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Tribuna:LA RENOVACIÓN URBANA DE BILBAO
Tribuna
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Zorrotzaurre: seducción sin utopía

Destaca el autor la pérdida de control público que se produce en planes urbanísticos como el propuesto para la península de Zorrotzaurre.

El plan para Zorrotzaurre -una larga península en la ría de Bilbao- ya ha suscitado polémica. El pasado mes de noviembre tuvo lugar su exhibición pública y entonces hubo quienes vieron en el diseño de Zaha Hadid un "avance muy notable" respecto a propuestas anteriores. Sin embargo, las críticas menos complacientes no tardaron en llegar. Poco después, la propuesta era cuestionada en cuanto plan, tachada de "urbanismo de maqueta" y el procedimiento seguido calificado de "impresentable" (José Allende, EL PAÍS, 4 de enero de 2005). No hace mucho y también en estas páginas, se acusaba a Bilbao de seguir "planes torcidos": la irracionalidad del trazado de Zorrotzaurre sería el reflejo de una irracional búsqueda de la identidad local (Luis Fernández-Galiano, 16 de abril de 2005).

Los intereses públicos, que contribuyen a la configuración del espacio urbano, se llegan a confundir con los privados
El que propone Zaha Hadid para Zorrotzaurre no es propiamente un plan urbanístico: es un proyecto urbano

Parece evidente que el plan de Zorrotzaurre ha respondido a las intenciones expresadas por Hadid al recibir el encargo. Además de empeñar su habitual celo profesional, la arquitecta quería recurrir en esta su primera propuesta urbana importante al "poder de seducción del diseño": Zorrotzaurre, como buena parte de la obra deconstructivista de la reciente premio Pritzker de arquitectura, debía ser formalmente atractivo. El resultado es un nuevo Bilbao residencial que promete bellas e intrincadas perspectivas y un tratamiento cuasi-paisajístico del tejido urbano, incorporando una variedad de perfiles de edificación, dotaciones y espacios urbanos.

Esta seducción contribuye a satisfacer determinados deseos: muchos de los futuros visitantes y residentes disfrutarán del paisaje urbano y de las viviendas junto a la Ría; los promotores verán cumplidas sus expectativas, mientras que la política local de grandes firmas arquitectónicas, que insólitamente pasa al planeamiento, se ve consolidada. Sin embargo, tras la tesis formalista de Hadid no sólo hay seducción. Zorrotzaurre se adscribe a una tendencia actual en arquitectura y urbanismo cada vez más generalizada: me refiero al realismo. Un realismo presente no sólo en la cualidad de la propuesta urbana como objeto formal, sino que alcanza también al proceso seguido.

El plan de Zorrotzaurre no es propiamente un plan urbanístico: es un proyecto urbano. La nueva isla, resultado de abrir el canal de Deusto, ocupa alrededor de 70 hectáreas con un trazado que incorpora una avenida central, rodada y zigzagueante, con viales radialmente transversales. Los lotes resultantes, estrechos y sesgados, serán ocupados con edificaciones para más de cinco mil viviendas en tres distritos: norte y sur, dedicados a pequeño comercio y a negocios, respectivamente; y centro, con un centro cívico conectado más allá del canal al contexto del Parque de Sarriko. La propuesta define con minuciosidad desde el perfil de cada bloque longitudinal -entre cinco y diez plantas- hasta el detalle de elementos urbanos, como son los paseos y muelles con sus diez puentes y pasarelas. El plan tiene, por tanto, la resolución de un proyecto: es decir, el plan urbanístico está resuelto formalmente como si fuera un proyecto de arquitectura.

El proyecto de Zorrotzaurre se muestra en especial seductor, aunque, dado su realismo, presenta dificultades en los aspectos más generales. Como ejemplo, la propuesta tendrá una escasa flexibilidad formal durante el proceso de realización, algo que se prolongará por un periodo de unos veinte años. De hecho, el proyecto deja fuera los aspectos más ideales -¿por qué excluir la utopía?- de un plan urbanístico: ¿cuáles son sus objetivos; con qué criterios se desarrolla o modifica el planeamiento general? Esto no es algo nuevo, ya que la polémica piano vs. progetto surgió hace varias décadas. Sin embargo, si esta polémica no es nueva, Zorrotzaurre sí reviste aspectos singulares. Por un lado está la extensión del proyecto, que sobrepasa ampliamente los límites de lo que se viene considerando diseño urbano (la arquitecto ha sumado al encargo otras 25 hectáreas de la vecina Olabeaga); y, por otro lado, está el hecho de emplear, no ya la arquitectura o el diseño urbano, sino el propio planeamiento como parte del marketing urbano de grandes firmas.

Sin embargo, el realismo presente en el proyecto adquiere otro cariz si consideramos el proceso urbanístico seguido. Como es conocido, la operación de Zorrotzaurre se basa en un partenariado público-privado, una fórmula que, importada y ya empleada en Bilbao, es la propuesta por el Plan Territorial Parcial Metropolitano para futuras actuaciones de renovación en las márgenes de la Ría. Por su parte, en ese proceso urbanístico donde integra el partenariado, se han echado en falta aspectos plenamente aceptados en el entorno europeo: por ejemplo, incorporar y favorecer la participación ciudadana, el debate social y (aunque se conserven algunos edificios y se regule el tráfico) una agenda de sostenibilidad urbana.

Pues bien, se puede decir que el proceso urbanístico de Zorrotzaurre tiende a otra forma de realismo: los intereses públicos, que contribuyen a la configuración del espacio urbano, llegan a confundirse con los privados (la iniciativa privada impulsa el plan) y, por tanto, todo hace pensar que se identifica lo público con las expectativas del mercado inmobiliario. Como reflejo están los espacios de Zorrotzaurre, que tienen una considerable densidad de edificación -es verdad que dentro de los estándares europeos comparables-, ocupándose casi las tres cuartas partes del suelo: se trata de ámbitos ajustados y muchas veces semi-privados que no hacen sino desvirtuar o simular el espacio público (algo que ya empieza a apreciarse en buena parte de lo construido en las 35 hectáreas de Abandoibarra).

Si el espacio urbano está doblemente asociado al realismo -en lo formal y en lo económico-, también lo está la identidad urbana. Está asociada al diseño de la propuesta y, de una manera previa, al realismo que hay tras las condiciones del encargo del plan, de hecho privado; unas condiciones que una gran firma nunca cuestionará. Por tanto, aunque es muy posible que la imagen de Bilbao se engrandezca con una política de grandes firmas llevadas al planeamiento, esa identidad urbana, ya incipiente en el realismo económico del proceso urbanístico, está escapando al ámbito público (¿dónde quedan, dada la blandura de los espacios-simulación, el carácter sobrio y la dureza de Bilbao?).

Es posible que, dada su especial cualidad artística y el celo profesional que han sabido imprimirle la autora y su equipo, el proyecto de Zorrotzaurre logre superar algunas de sus propias contradicciones, como son la irracionalidad del trazado, la desmesura de su extensión y el haber recurrido al proyecto de una gran firma para abanderar un plan. Sin embargo, también es cierto que un proceso urbanístico menos realista hubiera fomentado aspectos urbanos que sólo se pueden lograr desde lo público, como son unos objetivos más independientes del mercado, espacios públicos menos condicionados y una justa participación social.

Zorrotzaurre, un proyecto seductor, necesita cierta dosis de utopía.

Antonio Román es doctor arquitecto y coautor del libro Bilbao 1300-2000: una visión urbana.

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