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Reportaje:TENIS | Comienza el torneo de Roland Garros

Un gladiador en París

Rafa Nadal debuta como favorito aupado por su juventud, su espíritu ganador, su gran fuerza mental y su poderío físico

Carlos Arribas

Rafa Nadal tiene un revés normalito. Cuando saca, Rafa Nadal se conforma con poner la bola en juego, sin pensar en una estrategia, sin colocarla junto a las líneas. Rafa Nadal es derrochador de energía, lo contrario a la eficiencia en la pista. Rafa Nadal debería ser un jugador más, uno del montón, un buen drive, demasiado liftado de todas maneras, y unas buenas piernas, y poco más. Y, si se hace caso a los agoreros, demasiado propenso a las lesiones.

Así hablan los expertos, los técnicos. A Rafa Nadal le gusta llevarles la contraria, romper esquemas. Sus rivales, que no son los expertos, lo saben. Le temen.

Los jugadores a los que se enfrenta Rafa Nadal salen a la pista convencidos de que van a perder; seguros de que les va a costar intercambios eternos conseguir un punto ganador, lograr que Rafa Nadal no llegue a una bola, evitar un resto demoledor. Mats Wilander ya lo advirtió a principios de temporada. "Nadal mete miedo", dijo. "Nadie se le va a resistir".

A quien más recuerda es a Muster, el último zurdo que ha ganado en Roland Garros
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Rafa Nadal intimida. Rafa Nadal es una fortaleza mental que nunca se hunde. Domina sus emociones durante el partido. Su carácter ganador no le permite dar una bola por perdida. Sabe que puede superar cualquier situación en la pista, ya tenga problemas físicos o desventaja en el marcador, ya diluvie o ya abrase el sol. Rafa Nadal no duda. Juega con tranquilidad los puntos decisivos. Transmite fortaleza y alegría.

No es mala referencia la de Wilander, el sueco que ganó Roland Garros en 1982 a los 17 años, en su primera participación. No fue errónea tampoco su profecía. Desde enero, Rafa Nadal ha jugado 47 partidos, ha ganado 41 y ha perdido sólo seis (en tierra batida sus núeros son 31-2), ha disputados seis finales y ha ganado cinco. La única que perdió fue en el cemento de Miami ante Roger Federer. Han sufrido su ley los argentinos que en 2004 dominaron el circuito de la tierra batida -Gaudio (ganador del Roland Garros), Coria, Cañas-, el francés de su misma edad -18 años y 11 meses- y la misma clase Richard Gasquet, el último español que ganó Roland Garros (Ferrero)... Y, sobre todo, ha despertado la admiración de los cronistas de todo el mundo, italianos, ingleses, franceses, estadounidenses, todos felices de la llegada de un joven sin complejos, de su aliento fresco, de su imagen, felices de trabajar en aras de la Nadalmanía.En la mitificación de un jugador que deja fríos a los gourmets más delicados, que emociona como ninguno a todos los demás, a todos los que no limitan el tenis a un ejercicio de estilo.

Hay urgencia para incluir a Rafa Nadal en el mismo club de Ken Rosewall, Boris Becker, Bjorn Borg, Michael Chang, Pete Sampras, Stefan Edberg y Mats Wilander, los gloriosos antepasados que también ganaron un grande antes de cumplir los 20 años, pero todo el mundo coincide en que el tenista a quien más recuerda el zurdo de Manacor es al austriaco Thomas Muster, el último zurdo que ha ganado en Roland Garros (hace 10 años, en 1995), un portento físico, un portento mental. Un gladiador de la pista. Como Nadal.

Andre Agassi se sorprendía, se asustaba, de su cuerpo musculado, del tríceps de su brazo izquierdo, de sus gemelos de mediofondista, de su cuello -ejemplo de la fuerza de la herencia genética: intenten recordar el corpachón de su tío Miguel Ángel, el futbolista del Barça-, que le parecían extraños en un adolescente de 18 años. Pero no es eso, no es sólo eso. En los exámenes de laboratorio, en el test de Bosco, Rafa Nadal muestra una capacidad de salto, un índice de su fuerza, muy superior al de todos los demás tenistas, similar a la que puedan tener las saltadoras de longitud de elite mundial. Rafa Nadal tiene un consumo de oxígeno -el principal parámetro para medir la resistencia de un deportista, también de clara componente genética- de 72 mililitros por minuto y por kilo, según los tests efectuados por Ángel Ruiz Cotorro, el fisiólogo de la federación. Es un consumo muy superior al de la media de los tenistas, que rondan entre 50 y 60, más cercano al de un ciclista o un atleta de fondo, lo que le permite seguir con vida cuando todos los demás se arrastran, lo que le permite recuperarse mejor entre punto y punto, entre partido y partido, llegar a pelotas muy difíciles con tiempo suficiente para ganar el punto. Pero no es sólo eso.

Rafa Nadal derrotó a Guillermo Coria en la final más larga de la historia del torneo de Roma, más de cinco horas. Para hacerlo luchó, corrió, resistió, aguantó dolorosas ampollas en la mano izquierda, jugó al tenis, la dio fuerte, derrochó energía, llevó la contraria a todos. Para hacerlo logró combinar en el momento clave su fuerza mental, su frialdad, su tranquilidad, su talento, su fuerza, su velocidad, su resistencia, su potencia. Ésa es la marca de Nadal, lo que le eleva por encima de todos. Lo que no está nada mal para un jugador sin revés, sin saque, el tenista que derrocha energía.

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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