Laberinto mental
Los equívocos -vamos a llamarlos así- de la identidad personal han propiciado argumentos variopintos y sagaces, como los concebidos por Chesterton, o enfáticos atolondramientos -mucho más abundantes y más aburridos- que dan por hecho, sin demasiadas explicaciones, que la invitación a ser otro supone un pedregoso proceso de perplejidad que se articula, en general, mezclando aspectos que aún prevalecen de la vida anterior con las reclamaciones e impostaciones de la nueva personalidad. Un tema, como se ve, muy antiguo y actual, y tan prestigiado que resulta espinoso oponerle alguna sospecha.
Budapest, de Chico Buarque, pertenece a este grupo de novelas en las que el protagonista narra su propio desbarajuste, una suerte de exilio interior, al parecer debido a la extrañeza que le provoca toparse con el idioma húngaro. Digo al parecer, porque la extrañeza del protagonista está ya anticipada antes de que ocurra nada, de modo que acumula sus páginas como un reflejo de su laberinto mental. Y lo hace con tan inmoderado capricho que se diría que la novela se escribe para que la lea sólo el narrador. La cabeza de éste, en todo caso, no repara en ninguna noción de acción y tiempo, y menos aún en ningún orden narrativo. Al expulsar acción, tiempo y orden, lo que queda es una mente soberana, pero tan antojadiza que difícilmente el lector puede seguir sus conmociones. Y las de nuestro personaje son muchas, todas expuestas con una incitación que quiere hacer creer que no está perdido en un idioma y en una ciudad, sino extraviado en el desdoblamiento de ser José Costa, brasileño, o acaso Zsoze Kósta, ciudadano generado por la relación con su profesora de húngaro, que también es su amante. La vida en Budapest y la anterior, en Río, se solapan, no en sus desplazamientos, que los hay, sino por la espesa ambigüedad con que el narrador amasa sus delirios, el más importante ser reconocido como autor, ya que se trata de un escritor anónimo de éxito, o sea, "negro" que proporciona fama literaria a otros, sin él recibir el merecido reconocimiento, ni siquiera de su mujer, notoria presentadora de televisión. Así las cosas, en sus devaneos no tiene reparos en apropiarse de la obra de un poeta húngaro, y creerse que la ha escrito él. Ya se sabe, la poesía es la más alta consagración literaria, aunque se alcance en el ámbito imaginario. En Budapest Chico Buarque ha incurrido, con excesiva prolijidad, en los excesos derivados del interiorismo emocional del hombre perplejo, y se ha olvidado, sorprendentemente, de la obligación de hacerlo creíble.
BUDAPEST
Chico Buarque
Traducción de Mario Merlino
Salamandra. Barcelona, 2005
159 páginas. 11,20 euros
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