Esperando que nadie hable por nosotras
El pasado 21 de abril se aprobó en el Congreso de los Diputados el proyecto de ley que permite la celebración de matrimonios para personas del mismo sexo. Tuve la fortuna de presenciar ese día histórico. Mientras esperaba los tediosos debates previos sobre el Plan Hidrológico Nacional y la Ley de Divorcio (este no tan aburrido) la tribuna de invitados se fue llenando de activistas que hemos trabajado durante mucho tiempo en las diferentes comunidades autónomas. Y volví a entristecerme. El 90% de los invitados eran hombres. Las mujeres lesbianas apenas estábamos ese día como nos corresponde a nuestra representación vital. Ellos siguen hablando por nosotras, mostrando una realidad que no es completa. Y nosotras seguimos calladas, esperando que nadie hable de nosotras mientras vivimos.
El sábado pasado, en un programa sobre el mundo "rosa", hablaba un conocido presentador que hace algún tiempo dijo que era homosexual. Recordaba que las familias no las elegíamos, que era necesario a veces romper con ellas para que nadie nos castigara por ser como somos; y puso el ejemplo en varias ocasiones del chico gay que está en su pueblo en un entorno opresivo. Las chicas lesbianas no estábamos en su discurso.
¿Dónde estamos las mujeres lesbianas?, o mejor dicho ¿por qué no estamos las lesbianas en los espacios públicos?. ¿Son los costes tan altos para que nos avergoncemos de nuestro lesbianismo y sigamos ocultándolo? Me gustaría responder un no rotundo, pero lamento constatar la lentitud de nuestros progresos. Es más, mientras los hombres gays dan pasos agigantados hacia su posición como tales en la sociedad, la mayoría de las mujeres lesbianas asumen su lesbianismo en el espacio privado, en lo más íntimo. Tenemos referencias de políticos, actores, presentadores, escritores abiertamente gays. Pero ¿cuánto tiempo tenemos que pensar para encontrar una política abiertamente lesbiana?, o ¿una actriz (que no su personaje) o una escritora? Cronométrelo, probablemente más del que haya imaginado.
Sin embargo, me gusta la autocrítica. Y para ello hemos de ir a las raíces del problema.
Las mujeres, esa parte de la población tan necesaria (solo para reproducir la especie) y a veces tan molesta, sobre todo para algunas instituciones religiosas que nos han perseguido hasta la muerte, acusándonos de brujas, insanas (por tener la regla), y poco menos valiosas que unas cuantas ovejas o vacas, depende del lugar de la tierra donde nos encontremos; las mujeres que hemos sido apartadas de los lugares de decisión, de poder, de control, porque sólo teníamos una función: procrear y cuidar, alimentar y servir. Las mujeres absolutamente controladas; asi ¿cómo es posible que dos mujeres puedan amarse? ¿Cómo dos mujeres osan apartarse del sistema establecido, negando su primordial objetivo? Siempre hubo mujeres que tuvieron relaciones lésbicas, y siempre fueron y son muy discretas. No se trata de llevarlo en la frente escrito, que al parecer molesta mucho, sino que se viva con normalidad. Y eso precisamente es lo que no hemos hecho. Vivir con normalidad.
No estamos tan lejos de los tiempos de La Casa de Bernarda Alba, mujeres sin poder salir a la calle, obligadas a un destino certero. Hemos avanzado mucho, qué duda cabe, gracias al esfuerzo de las hijas con la complicidad de las madres, pero aún sigue siendo tabú la sexualidad, y más aún la homosexualidad de las mujeres. Los estereotipos funcionan machaconamente y lo desconocido provoca recelos, desconfianza, y muchos prejuicios, elaborados para que sea temido y por ello indeseable. Todos encontraron a la asesina perfecta en Dolores Vázquez. Las mujeres feministas de los años sesenta y setenta fueron tachadas de lesbianas, para señalarlas con el peor insulto y desprecio social. El lesbianismo era visto como un conjunto de marimachos que querían ser hombres, y se comportaban como tales, perdiendo así los elementos más preciados de la mujer: su sensualidad, su feminidad. Lo malo de los estereotipos es que generalizan, y aunque es posible que algunas lesbianas buscaran la posición que tienen los hombres simplemente por haber nacido como tales, la mayoría de las lesbianas buscan vivir con la misma normalidad social que cualquier otra persona. Las lesbianas somos mujeres que amamos a mujeres (preferiblemente lesbianas, que siempre hay alguna que piensa que por habernos sentado a su lado mientras tomábamos el café en el trabajo queremos ir más allá), mujeres que hemos decidido conquistar nuestra vida siendo lo que sentimos y no lo que nos decían que teníamos que ser, como muchas otras mujeres en otros contextos. Pero nosotras seguimos ocultándolo. Y mientras nosotras no demos otro paso más, y no nos avergoncemos de lo que diga nuestra vecina, o nuestros compañeros de trabajo, mientras nosotras no reivindiquemos el espacio que nos corresponde, y demos otro paso más, nadie lo hará. A pesar de nuestra invisibilidad, somos nosotras las que tenemos la responsabilidad de mostrarnos en nuestra diversidad. Probablemente no pase nada.
Charo Santos es la presidenta de la Federación Andaluza de Lesbianas, Gays, Bisexuales y Transexuales Colegas.
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