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Columna
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Vivir sin Parlamento

Para una institución pública, hay algo peor que irritar a los ciudadanos con sus acciones o decisiones. Este estado de calamidad se alcanza cuando lo único que suscita dicha institución es indiferencia; cuando la sociedad a la que debe servir ni siquiera se da cuenta de su inactividad y parálisis. Sin embargo, no parece que nuestros representantes políticos hayan caído en este enfoque de la cuestión, enfrascados como están en rebañar cargos y ventajas económicas y materiales en el problemático Parlamento que nació la noche del 17 de abril pasado y que todavía no ha sido capaz de decidir cuántos grupos tiene.

Un país no puede funcionar sin administración ni mantenerse sin los servicios básicos, pero, ¿puede vivir sin Parlamento? Han transcurrido ya más de cuatro meses desde la disolución de la vieja Cámara vasca y no se percibe clamor popular alguno para que la nueva comience a funcionar de una vez. Ese silencio distanciado de los ciudadanos debería inquietar a los responsables de los partidos. Sin embargo, parecen más precupados por atender sus intereses particulares. Y lo hacen con tanta intensidad que no dan la impresión de percibir tampoco el demoledor ejemplo que están dando en la principal institución de la comunidad autónoma.

Al espectáculo de la elección de la Mesa (el órgano de gobierno de la Cámara) le ha seguido, como un segundo capítulo irresuelto, el de la constitución de los grupos parlamentarios. ¿Será el tercero, que no el último, la investidura del lehendakari? Lo llamativo del deterioro institucional que se arrastra desde las últimas legislaturas es que convive con encendidos discursos de defensa de esas instituciones. La contradicción radica en colocar la empalizada frente a supuestas agresiones del exterior, cuando las causas del deterioro son muy nuestras. ¿Qué menoscaba más la "dignidad" del Parlamento: acatar una sentencia discutible del Tribunal Supremo o convertir cada sesión plenaria en un concurso con sorpresa asegurada por desatender la obligación de configurar una mayoría de gobierno suficiente?

De la liberalidad con que se han usado las normas básicas del funcionamiento institucional en las anteriores legislaturas proceden muchos de los desarreglos de hoy. En los últimos años, el Reglamento de la Cámara adquirió en manos de la insuficiente mayoría de gobierno la consistencia de la plastilina, que puede torcerse, estirarse y moldearse a voluntad. Instituidos así el trampeo y el tejemaneje como pautas de actuación, es normal que interpretaciones fules se transformen con fuerza expansiva en normas consolidadas y aspiraciones de más que dudosa justificación, en derechos inalienables.

Si se consintió que dos partidos (PNV y EA) que se presentaron a las elecciones en coalición para optimizar sus resultados en las urnas pudiera luego desdoblarse en dos grupos parlamentarios para maximizar luego en la Cámara los beneficios políticos y materiales disponibles, por qué no permitirlo ahora. Y ya puestos, qué hay de malo en que otra formación pueda constituir grupo propio con sólo tres parlamentarios aunque el Reglamento diga taxativamente que se necesitan cinco. Ahí está el PNV para prestar a Ezker Batua dos diputados de ida y vuelta; y de paso, conceder graciosamente a la única parlamentaria de Aralar el disfrute de todos los medios económicos y personales que corresponden al Grupo Mixto, a cambio de asegurar su voto a la investidura de Ibarretxe como lehendakari. Los 664.000 euros de la ronda los paga el contribuyente.

Javier Madrazo no lo ha podido decir con mayor precisión. Se trata de hacer una "interpretación flexible" del Reglamento de la Cámara. "Con una buena interpretación", insistía ayer, "se puede conseguir que todas las formaciones tengan grupo propio". Tales afanes ocupan prioritariamente a nuestros representantes en el Parlamento. Todavía no se han dado cuenta de que, encelados en sus intereses, corren el riesgo de alejarse de las preocupaciones de sus representados y adquirir a los ojos de éstos la condición de sujetos caros y prescindibles.

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