Nadal vive en la gloria
El español derrota al 'número uno' mundial, el suizo Federer, y en el día de su 19º cumpleaños se proclama finalista en París
"¡Sííí!", gritó mientras se dejaba caer de espaldas en el suelo. Su sonrisa infantil, sus gestos de niño y la ilusión desbordante que se deslizaba por todos sus poros delataban el gran momento que estaba viviendo. Rafael Nadal consiguió su objetivo. Llegó a París diciendo que venía a divertirse, pero desde el primer día albergó la esperanza de poder disputar la semifinal del torneo contra el número uno mundial, el suizo Roger Federer, justamente el día en que cumpliría 19 años. Quería regalarse una victoria. Y ayer lo logró. Se impuso por 6-3, 4-6, 6-4 y 6-3 en dos horas y 47 minutos y se clasificó para la final de Roland Garros, la primera gran final de su vida, en su debú en el torneo parisiense. Su último rival será el argentino Mariano Puerta, 37º del mundo, que derrotó al ruso Nikolay Davydenko en cinco sets.
Luchó por cada punto. Buscó cada bola incluso rozando las sillas de los árbitros de línea
"¡Es increíble!", dijo al salir de la pista sin haber perdido la sonrisa que siempre adornó sus labios. "¡Haber ganado al número uno, en la pista central de París y estar en la final de Roland Garros! ¡Es un sueño hecho realidad!", añadió. Y después agradeció la actitud que había mantenido Federer durante todo el partido. "Para mí, es el mejor. Y no sólo por su tenis, que también, sino personalmente, en todos los demás aspectos".
En el palco, toda la familia Nadal, encabezada por los padres de Rafa, Sebastián y Ana María; y, con los tres hermanos, Rafael, Miquel Àngel y Toni sentados en la primera fila del palco de jugadores, sus respectivas esposas y los hijos de Toni. Todos de pie, todos con los brazos alzados, todos admirando y congratulándose de la hazaña que acababa de lograr Rafa. "Hemos venido a París a ver un gran partido de tenis, no a animar a Rafa", había dicho Miquel Àngel, el ex futbolista del Barcelona, el Mallorca y la selección española. Pero en la cancha apenas pudieron contenerse. Y sostuvieron constantemente a Rafa.
Puede que Federer entrara en la pista sin dar a Nadal todo el valor que realmente tenía, pero no tardó nada en descubrir que el joven que tenía delante era bastante distinto del que se enfrentó a él hace tan sólo unos meses en la final de Miami. Federer había aprendido de aquel partido. Al menos, así lo confesó. "En cinco sets puedes saberlo todo sobre el juego de tu rival", advirtió un día antes de entrar en el partido de las semifinales de París.
Sin embargo, para Nadal aquello también fue una lección. Y la conclusión que sacó de allí fue que no podía dar por enterrado a Federer hasta que hubiera ganado la última bola del partido.
Esta premisa fue determinante ayer. Desde el primer punto, la convicción de Nadal en la victoria fue total. Luchó por cada punto como si le fuera la vida en ello. No dio ninguna bola por perdida. Las buscó incluso rozando las sillas de los árbitros de línea. Y, con esa entrega, obligó a Federer a un sobreesfuerzo al que está poco acostumbrado. Los puntos no eran gratuitos. Allí no había concesiones. Cada bola de Federer que se quedaba corta era un obús que le volvía y la pérdida del control del punto. La exigencia era enorme. Y le pesó incluso al mismísimo número uno del tenis.
Como es costumbre, Nadal comenzó el partido con una rotura del saque del rival. Algunos expertos y el mismo Nadal aseguran que eso ocurre porque sus contrincantes entran en la pista un poco atemorizados. Pero en este caso la premisa resultaba cuestionable. Sin embargo, cuando Nadal logró el segundo break y se colocó con 4-1, quien más, quien menos, dio por finiquitada la manga. Lo que parecía increíble era que, al final, Federer hubiera cedido nada menos que ¡cuatro veces su servicio! Eso no es lo habitual en el número uno, un jugador que había llegado a las semifinales de París sin haber perdido ni un set.
Algo nuevo debía hacer Federer para tratar de frenar la avalancha de juego de Nadal. Y buscó lo mejor de sí mismo. Intentó calmarse; no perder los nervios porque un chico de 19 años, cumplidos ayer mismo, le estuviera ganando. Lo encontró. Ajustó su saque, sus golpes de fondo. Buscó las líneas y consiguió desestabilizar a Nadal y colocarse con 5-1 en la segunda manga. Pero ni siquiera entonces pudo estar tranquilo. Incluso en aquella situación Nadal seguía luchando, continuaba buscando cada punto. Y parecía incluso capaz de levantarla.
Aunque perdió el segundo set, Nadal prosiguió con su lucha particular. Cada golpe en la línea, dando profundidad, liftando cada bola para levantarla y crear problemas a Federer. Y el helvético acusó la presión. Se le exigía que jugara siempre al máximo nivel, que sus bolas fueran a las líneas, que no fallara y que ajustara su saque, el golpe con el que más problemas tuvo. Y todo eso fue excesivo incluso para él. "Empecé mal y terminé mal", se lamentó; "levanté mi nivel de juego, pero no lo suficiente para ganar a Nadal".
El mallorquín llega a la final tras haber ganado 23 partidos consecutivos en tierra batida. Llega como el mejor en esta superficie. Y parece difícil que Puerta pueda evitar que mañana levante la Copa de los Mosqueteros.
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