin límites. Se trata de estar en vanguardia, en técnica y en creatividad, en el objetivo propuesto, y yo no excluiría la música de ese horizonte. Cualquier otra cosa sólo nos llevaría a cubrir el expediente, y a ser incapaces de quitarnos de encima el complejo que nos atenaza y...¿los intereses creados?

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
Suscríbete

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_