La amenaza de Irán
El mayor peligro que acecha hoy a la humanidad es que un ingenio nuclear llegue a las manos de alguna organización terrorista internacional; pero el segundo es, simplemente, que se amplíe el club de las potencias atómicas. Irán no es ni mejor ni peor potencial propietario de esos medios de muerte que cualquiera de la docena de Estados que podrían dotarse de ellos en los próximos años, pero es quien más adelantado se halla en ese camino, y quien mayores inestabilidades proyectaría a su alrededor si se nuclearizara. Irán es signatario del Tratado de No Proliferación Nuclear, pero eso no le niega el derecho a perseguir el enriquecimiento de uranio, que, durante buena parte del proceso productivo, tanto sirve para la fabricación de bombas atómicas como de energía nuclear para uso pacífico. El Gobierno de los ayatolás, por tanto, no incumple ningún principio internacional cuando afirma que seguirá con el desarrollo de esa industria.
EE UU es partidario de llevar el asunto al Consejo de Seguridad para obtener sanciones contra Teherán, lo que podría hasta desembocar en algún tipo de acción violenta norteamericana contra el régimen iraní; Israel, aún con mayor urgencia, ha anunciado que no consentirá que el país musulmán se dote del arma nuclear, lo que significa que, llegado el caso, se tomaría la justicia por su mano; y finalmente, el E-3 (Francia, Reino Unido y Alemania) conduce longevas negociaciones para que Irán abandone el programa y se surta de combustible nuclear en el mercado internacional.
En las negociaciones, Teherán dio muestras de querer avenirse a razones si Occidente sufragaba esa renuncia con un paquete de ayuda económica de considerables dimensiones, más garantías políticas de que no sería atacado, lo que coincide con la actitud de Corea del Norte en tesitura parecida. Pero no parece que Washington se incline a pagar en una materia que califica de cuestión de seguridad nacional. Así, las conversaciones se eternizan, a la vista de las elecciones presidenciales iraníes del 17 de junio. El presidente Jatamí se retira tras dos mandatos, en los que no ha conseguido liberalizar significativamente el régimen, y las perspectivas son hoy de endurecimiento en las negociaciones, hasta el punto de que el candidato mejor visto en Occidente es Alí Akbar Rafsanyani, que ya fue jefe del Estado de 1989 a 1997, y del que se suele decir que es conservador pero moderno, y al que se aplica el calificativo especialmente misterioso de pragmático.
La adquisición del arma por Teherán constituiría una revolución en la zona, que únicamente pueden apoyar, y ni siquiera eso estaría claro, las fuerzas del terrorismo islamista. Sólo Israel posee el poder atómico en el gran arco de Oriente Medio que va desde el Golfo al Mediterráneo, por lo que cualquier exigencia de desnuclearización general de la zona parece que debería comenzar por aplicarse al Estado sionista, pero nadie ignora que eso no va a ocurrir porque Estados Unidos y Occidente entienden que un Israel dotado del arma atómica no es una amenaza para nadie.
Occidente, en definitiva, trata de impedir que Teherán alcance la paridad con Jerusalén, no porque los ayatolás sean especialmente peligrosos con el átomo en la mano, sino porque el equilibrio en la zona quedaría gravemente comprometido. El mundo árabe oriental vería con horror cómo un país, también islámico pero de otra etnia y, sobre todo, con una fuerte mitología de sí mismo básicamente antiárabe, se convertía en el hegemon regional, y, en particular, Egipto perdería el carácter de gran potencia del Machrek. Igualmente, Pakistán, que adquirió con el comienzo del siglo el arma nuclear para cancelar la superioridad de la India en ese terreno, se sentiría estratégicamente mucho menos cómodo, porque su ventaja sobre Irán en el juego de rivalidades del vecino Afganistán se vería fuertemente en entredicho.
Ésa es la cuadratura del círculo. ¿En nombre de qué se le puede prohibir a Irán que desarrolle su industria nuclear, más que en el del desnudo interés de poder occidental? ¿Pero es sensato permanecer indiferente a ese peligro? Y nótese que la diferencia de naturaleza táctica entre las presentes o futuras bombas de Irán y Corea del Norte es de talla; mientras Pyongyang quiere un arma disuasoria, para usarla en caso de que quieran atacarle, Teherán, por el solo hecho de poseer el arma, cualquiera que sean sus mejores intenciones, proyecta fuera de sí una amenaza que le convierte en una extensa falla de inestabilidad a caballo de Oriente Medio y el Asia central.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.