_
_
_
_
Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Provocar una crisis

Por primera vez desde el inicio de la democracia, el pasado sábado uno de los dos grandes partidos políticos salió a la calle contra la política antiterrorista del Gobierno. El PP ha roto así un pacto explícito que había determinado la conducta de los principales partidos democráticos: apoyar siempre al Gobierno en la lucha contra ETA. Pero además lo ha hecho de una manera vergonzante: mandando a la Asociación de Víctimas del Terrorismo por delante y montándose descaradamente sobre la condición y el dolor de éstas para desgastar al Gobierno. De una sola tacada, el PP se ha cargado las normas de solidaridad en la lucha antiterrorista y de respeto a las víctimas, que formaban parte del mínimo denominador común de los demócratas.

De modo que el PP, que tanto se ha desgañitado en la defensa del Pacto Antiterrorista, con la pretensión de poner a las víctimas a su servicio se lo ha cargado definitivamente. Se puede discrepar de muchas cosas: de la oportunidad de la iniciativa parlamentaria de Zapatero o de no haber instado la ilegalización de EHAK. Son diferencias de ejecución de la política que en nada afectaban a la esencia del Pacto Antiterrorista: el compromiso de no pagar precio político al fin de la violencia, que mantiene sin ambigüedad alguna la declaración aprobada por el Congreso. Al utilizar las víctimas como ariete para forzar la puerta electoral, el PP está rompiendo el Pacto Antiterrorista por el punto más sensible: hace añicos el respeto a las víctimas, primero de los valores básicos compartidos.

Las víctimas son ciudadanos como todos, que merecen la solidaridad de los demás por las pérdidas y por el sufrimiento padecido. Tienen el mismo derecho que cualquier otro a hacer política. El PP, que clamó insistentemente por la unidad de las víctimas, entendió como tal la sumisión a la política de su Gobierno. Cuando el Gobierno del PSOE le ha sucedido en el poder, ha seguido pretendiendo que las víctimas eran suyas. Provocando de este modo una fractura y segregando a sus víctimas, las buenas, de las demás, las sospechosas. Las víctimas tienen todo el derecho a decantarse por una opción política, pero entonces ya sólo representan a quienes les siguen en esa apuesta. Puesto que entre las víctimas hay gente tan diversa como en la ciudadanía en general, es lógico que se den opciones políticas diversas e incluso contradictorias. Lo mínimo que se le puede pedir al PP es que respete esta diversidad y no hable en nombre de todas las víctimas, porque no tiene ningún derecho a hacerlo.

El PP ha iniciado con la manifestación del pasado sábado una importante campaña callejera contra el Gobierno. Esta semana tiene la cita de "los papeles de Salamanca", y la siguiente, la manifestación contra los matrimonios entre homosexuales. Tres manifestaciones en tres semanas, algo inusual en una derecha que años atrás clamaba contra los políticos de pancarta. Por lo visto, la soledad de la oposición incita a buscar el calor de la calle. A sus asesores corresponde saber si realmente esta estrategia, que sólo consigue aislarles de las demás fuerzas políticas y cohesionar a los demás partidos frente a su asalto, les acerca o les aleja de sus objetivos estratégicos, es decir, de recuperar el poder. Da la impresión de que el PP ha aprendido que la alternancia en España sólo se produce en situaciones de crisis o emergencia. Y que está dispuesto a hacer lo que sea, incluso utilizar como plataforma el dolor de las víctimas, para intentar crear un estado de crisis que le permita recuperar un poder que considera usurpado.

El problema del PP es que no hay en la sociedad ninguna sensación de amenaza o riesgo que pueda hacer pensar que se necesita un cambio rápido. Con la agitación se puede llegar a convencer a los sectores más radicales del PP de que la patria está en riesgo y otras fantasías parecidas. Pero cuando la realidad tiene tan poco que ver con el ruido es difícil que estos intentos de desestabilización tengan éxito, por más que los voceros populares estén ya dando por liquidada la legislatura. ¿Piensan de verdad que alguien se lo cree? Puede que, en el microcosmos político madrileño, los gritos terminen convenciendo a alguien de que lo que dicen es cierto, pero en el resto de España es difícil percibir esta sensación de crisis y desastre que el PP quiere transmitir. Es más, si alguien está en la cuerda floja hoy no es el Gobierno de Zapatero, sino el PP. Una derrota en Galicia, algo en absoluto imposible, pondría a su liderazgo en situación precaria y alejaría la idea de una recuperación inmediata. Tarde o temprano, da la impresión de que Rajoy acabará pagando por aceptar el papel de rehén del aznarismo. ¿Es función del primer partido de la oposición jugar a provocar una crisis nacional por simple resentimiento? Este país es demasiado sensato para seguir al PP por este absurdo camino.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_