Chirac: pocas bazas para tamaño envite
El presidente francés es la primera víctima de un órdago europeísta jugado de farol
Convencido de su baraka, Jacques Chirac ha abrazado casi todas las opiniones a lo largo de su carrera y ha defendido opciones diversas, porque las ideas son para él secundarias frente al objetivo de obtener o conservar el poder. Pero esta vez ha ido demasiado lejos: jugarse la estabilidad del proyecto europeo a un referéndum entre los franceses -al que nada le obligaba- era un órdago excesivo para las bazas con que contaba.
No es que sea un veleta: simplemente se trata de un político sumamente experimentado, que no está dispuesto a sacrificar el poder. En 1976 fundó el partido neogaullista Unión por la República (RPR, en siglas francesas) con la finalidad de aliar "la defensa de los valores esenciales del gaullismo" con las aspiraciones de un "laborismo a la francesa". Una veintena de años más tarde abordó su primer mandato presidencial con recortes al Estado de bienestar y la orden de hacer estallar unas cuantas bombas nucleares de prueba para demostrar que Francia seguía en primera división. Pero en su segundo mandato ha liderado el pacifismo europeo frente al belicismo de George W. Bush, intentando hacerlo compatible con recortes de impuestos y preparativos para privatizar grandes empresas que permanecen en manos del Estado. Ha cambiado de opinión muchas veces porque tiene una visión muy utilitarista de la política.
Temeroso de desatar una guerra de sucesión, se negó a cambiar a su primer ministro
No es un veleta; es un político experimentado que no quiere sacrificar el poder
Lo que menos se le puede reprochar es la falta de europeísmo. Tardó en apoyar el referéndum sobre el Tratado de Maastricht, de 1992 (antes se había opuesto a la ampliación de la Comunidad Europea a España y Portugal), pero al final lo hizo y arrastró a una parte del neogaullismo hacia el proyecto europeo, hasta entonces defendido en Francia esencialmente por centristas y socialistas (François Mitterrand, Jacques Delors).
Sin embargo, pedir el voto favorable a la Constitución europea ha sonado a falso cuando su propio Gobierno culpa sistemáticamente "a Bruselas" de los males nacionales. Unas veces, por depender del permiso de la Comisión Europea para rebajar el IVA a los hosteleros; otras, porque el colegio de comisarios se ha resistido a permitir que engorde el déficit presupuestario francés o porque ha dificultado las "ayudas de Estado" a empresas como Alstom, símbolo de la industria francesa en dificultades. Contarles a las clases populares francesas que Europa es estupenda, cuando sus intereses inmediatos lo desmienten; hacer como que lo importante es dotarse de instituciones para gobernar la UE de 25 miembros, cuando los trabajadores franceses temen el dumping de los ciudadanos del este de Europa y la capacidad de estos países para llevarse empresas radicadas en Francia, gracias a sus bajos niveles de imposición y de salarios; eran demasiadas contradicciones y superarlas habría exigido un liderazgo más convincente y un compromiso bien armado entre los sacrificios del presente y el futuro de una Europa capaz de hacerse más fuerte en un mundo globalizado.
El líder de la gerontocracia francesa (Chirac cumplirá 73 años en noviembre) se ha visto arrollado. Tampoco podía esperar una ayuda decisiva de sus lugartenientes, que llevan años peleándose para colocarse bien con vistas al relevo de Chirac, y que se vieron aguijoneados por una serie de resultados electorales adversos durante el primer semestre de 2004 (elecciones regionales y europeas, todas ganadas por la izquierda frente a los candidatos de Chirac). Temeroso de desatar una guerra de sucesión en sus propias filas, Chirac se negó a cambiar a su quemado primer ministro, Jean-Pierre Raffarin, y prefirió aguantar con él, jugando a la división de la izquierda como modo de ofrecer un respiro a su campo político.
Negociador y firmante del tratado, en nombre de Francia, Chirac ha echado un órdago sobre la cuestión europea, sin lograr otra cosa que perder la partida. Con el drama añadido para él de que no puede renunciar al poder, sin haber hecho los preparativos necesarios para que se respete su inmunidad cuando no sea presidente, puesto que varias investigaciones judiciales están paradas a la espera de que eso ocurra.
En 1992, Mitterrand puso a contribución el prestigio que le quedaba para convencer a los franceses de que les convenía decir sí al Tratado de Maastricht y aceptar la futura moneda europea común. En 2005, Chirac no ha podido hacer lo mismo frente a la suma de neofascistas, extrema izquierda, parte del socialismo y sectores soberanistas contrarios al tratado constitucional. Francia se apunta de nuevo a una simbólica silla vacía, tan cara a la política llevada en su día por el general De Gaulle.
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