Julian Barnes considera que el 'Quijote' es una novela inagotable sobre el fracaso
El escritor repasa en una conferencia la pasión de Flaubert por la obra maestra de Cervantes
"Cervantes y su Quijote influyeron tempranamente en la narrativa inglesa. La obra se tradujo muy pronto. La primera versión apareció en 1612. La Regenta, por ejemplo, tardó un siglo en traducirse al inglés tras publicarse en España", explica el escritor británico Julian Barnes (Leicester, 1946). "El Quijote es un gran libro sobre el fracaso. Aunque sean muy diferentes, Cervantes me recuerda a Ernest Hemingway. Se suele decir que Hemingway fue el gran cronista del heroísmo. Yo creo que ese juicio es falso. En realidad, fue el gran retratista del caos y el fracaso, temas obvios en el Quijote".
Julian Barnes visita estos días Barcelona para presentar su más reciente libro de relatos, titulado La mesa limón (Anagrama). Ayer participó en el ciclo Nuevos narradores y el Quijote, que se celebra en La Pedrera. Con anterioridad a su intervención, el autor de El puercoespín habló con este diario sobre la obra maestra de Cervantes. "El término quijote se empleó muy pronto en Inglaterra como un genérico. En 1648, ya se utilizaba esta expresión y el verbo quijotear. Todavía hoy se usa en un sentido positivo. No alude a un loco, sino a alguien con ideales y con un comportamiento impredecible. Su significado se resume en la estampa de los molinos de viento", dice Barnes. "El Quijote se ha traducido al inglés en 13 ocasiones. Las primeras versiones eran fieles a su espíritu, pero traicionaban el lenguaje. Después se optó por la pureza y se perdió mucha de su comicidad. Los traductores creían que un gran escritor debía ser serio. Sólo las traducciones modernas han sido auténticamente fieles a la letra y al espíritu".
La gran influencia de Cervantes en la narrativa inglesa se puede comprobar, a juicio del escritor, en la obra de tres célebres novelistas dieciochescos: Henry Fielding, Laurence Sterne -especialmente en su Tristram Shandy- y Smollett, este último traductor además del Quijote.
No obstante, el interés cervantino de Barnes no le viene por la tradición británica, sino por la francesa. Sobre todo, nace de una de sus obsesiones literarias: Gustave Flaubert. "Tengo que reconocer que en una encuesta sobre las mejores novelas de todos los tiempos no voté por el Quijote, sino que opté por Madame Bovary", dice. "Era el libro favorito de Flaubert. Cuando todavía no sabía escribir, su abuelo se pasaba las tardes leyéndole el Quijote. Con sólo 10 años, intentó dramatizar algunos de sus capítulos. Ya de adulto, se pueden encontrar muchísimas referencias al Quijote en su correspondencia". Conocido sobradamente es el gusto de Barnes por seguir las huellas más mínimas de sus autores favoritos, de ahí que conozca bien muchas de esas misivas. "Una de sus últimas cartas se la dirigió a George Sand. Allí le explicaba que estaba releyendo el Quijote porque era una obra sorprendente y divertidísima. La novela de Cervantes le acompañó toda su vida".
¿Qué buscaba Flaubert en la literatura de Cervantes? "Son dos escritores opuestos. Cervantes era el narrador de la picaresca y del caos, mientras que Flaubert escribía sobre el orden. Esta oposición evidente no disminuyó la admiración del segundo. Para Flaubert, el Quijote era un libro maravilloso. Nunca cita una escena concreta. Le parecía extraordinario que en sus páginas hubiera tal ausencia de arte", apunta Barnes, y aclara: "Ese juicio no suponía una crítica, sino todo lo contrario. Era una expresión de envidia. Envidiaba el don natural y creativo de autores como Rabelais, Molière o Victor Hugo".
A pesar de la disparidad estilística que separa a ambos escritores, el autor de Mirando al sol cree que les unía algo más sólido: "Tienen en común el temperamento. Poseían la misma habilidad para combinar lo cómico y lo poético. Demuestran que es posible ser irónico con un personaje y, al mismo tiempo, comprenderlo. Cuando leí Madame Bovary creí que Flaubert había sido el primero en mostrarse comprensivo e irónico con su personaje. Después descubrí que se le había adelantado Cervantes". Además, opina, quizá no fueron tan diferentes. "El humor de Cervantes no se suele encontrar en las novelas de Flaubert, pero sí en su correspondencia". Un rasgo que sí les diferencia notablemente es su noción de autoría: "Flaubert pensaba que el autor es invisible. Cervantes, todo lo contrario".
Lecturas como el Quijote han cambiado la visión literaria de Barnes. "Antes pensaba que los grandes escritores eran eslabones de una misma cadena. Ahora me los imagino sentados alrededor de una mesa redonda. Soy capaz de saber lo que le dice Flaubert a Cervantes, pero no puedo escuchar lo que Cervantes le dice a Flaubert".
Moraleja sobre el Quijote: su envite inagotable. "Cada generación ve en la obra algo diferente, porque allí está todo: realismo mágico, modernidad, intertextualidad... Las grandes novelas, como el teatro de Shakespeare, no se acaban nunca. Por ejemplo, un director teatral polaco montó obras de Shakespeare porque describían a la perfección la crueldad de las dictaduras comunistas".
Y al final, no podía faltar una alusión a la gastronomía, otra de las grandes aficiones de Barnes: "Cervantes escribió en el Quijote una de las primeras historias de degustación del vino. Es un relato maravilloso".
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