La decisión de Atutxa
El Parlamento vasco intentará mañana, y ya por décima vez, elegir a su presidente. En las nueve anteriores ha sido imposible ante el pertinaz empate registrado entre el nacionalista Atutxa y el socialista Buen. Si la situación se mantiene, es posible que Atutxa no tenga más remedio que renunciar, aunque su partido se oponga. Pues a estas alturas es evidente que, efectivamente, como dice el PNV, hay un veto personal contra Atutxa, y en esas condiciones, carecería de la autoridad y el reconocimiento necesario para desempeñar un cargo de naturaleza arbitral.
La elección del presidente de una cámara parlamentaria es, por definición, muy personalizada. No se elige al representante de un partido, como ocurre en otro tipo de votaciones, sino a una persona en particular: a alguien de quien quepa esperar un comportamiento no puramente partidista. Atutxa reunía esa característica cuando fue elegido por primera vez hace ocho años, tras siete como consejero de Interior. Pero su actuación como presidente se ha caracterizado por todo lo contrario, sobre todo en los últimos cuatro años: por cambios de interpretación del reglamento para favorecer a su partido y por una llamativa falta de ecuanimidad.
Volver a presentarle ha sido una temeridad del PNV, que, sin mayoría absoluta, estaba obligado a negociar una candidatura de consenso; pero era evidente que los dos principales grupos de oposición, PP y PSOE, no podían aceptar una fórmula que le incluyera. Socialistas y populares han dicho claramente que aceptarían otro candidato del PNV, pero esa posibilidad ha sido desechada por éste, que ofrece negociar todo menos eso. La situación tiene difícil salida porque ceder ante el empecinamiento del PNV sería convalidar comportamientos inaceptables. Pero también es difícil que éste renuncie ahora, porque interpreta que hacerlo sería desautorizar a Atutxa, dando la razón a quienes le vetan.
Como consejero de Interior, Atutxa cumplió con su deber y ello le valió cinco intentos de asesinato por parte de ETA y alguna seca advertencia del ala más radical de su partido. Ahora se exhibe ese pasado como argumento para desautorizar el veto de socialistas y populares, diciendo que coinciden "objetivamente" con los de las tierras vascas. Sin embargo, lo que la situación pone de manifiesto es la falta de escrúpulos de quienes le forzaron a jugar un papel partidista que le hizo perder el prestigio ganado entre los demócratas. Nada le ayudaría tanto a recuperarlo como un gesto de renuncia que permitiera desbloquear este lío.
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