Una sátira sin indignación

El segmento espacial que abarca La fiesta del asno (no sé si el autor ha querido rendir algún homenaje a la excelente novela de Mario Vargas Llosa La fiesta del Chivo), de Juan Francisco Ferré, abarca sustancialmente la imaginería política, territorial e ideológica de la banda terrorista ETA. El dibujo del protagonista, llamado Gorka, es inequívoco de la intención satírica que Ferré ha insuflado a su novela. No sé cuál es el concepto que tiene el autor de esta novela de lo que debe ser una sátira, pero a juzgar por lo que he leído me parece que él se lo ha pasado estupendamente. Y es evidente que esos buenos momentos que el autor ha pasado al escribir su sarcástica novela son los mismos que ha intentado que el lector también experimentara. Y no hay ninguna duda de que uno se ríe con el mencionado Gorka, un descerebrado sujeto que practica su particular criterio de la proximidad humana acercándose a sus víctimas para descerrajarles, en aras de su patria, un tiro en la nuca. Pero cuando uno ha acabado de leer La fiesta del asno, comprueba con cierta pesadumbre que para tratarse de la historia de un individuo tan inhumano, uno probablemente se ha reído demasiado. Voy a plantear la cuestión de otra manera. Salvando todas las distancias cuantitativas, aunque no cualitativas, de saberse los horrores del Holocausto, ¿se hubieran filmado películas como El gran dictador (1940) o Ser o no ser (1942)? Yo creo que no. Por eso me he planteado antes mis dudas sobre el concepto que tiene Ferré de lo que debe ser una sátira. De todas las interpretaciones que la preceptiva literaria le asigna a la sátira, a mí me vale la de Juvenal, un ejercicio de indignación moral, de mordacidad y compromiso civil, elementos que, salvo la mordacidad, en esta novela veo brillar por su ausencia.

La novela de Juan Francis-

co Ferré ha sido prologada por el escritor Juan Goytisolo. El autor de Señas de identidad ha quedado fascinado con la novela de Ferré. Le ha fascinado sobremanera su incorrección política, le ha gustado que Ferré satirizara al nacionalismo de "uno y otro bando", aunque uno, a decir verdad, sólo vea en esta novela la ridiculización de un solo nacionalismo, con lo mucho que tenía Ferré para satirizar el otro después de las grotescas arengas patrióticas del ex ministro Trillo en el tristemente célebre affaire de la isla de Perejil. También dice Juan Goytisolo que "los lectores de la novela no deben deducir que se trata de una mera parodia corrosiva de la banda terrorista, aunque también lo sea". Es verdad que La fiesta del asno intenta que el lector ponga atención a otros niveles de la sociedad, entre ellos los media, como vehículos a veces de la espectacularización de la tragedia humana que supone todo terrorismo. Pero la sensación hegemónica es la de una panzada de esperpentización del fenómeno terrorista y su cobertura ideológica. Un esperpento en el que todo vale (siempre se alude en la novela al vasco o euskera con fórmulas como "el idioma nativo", "la lengua secular", algo así como si después del Holocausto se tuviera el derecho o la obligación de satirizar el alemán, o los bosques, lagos o praderas germanos), pero del que uno difícilmente puede salir de sus páginas con la suficiente dosis de indignación ética, que es lo que siempre se merece un terrorista, independientemente de lo que la alta política decida negociar para terminar con esta pesadilla.