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Columna
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Especular

Josep Ramoneda

De la guerra preventiva a las manifestaciones preventivas, el PP sigue especulando con la realidad. Del mismo modo que participó en una guerra para luchar contra el terrorismo aún sabiendo que no había ni terroristas ni armas de destrucción masiva en el país objeto del ataque, se ha montado ahora una manifestación contra la negociación con ETA, aunque el Gobierno ha dicho que ni negocia ni tiene intención de negociar otra cosa que la rendición de los terroristas. El PP aplica la vieja doctrina de los hechos consumados: primero actuar y después preguntar. Con la esperanza de que el ruido callejero convierta en verdad lo que los manifestantes daban por supuesto.

La conducta del PP tiene raíces profundas: la tendencia atávica de España a dividirse en dos bloques enfrentados capaces de construir sobre la realidad verdades frontalmente opuestas, como fundamento para la intransigencia y el sectarismo. La transición intentó superar esta lógica de confrontación por la vía del consenso. Y gracias al consenso se construyó un sistema de reglas de juego compartidas. Desde entonces, la vida política se mueve en torno a una confusión entre el consenso y la confrontación, agrandada por la experiencia que dice que la alternancia democrática sólo se produce en España en situaciones de emergencia.

Algunos teóricos, como Dahrendorf, dudan de que la democracia parlamentaria pueda sobrevivir si se desdibuja la oposición simple derecha-izquierda, salvo que sea sustituida por otra confrontación binaria. La división de España en dos grandes bloques más bien debería ser positiva para el sistema democrático. No hay democracia sin confrontación entre dos visiones del mundo, entre dos maneras de entender la gobernabilidad, entre dos propuestas de acción, entre dos bloques de representación. Pero del mismo modo que el consenso desvirtúa la democracia cuando se quiere convertir en norma permanente de funcionamiento, porque anula la posibilidad de control y facilita la componenda, la fractura se convierte en amenaza de alto riesgo cuando se quiere hacer imposible el mínimo denominador común necesario para que el sistema funcione. Este mínimo denominador común lo forman las reglas de juego y la respuesta a los ataques contra el sistema constitucional y las bases de convivencia.

El PP pasó de la normal confrontación a la fractura durante la guerra de Irak. Aznar se empeñó en no querer escuchar a los ciudadanos y en no compartir las decisiones sobre una cuestión tan grave, y abrió las viejas fracturas que, después, al repetir el mismo comportamiento en la gestión del 11-M, se convirtieron en un verdadero abismo. El PP sigue instalado en esta política del abismo, a pesar del precio electoral que pagó por ella.

Desde esta lógica, es explicable que el PP haya querido cargar con la responsabilidad de ser el primer gran partido que rompe con el principio de unidad en la lucha contra el terrorismo. Es decir, de romper lo que hasta ahora había sido el mínimo denominador común para garantizar la estabilidad del sistema. Y todo ello sin causa aparente, por el principio de la falsificación preventiva, es decir, de jurar que hay armas de destrucción masiva (en este caso, negociación política con ETA) donde no las hay.

¿Qué pretende el PP convirtiendo la normal confrontación democrática en fractura insuperable? En los 15 días de campaña electoral gallega, el PP habrá participado en tres manifestaciones: contra la política antiterrorista del Gobierno, contra la devolución de los papeles de Salamanca, contra los matrimonios de homosexuales. A eso se le llama ir a la desesperada. Los optimistas dicen que si el PP pierde Galicia se impondrá la sensatez y rectificarán. Sería de sentido común, porque, de seguir ahondando en la fractura, dejará sin pasarela a los electores que dan las victorias: aquellos que transitan de un lado a otro, en función del interés. El día que quieran volver al PP se encontrarán un abismo. El interés no es amante del vértigo.

El problema para el PP es que no se ve en ninguna parte el Apocalipsis que sus voceros anuncian. Y cuando la especulación queda tan lejos de la realidad, sólo acostumbran a seguir la consigna los de la familia. Pero la historia nos dice que la derecha española es así. Es su carácter.

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