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Columna
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Heroína real

Vicente Molina Foix

Fui al poblado de Las Barranquillas con un amigo inglés, y lo encontramos menos populoso de lo que decían. James, mi amigo, está trabajando en el proyecto inglés de una película sobre los marginados de la periferia de España, y quería ver, aprovechando su estancia en Madrid, imágenes del lumpen de la droga. Tuvimos ofertas de papel albal a muy buen precio y también de sustancias prohibidas propiamente dichas; un hombre que debió de ser guapo antes de su extrema delgadez actual, atónito por nuestro desdén consumista, se ofreció a conseguir algo de lo que yo nunca había oído hablar: una pastilla que hace caudaloso, aun en los hombres mayores, el líquido seminal. Ni siquiera ésa nos tentó.

Luego he sabido que Las Barranquillas está pasando de moda, y el circuito del caballo anda últimamente por la Cañada Real Galiana, novelesco nombre para un lugar desolado e histórico: el rey Alfonso X promulgó un decreto en 1273 prohibiendo que se edificase en sus terrenos, dejando así vía libre a las ovejas trashumantes. Ahora consiste, según las fotografías, en una larga calle de 15 kilómetros donde habitan, en mansiones de lujo y en chabolas, todas naturalmente ilegales, 40.000 almas (en las fotos se distinguen los automóviles, las fincas con piscina y los galpones, no las almas).

Imágenes, fotografías, almas. Dos semanas después de nuestra excursión informativa, vi la misma escena que nos había impresionado a mi amigo James y a mí en Las Barranquillas -una lúgubre fila de yonquis pinchándose- filmada en una película de reciente estreno, Heroína, donde Gerardo Herrero relata con gran empuje narrativo y elocuencia dramática, apoyado por un magnífico reparto, un caso real sucedido hace ya años en Vigo.

Todas las familias infelices se parecen: en Las Barranquillas, James y yo hablamos con un señor de Guadalajara que buscaba angustiado en la hilera de toxicómanos a su hijo, como hacen Adriana Ozores y Carlos Blanco en una secuencia impactante de Heroína. (Es curiosa la insistencia de la realidad en imitar al arte). En Las Barranquillas hay mucho dolor y mucha droga, pero por ninguna parte se ve a los peces gordos que lo causan y la administran. El crítico cinematográfico de este periódico le reprochaba a Gerardo Herrero no haber incluido en su película una o varias escenas que retratasen al rico narcotraficante denunciado "con un texto descomunal interpretadas por un actor de peso". La crítica no es el oficio más viejo del mundo, aunque sí para mí, que empecé a practicarla de adolescente y aún hoy, de vez en cuando, la hago. Por eso la respeto tanto y por eso mismo sé que no es una ciencia exacta; todos podemos equivocarnos a la hora de un juicio final. Pero siempre me ha parecido odiosa la modalidad de la crítica-ficción, en la que el crítico rehace la película que el director nunca quiso realizar.

Volviendo a la realidad. La misteriosa parte maldita de la película de Herrero y de nuestro recorrido por el poblado es justamente la ausencia del malo. Tampoco aparece en las fotos de los naufragios del Estrecho, ni junto a los cuerpos yacentes bajo una manta en la playa gaditana, la cara del traficante de mercancía humana. Madres ansiosas, como las subsaharianas envueltas en una manta, como la auténtica mujer gallega encarnada por Adriana Ozores en la pantalla; bebés nacidos milagrosamente en la travesía, hijos demacrados. Eso es lo que se ve, no lo de detrás.

He de decirle a mi amigo James que la próxima vez haga sus localizaciones en el nuevo foco de la Cañada Real Galiana, que tanto tiene de plató cinematográfico. Su única y larga calle es ideal para una película del Oeste. Hay allí rancheros muy prósperos y colonos de la emigración. Llegan las caravanas, algunas desde muy lejos, a repostar, el alcohol es rigurosamente barato, y el sheriff brilla por su ausencia. La oveja merina encontraría cerrado su camino ancestral, aunque rebaños no faltan. El caballo, el cuatrero, el enterrador. La completa iconografía del western. Se masca la tragedia, sobre todo si el día es desapacible y el viento arrastra ramas entre el polvo. ¿Habrá duelo? Los ojos están inyectados en sangre, pero el hombre de las pistolas de oro no se presenta a la cita. Sólo los perdedores dan la cara. Solos ante el peligro.

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