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REPORTAJE

Los peldaños que condujeron a una renuncia sonada

En 1972, el 37º presidente de EE UU, Richard Nixon (republicano) buscaba la reelección. Había vencido en 1969 al candidato demócrata Hubert Humphrey en una de las elecciones más reñidas de la historia norteamericana. De esa manera se había sacado la espina clavada en la contienda electoral de 1960, al perder ante John Kennedy por muy pocos votos.

Las perspectivas de reelección para Nixon eran muy buenas. Tenía un proyecto político -de indudable matiz conservador-, pero era inseguro, lo que le llevaba a cometer cualquier trampa para asegurar el resultado. Los demócratas le llamaban Dirty Dick (Ricardito, El Sucio). Por esto, y aunque todo apuntaba a una victoria fácil, ordenó a unos aventureros, casi todos cubanos, que penetraran en el cuartel general demócrata, instalado en un edificio moderno de Washington llamado Watergate, para espiar al adversario con micrófonos.

Pero el 17 de junio de 1972, los cinco hombres enviados fueron detenidos por la policía a las 2.30 de la madrugada con las manos en la masa. Dos días más tarde, The Washington Post comenzó a informar sobre el asunto enviando a un reportero de la sección Metro (local), Carl Bernstein, reforzado por un principiante, Bob Woodward, a cubrir el asunto. Éste se presentó en lo que parecía ser un juicio de tercera, pero de pronto oyó a uno de los detenidos, James McCord, que le decía al juez en voz baja "jubilado de la CIA". Cuando la foto de éste se publicó en el periódico, muchos le reconocieron por haber trabajado en el Comité de Reelección de Nixon. Era un buen cabo para tirar de él y un indicio para pensar que había mucho detrás.

Entre los efectos incautados a los detenidos había un nombre y una dirección: Howard Hunt, W. House. Woodward llamó a la Casa Blanca y pidió a la centralita que le pusiera con Mr. Hunt. Tras no localizarle en su lugar habitual, la voz le dijo que quizá estuviera en la oficina de Charles Colson, un asesor relevante del presidente. No estaba allí, pero los periodistas se hicieron varias preguntas: ¿Por qué figuraba en la agenda de los asaltantes el nombre de Hunt, que había sido un importante agente de la CIA y asesoraba a la Casa Blanca? ¿Por qué en centralita se suponía que Hunt estaría en el despacho de Colson?

Así comenzó la investigación periodística que habría de acabar con la dimisión, por primera vez, de un presidente de Estados Unidos. Como se fue sabiendo más tarde, la Casa Blanca, con Nixon al frente, habían montado además otra operación para tapar el escándalo Watergate y torpedear al Post.

No obstante, el 10 de octubre de 1972 el diario informó de que una investigación policial había determinado que el asalto a las oficinas de los demócratas formaba parte de un plan general de espionaje y sabotaje para favorecer la reelección de Nixon. Todavía quedaba por recorrer un largo camino. En noviembre, el presidente obtuvo sobre el senador George McGovern una de las victorias electorales más cómodas que demostraron cuán estúpido e innecesaria había sido la aventura en el edificio Watergate.

Las informaciones periodísticas con nuevos datos fueron cobrando vigor hasta el punto de que el 30 de enero de 1973 McCord y el ex agente del FBI Gordon Liddy, que había diseñado el plan de espionaje, fueron declarados culpables por un juez. El 30 de abril, los principales consejeros de Nixon, H. R. Haldeman y John Erlichman, los alemanes, junto con el Fiscal General, Richard Kleindiest, se vieron obligados a dimitir.

Entonces, a la investigación periodística se sumaron otras tres: la judicial, dirigida por John Sirica; la ordenada por el propio poder ejecutivo y encargada a un fiscal especial, Archibald Cox (al que destituiría Nixon por tomarse el trabajo en serio), y la política, impulsada por un comité del Senado (con representantes de los dos partidos), encabezado por el veterano senador demócrata Sam Ervin, cuyas audiencias se televisaron en directo.

El 3 de junio, el ex consejero de Nixon John Dean, destituido por el presidente, reveló a los senadores que había discutido con Nixon en 35 ocasiones el plan para ocultar el asalto al Watergate. El 13 de julio, Alexander Butterfield informó que desde 1971 Nixon estaba grabando todas las conversaciones, personales y telefónicas, de sus oficinas y dependencias.

Era un descubrimiento sensacional porque en algunas de ellas tenía que haber referencias al escándalo. Diez días después el presidente se negó a entregar a los senadores las cintas correspondientes. Entonces le exigieron las transcripciones exactas, pero éstas aparecieron con grandes lagunas e inexactitudes. Nixon dijo que por error de su secretaria personal, Rose Mary Woods, algunas cintas se habían borrado. Newsweek sacó en portada a la secretaria en la inverosímil postura que tendría que haber adoptado para que eso ocurriera.

La controversia por las cintas llegó hasta el Tribunal Supremo en julio de 1974, que da la razón a los que las reclaman. La Cámara de Representantes inició entonces un proceso constitucional (impeachment) a Nixon para conseguir su destitución. El cerco se estrechaba, por lo que el presidente decidió dimitir el 8 de agosto. El titular del Post al día siguiente fue un escueto Nixon dimite.

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