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Reportaje:REPORTAJE

Un desenlace atragantado

Follow the money", dijo Garganta Profunda a los reporteros Woodward y Bernstein para desenredar el Watergate. La pista del dinero es también la que ha precipitado el descubrimiento de su identidad. Pero ni esto ni la peripecia del final del misterio pueden alterar el sentido de lo que fue un acontecimiento clave para el periodismo y la política de EE UU.

Bob Woodward le estaba esperando en la redacción de The Washington Post el pasado martes a las seis de la tarde: Carl Bernstein llegó por fin de Nueva York. Los dos se fundieron en un abrazo sin palabras. Woodward revolvía el pelo de Bernstein mientras le abrazaba. Aquellos dos periodistas, además del que fue su director hace 33 años, Ben Bradlee, acababan de dejar de ser las tres únicas personas que conocían la identidad de Garganta Profunda, que fue el factor clave para destapar la conjura. Horas después se supo que había más de tres en el ajo y que el desenlace del misterio fue menos romántico de lo que prometía Watergate, pero casi tan enredado como el propio caso.

Senador Mike Gravel: "El secretismo es el instrumento que los burócratas usan para ocultar la verdad y manipular a los medios"
El mensaje del nieto, Nick Jones, es que la familia ve a Felt "como un gran héroe americano que se arriesgó para salvar a su país de una horrible injusticia"
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"Fue un momento muy bonito, emotivo. Ellos dos se ven con alguna frecuencia, pero se acababa de saber la noticia y en aquel abrazo se concentró todo: el recuerdo de lo que hicieron y de los años que guardaron el secreto. El abrazo fue la culminación de esos 33 años", dice Peter Eisner, adjunto a la sección de Internacional del Post. Pero los periodistas, sobre todo Woodward, tenían muy poco que celebrar el martes.

Dos años de presión

Woodward, Bernstein y Bradlee conocían la identidad de Mark Felt, de 91 años, que en 1972 era el número dos del FBI y que suministró a los dos periodistas las pistas necesarias para investigar el caso. Para lo que no estaban preparados ninguno de los tres fue para el desenlace del misterio. No era así como Woodward, que estaba escribiendo un libro sobre Garganta Profunda, lo tenía previsto, y por eso, después de los abrazos y las fotos, se encerró con Bernstein para diseñar una estrategia urgente de control de daños. El jueves, Woodward publicó en el Post un largo artículo (unas 5.000 palabras) en el que contó cómo conoció a Felt y cómo funcionaban las filtraciones. Lo que Woodward no explicó es que desde hace dos años, la familia de Felt le presionaba para obtener beneficios económicos.

Después de intentarlo con él, probaron con la editorial Harper Collins, con la revista People y con Vanity Fair, que al final publicó el artículo sin pagar nada, aparte de 10.000 dólares recibidos por John O'Connor, el abogado amigo de la familia que lo escribió. Eso no quiere decir que no haya posibilidades en el horizonte. En un momento de lucidez, el propio Felt dijo el miércoles a los reporteros que le asediaban en su casa de Santa Rosa, en California: "Haré los arreglos necesarios para escribir un libro o lo que sea y cobrar todo el dinero que pueda". Su hija Joan alegó la deuda que tiene tras haber pagado la educación de los chicos. El mensaje oficial del nieto, Nick Jones, es que la familia ve a Felt "como un gran héroe americano que se arriesgó para salvar a su país de una horrible injusticia".

Todd Foster, director adjunto de un periódico de Virginia, escribía el miércoles: "Llevaba tres años esperando a que Mark Felt fuera identificado como Garganta Profunda". En 2002, añadió, la familia y un abogado de Felt se pusieron en contacto con él para pedirle dinero por la historia. Entre las contradicciones derivadas de la escasa claridad mental de Felt, que sufrió un derrame hace cinco años, y la voluntad de no hacer un "periodismo de chequera", no hubo trato, dice Foster: "Las empresas periodísticas serias no pagan un centavo por ninguna noticia".

Woodward reveló el jueves que había conocido a Felt en 1970, cuando era un joven teniente de 27 años asignado al jefe de operaciones navales. Una vez llevó un paquete a la Casa Blanca, y cuando estaba esperando el papeleo saludó a Felt, que también esperaba. Descubrieron dos puntos comunes -estudios universitarios en la George Washington y trabajo de asistente para congresistas-, y la insistencia de Woodward le permitió saber que Felt era un alto cargo del FBI. Al final de la charla le pidió el teléfono. Le llamó en numerosas ocasiones para solicitarle orientación. Ya en The Washington Post, Felt le contaba cosas, pero con reglas de juego estrictas para ocultar su identidad.

Woodward mantuvo el contacto y desarrolló una cierta amistad, tanta que comprobó "no sin sorpresa" que Felt era un admirador de Edgar Hoover, director del FBI, y que, en cambio, tenía la peor de las opiniones sobre la Casa Blanca de Nixon. Cuando el presidente, tras la muerte de Hoover, nombró a otro como director en funciones, Felt colmó su copa de amargura. Y cuando Woodward le llamó el 18 de junio de 1972, un día después del robo en el cuartel general del Partido Demócrata, Felt estaba más que dispuesto a hablar -"el caso se va a calentar, por razones que no puedo explicar"-, pero no por teléfono.

Precauciones de contraespionaje

En agosto, Woodward fue a su casa en Virginia; Felt le dijo que no quería más llamadas ni visitas. Le instruyó en exhaustivas precauciones de contraespionaje y estableció el sistema de señales: cuando quisiera hablar con él pondría un tiesto vacío con un banderín rojo en el fondo del balcón de su apartamento. Eso significaría una cita a las dos de la madrugada en un aparcamiento de Rosslyn, enfrente de Georgetown, al otro lado del Potomac. Si Felt tenía algo que decirle, habría una señal en la página 20 del ejemplar de The New York Times que recibía Woodward en su apartamento; las manecillas de un reloj indicarían la hora de la cita.

Muy poco a poco -"tengo que hacer esto a mi manera", dijo Felt-, la madeja se fue desenredando. ¿Por qué Garganta Profunda corrió un riesgo evidente, el riesgo que corre el número dos del FBI cuando comete una ilegalidad? "Creía que estaba protegiendo al FBI al utilizar una vía, aunque fuera clandestina, para hacer llegar información al público, para ayudar a construir la presión política necesaria que obligara a Nixon y a su gente a dar explicaciones. No sentía más que desprecio por la Casa Blanca de Nixon y sus esfuerzos para manipular al FBI por razones políticas", escribe Woodward.

Mientras, el país entero, con periodistas y políticos a la cabeza, ha pasado la semana discutiendo si Felt era un héroe o un traidor. Entre otros, los chicos de Nixon, ya talluditos, no ahorraron venablos. Gordon Liddy, antiguo agente del FBI que pasó más de cuatro años en la cárcel por el caso Watergate, dijo en la Fox que lo que hizo Felt "estuvo mal, y él lo sabía", y que ha sido presionado para revelarlo porque su familia quería dinero. "Si tenía datos sobre un delito, debería haberlo dicho a un gran jurado", añadió, para concluir: "Desde luego, no es un héroe. Ahora mismo es un penoso y patético anciano que casi no puede ni sostenerse y cuya mente unas veces está y otras no".

En el otro extremo, Mike Gravel, senador entre 1969 y 1981 y que ahora preside la Fundación Democracia, cree que Felt "debería recibir la Medalla de la Libertad por su valor y su patriotismo en defensa de la democracia". El secretismo, dice, "es el instrumento que los burócratas usan para ocultar la verdad y manipular a los medios, y la resbaladiza pendiente que conduce a la tiranía". Otros cuestionan que la historia haya concluido: "Creo que hay cosas que aún no sabemos. ¿Cómo es posible que Felt conectara con Woodward horas después de ocurrido el robo? ¿Cómo ya tenía tan claro que debía intervenir para salvar al país?", señala Roberto Suro, director del Pew Hispanic Center.

Las explicaciones de Felt -si es que está en condiciones mentales de darlas o si figuran en los papeles vendidos por Woodward y Berstenin a la Univerisdad de Texas- sobre el momento elegido y su decisión de filtrar información en lugar de presentar una denuncia sirven para un debate sobre si merece una medalla o un rejón, sobre si le movió el despecho y el odio a Nixon o el sentido del deber, al comprobar que el tramposo presidente podía salirse con la suya. Las circunstancias de la familia tras el dinero y el rocambolesco desenlace del misterio tienen también un entretenido desarrollo. Pero "para lo que sirve la revelación de la identidad de Garganta Profunda es para recordar uno de los acontecimientos más importantes en la historia de este país", asegura Lewis Wolfson, profesor emérito de la American University, ex periodista e investigador del Watergate y director de Diálogo con la Prensa.

Lo que estaba pasando, añade Wolfson, "es que había un Gobierno sin control que quería utilizar su poder para suprimir lo que luego se demostró que era un delito muy grave. Y la prensa desempeñó un papel de extraordinaria importancia en el asunto". Este enfoque es importante ahora, cuando está en primer plano en EE UU el debate sobre las fuentes anónimas: los medios serios tratan de restringir su uso, pero el secretismo de los Gobiernos se puede burlar, entre otras cosas, con el anonimato, señala Peter Eisner: "Yo creo que, aparte de todo el folclor, Woodward y Bernstein fueron ejemplos del valor del periodismo en EE UU y en el mundo, y eso sigue siendo así. En un momento en el que la gente cuestiona el trabajo de los periodistas, es bueno que haya ocurrido esto, para que discutamos sobre qué es una fuente anónima y por qué existe".

"Hay momentos, cuando no se puede obtener información de otra manera", añade el periodista del Post, "en los que personas valientes y honorables sienten que es su deber que se conozca la verdad y hacerla llegar a la opinión pública. Eso es lo que tenemos que discutir: hay muchas críticas a los periodistas, pero ¿dónde están los héroes políticos, los estadistas que dicen la verdad? No es fácil encontrarlos".

Un modelo deteriorado

Al mismo tiempo, con un nivel de confianza en los periodistas por parte del público similar al que se dedica a los vendedores de coches de segunda mano, ¿está su imagen muy deteriorada con respecto a los gloriosos tiempos de Watergate? "Sin duda", dice Lewis Wolfson. "La prensa tiene hoy muchos problemas. Watergate, que fue muy importante, se magnificó, y la película Todos los hombres del presidente, con Robert Redford y Dustin Hoffman, llegó a todo el país y sirvió para que hubiera un reconocimiento popular de lo que había logrado la prensa".

El problema, concluye Wolfson, es que "en la imagen popular, aquello quedó como el modelo de lo que deberían hacer siempre los periodistas, y luego, con el paso de los años, esa imagen no ha estado a la altura de las circunstancias. Fíjese si no, sólo para hablar de los últimos meses, en lo que ha supuesto lo de The New York Times

[el reportero Jayson Blair que se inventaba las historias], lo de la CBS

[la exclusiva basada en una fuente que falsificó papeles sobre el servicio militar de Bush] y ahora lo de Newsweek [la información, luego rectificada, de la profanación de un Corán que desencadenó manifestaciones islamistas con muertos en Afganistán y Pakistán]. La gente ve estas cosas y luego escucha hablar sobre los niveles de exigencia del periodismo, y saca sus conclusiones".

Mark Felt con su hija Joan en su casa de Santa Rosa, California.
Mark Felt con su hija Joan en su casa de Santa Rosa, California.AP
Los periodistas de <b><i>The Washington Post</b></i> Carl Bernstein (izquierda) y Bob Woodward en 1973 cuando obtuvieron el Pulitzer.
Los periodistas de The Washington Post Carl Bernstein (izquierda) y Bob Woodward en 1973 cuando obtuvieron el Pulitzer.AP

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