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El cielo en pedazos

Sergio Ramírez

Estos pocos días que he estado en México el tema de conversación preferido de mis amigos es el de la triunfante batalla librada por Manuel López Obrador, jefe del Gobierno de la ciudad de México, para no ser inhibido como aspirante a la presidencia de la República, que es lo que pretendía una maniobra conjunta entre el Partido de Acción Nacional (PAN), en el poder, y el Partido Revolucionario Institucional (PRI), que gobernó a México por más de setenta años.

López Obrador, a la cabeza de todas las encuestas de opinión, se decidió a pelear en las calles su derecho a ser candidato, y tras la última de una serie de manifestaciones populares, que convocó a más de un millón de personas, el presidente Fox retrocedió, desistiendo de la acusación judicial planteada por el Gobierno ante los tribunales, y que hubiera resultado en la inhibición de López Obrador. Un acto de flojera política, opinan algunos, entre ellos sus aliados del PRI en la jugada, ahora frustrados; pero al fin y al cabo, un acto de cordura, que beneficiará, antes que nada, a la democracia mexicana, tan incipiente y amenazada como hoy lo está la democracia de Nicaragua.

Mis amigos mexicanos, que poco oyen hablar hoy de Nicaragua, me escucharon enseguida a mí explicarles que lo que me cuentan es lo mismo que sigue pasando en mi país. Como en América Latina vivimos en un juego de espejos, una situación parece el calco de otra, les dije.

Por medio de otra oscura concertación entre los dos partidos tradicionales, el Partido Liberal Constitucionalista de Arnoldo Alemán (PLC) y el Frente Sandinista de Daniel Ortega (FSLN), se quiere apartar del camino de la presidencia al que hasta hace poco fue jefe del Gobierno de la ciudad de Managua, Herty Lewites. Expulsado ya de las filas de su partido, el propio FSLN, y amenazado con una causa judicial, Herty ha sido capaz de desafiar en las calles, con multitudinarias manifestaciones, a Daniel Ortega, una vez más candidato presidencial.

Pero aquí se dobla la parada: también se quiere apartar a Eduardo Montealegre, el más popular dentro del propio PLC para figurar como candidato presidencial. Uno se interpone en el camino de Daniel Ortega, y el otro, en el camino de Arnoldo Alemán, quien, pese a ser reo del delito de lavado de dinero, también quisiera ser candidato otra vez.

Hay, sin embargo, diferencias en el calco. En México, a la cabeza de la maniobra bipartidista para desterrar de la competencia presidencial a López Obrador aparecía el propio presidente Vicente Fox. Tanto a su partido, el PAN, como a sus aliados del PRI en la conspiración les convenía eliminar a un ganador, que llevaría por primera vez al poder al Partido de la Revolución Democrática (PRD), una formación de izquierda fundada en 1989 por disidentes del propio PRI.

En Nicaragua, el presidente Bolaños, disminuido en sus poderes por consecuencia del pacto entre Ortega y Alemán, es ajeno, y contrario, a la maniobra, pero no puede detenerla. Ortega y Alemán ejercen entre los dos un control absoluto del poder legislativo, del poder judicial y del poder electoral, pues los diputados son escogidos a dedo por ambos, y lo mismo los magistrados y jueces. Cualquiera que amenace ese poder como candidato puede ser acusado en los tribunales y procesado por causas ficticias que necesariamente llevan la pérdida de los derechos ciudadanos como parte de la pena, y entre esos derecho está el de participar en procesos electorales.

La maniobra contra López Obrador es un claro intento de la derecha gobernante de impedir que la izquierda llegue al Gobierno, me dicen mis amigos. Es una manera de verlo. Pero en Nicaragua, ¿dónde está hoy la derecha y dónde está la izquierda?, les digo yo. El pacto entre Ortega, antiguo guerrillero, y Alemán, fiel desde joven al partido liberal de Somoza, ha borrado toda frontera ideológica. La repartición de poder entre ambos no hace sino copiar los viejos modelos caudillistas, y ahora mismo sus diputados en la Asamblea Nacional están votando, con toda impunidad, leyes que despojan de poderes constitucionales al presidente de la República.

Y, por si fuera poco, ambos se proclaman antioligárquicos y antiimperialistas, la mejor, y la más excéntrica, de todas las novedades. Bajo ese tenor es que desde la cúpula del FSLN se acusa a Herty Lewites de agente del imperialismo, lacayo de la oligarquía, y sionista: el padre de Herty es un judío asquenazí que llegó desde Polonia a Nicaragua huyendo del Holocausto.

Esta acusación la ha repetido un reciente despacho de Prensa Latina, la agencia oficial de noticias del Gobierno de Cuba, mejorando la lista de cargos, pues hace aparecer a Herty como agente de la CIA, lo que faltaba. Dice el despacho: "También lo sabe la derecha, que con la ayuda del Gobierno de Estados Unidos ha comenzado a jugar sus cartas para evitarlo. Un primer intento en ese sentido ha sido la utilización de figuras que en algún momento estuvieron vinculadas al sandinismo para tratar de dividir y confundir a las masas. El caso Herty Lewites es un ejemplo de esta conspiración cuyas raíces están asentadas en Washington y Langley".

¿Entienden ustedes este arroz con mango?, pregunté a mis amigos mexicanos. Herty Lewites, que perdió a su hermano Israel en el asalto al cuartel de Masaya en octubre de 1977, y que dedicó su juventud a luchar contra la dinastía de los Somoza, por lo que aún enfrentó cárcel en los Estados Unidos, agente de Langley, es decir, de la CIA. Y Arnoldo Alemán, antiimperialista.

Ya puede caerse el cielo en pedazos.

Sergio Ramírez es escritor nicaragüense.

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