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Reportaje:

Alto el fuego en Perpiñán

Las autoridades francesas recurren a un masivo despliegue policial para evitar nuevos disturbios entre magrebíes y gitanos

Miquel Noguer

Como palabras vacías. Así sonaban ayer en el barrio de Saint- Jacques de Perpiñán (sureste de Francia) las palabras del primer ministro francés, Dominique de Villepin, refiriéndose a la creación de empleo como la prioridad número uno de su flamante Gobierno. Para los habitantes de esta deprimida zona del barrio gitano de la ciudad, los únicos que tienen el empleo garantizado son el millar de policías que desde el pasado domingo patrullan sus destartaladas calles en una apabullante demostración de fuerza. El objetivo: evitar a toda costa que se repitan los graves disturbios del pasado fin de semana tras el asesinato de dos hombres de origen magrebí.

Pero no lo tendrán fácil. La furia de la comunidad norteafricana por la insuficiente protección que dicen recibir de las autoridades, y una creciente rivalidad con la comunidad gitana, a la que consideran demasiado mimada por el Ayuntamiento, están dificultando, y mucho, cualquier intento de volver a la normalidad.

Perpiñán y su área metropolitana cuentan con cerca de 160.000 habitantes. Entre ellos, unas 12.000 personas de origen marroquí y otras 8.000 de etnia gitana. Mientras que marroquíes y argelinos llegaron a la ciudad sobre todo a partir de 1950, los gitanos presumen de haber echado raíces ya en el siglo XVI como consecuencia de su expulsión de Barcelona y otras ciudades catalanas. De hecho, la mayor parte de estos gitanos sigue utilizando el catalán como idioma habitual. El barrio de Saint-Jacques ha sido y sigue siendo su feudo tradicional.

El linchamiento de un joven de origen magrebí por parte de un grupo de gitanos, el domingo de la semana pasada, y la muerte a tiros de otro hombre franco-marroquí, el pasado fin de semana en pleno barrio gitano, parecen haber hecho trizas el clima de entendimiento que reinaba en esta ciudad. Tras los graves disturbios en el barrio, algunas familias gitanas han huido a otras poblaciones por miedo al clima de violencia.

Para el sociólogo de la Universidad de Perpiñán Ahmed Bin Naoum, la rivalidad entre gitanos y marroquíes nunca ha sido preocupante, aunque destaca elementos de desigualdad: "Ambas comunidades están sometidas al desarraigo y a la marginación, pero en el caso de los gitanos las cosas empeoran porque suelen tener menos formación y menor cultura del trabajo", explica.

La biografía de Francisco Escuder, uno de los ancianos gitanos del barrio, le da la razón. Con 70 años y cuatro hijos, nadie en su familia tiene un empleo estable. "No hay trabajo para nosotros", asegura, en perfecto catalán, mientras observa con desdén a la cincuentena de policías que esta soleada mañana de primavera patrullan por su calle. Dice no tener nada en contra de los marroquíes y que tiene amigos entre ellos, pero justifica que los gitanos puedan llevar armas de fuego: "Somos menos que ellos, tenemos que defendernos".

Aunque los líderes de las comunidades gitana y marroquí llaman incesantemente a la calma, Francisco Escuder teme lo peor, pues en su opinión "los jóvenes ya no hacen caso a los viejos". Y prosigue: "La policía acabará por marcharse y nos dejarán aquí, como siempre". ¿Qué harán entonces? "Si los moros vuelven, les recibiremos a tiros".

Así las cosas, el teniente de alcalde de Perpiñán, Jaume Roure, se esfuerza en asegurar que, pese a tan serios incidentes, "no puede hablarse de tensión entre gitanos y magrebíes" y que el supuesto favoritismo municipal hacia la comunidad gitana se limita a "dejarles vivir como siempre lo han hecho".

Tras los disturbios, las medidas son radicales: juicios rápidos para los 34 detenidos, 1.000 policías en la calle y niños sin colegio por miedo a salir de casa. Días de dolor y rabia para dos comunidades condenadas a entenderse.

Vecinos del barrio de Saint-Jacques, en Perpiñán, ayer, junto a agentes policiales desplegados en una calle.
Vecinos del barrio de Saint-Jacques, en Perpiñán, ayer, junto a agentes policiales desplegados en una calle.EFE

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Sobre la firma

Miquel Noguer
Es director de la edición Cataluña de EL PAÍS, donde ha desarrollado la mayor parte de su carrera profesional. Licenciado en Periodismo por la Universidad Autónoma de Barcelona, ha trabajado en la redacción de Barcelona en Sociedad y Política, posición desde la que ha cubierto buena parte de los acontecimientos del proceso soberanista.

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