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200 objetos recrean la tragedia de Pompeya

El Museo Marítimo de Barcelona reconstruye la vida cotidiana de la ciudad sepultada

Jacinto Antón

Una jornada cualquiera en vísperas del infierno; éste podría ser el subtítulo de la exposición Un día en Pompeya, entre el Vesubio y el Mediterráneo, que se puede visitar a partir de hoy y hasta el 20 de octubre en el Museo Marítimo de Barcelona. La exposición, que viajará a otras ciudades españolas, acerca al espectador a la vida en Pompeya, en tiempos de la gran erupción volcánica que la sepultó en el año 79 del siglo I, a través de más de 200 objetos -entre ellos, notables obras de arte- procedentes de la ciudad y las poblaciones vecinas destruidas.

"Las lágrimas no pueden apagar las llamas", escribió en los muros del teatro de Pompeya el poeta Tiburtinus. Era una inscripción amorosa, anterior a la catástrofe, pero su presencia en las ruinas de la ciudad sepultada por "los fuegos del loco Vesubio" como decía Estacio produce una honda emoción. Esa emoción está presente inevitablemente a lo largo de todo el recorrido por las salas góticas del Museo Marítimo, en las Atarazanas barcelonesas, en las que se exhiben, arropadas por una efectiva ambientación, las piezas de la exposición, testimonio mudo de vida y tragedia.

Figuran en los diferentes ámbitos objetos impactantes como una preciosa Afrodita de mármol con un gesto encantador, procedente de la Villa de Popea en Oplontis; una no menos maravillosa escultura de bronce de Baco con una copa inclinada en la mano -dispuesta en un contexto que reproduce el atrio de una casa romana y remite a la famosa Casa del Fauno-, o un gran fresco de enorme calidad de la Casa del Brazalete de Oro que muestra una enigmática figura femenina con alas.

Sorprendente resulta una gran escultura de un dios egipcio, procedente de Herculano, que testimonia (como otras piezas) la importancia de los cultos orientales en la vida espiritual de la época -hay que recordar que uno de los lugares emblemáticos de Pompeya es su cautivador templo de Isis-.

Entre el material hay también mobiliario (mesas, braseros, un calentador de bebidas e incluso una papelera), instrumentos médicos, útiles de cocina, cerámica, vasijas, espejos, joyas (destaca una contundente pulsera de oro de la Casa de Venus), básculas y monedas (en Pompeya se halló la caja del día, la recaudación, de muchas tiendas). Entre las cosas curiosas están unas cocinas portátiles y hornos de los locales de la Vía de la Abundancia, la principal arteria comercial de Pompeya, en la que la gente se detenía para tomar el equivalente de las modernas tapas. Dos urnas de plomo para las cenizas de los muertos (los romanos de la época practicaban la incineración) hacen pensar que el Vesubio esparció una muerte acorde con los usos funerarios del lugar.

Algunas piezas pequeñas sensacionales no merecen pasar inadvertidas. Es el caso de la lámpara adornada con un mono caracterizado perfectamente de gladiador o la figurita de bronce de un perro que parece aterrorizado, como si avizorara algo espantoso -acaso el mortal flujo piroclástico que vomitó el volcán-, y que remite al célebre molde pompeyano del can encadenado víctima de la erupción.

Moldes

En la exposición figuran, precisamente, tres copias en resina, muy realistas, de esos famosos moldes de cuerpos -el hombre sentado que se tapa la cara, la mujer embarazada y el perro retorcido sobre sí mismo de la Casa de Orfeo- que se realizaron vertiendo yeso en las oquedades que formaron las figuras vivas bajo la capa de piedra (lapilli) y cenizas. Este sistema fue inventado por Giuseppe Fiorelli y puesto en práctica por primera vez en 1863 con cuatro cuerpos de una familia que huía de la ciudad. Aunque sólo sean copias de las esculturas -las verdaderas figuras son muy frágiles y es peligroso hacerlas viajar-, añaden una nota más de dramatismo a la exposición, que cuenta con un audiovisual que reproduce imágenes de una moderna erupción plineana (por Plinio, testigo de la del Vesubio en el siglo I) semejante a la que destruyó Pompeya.

La exposición, auspiciada por la Soprintendenza Archeologica di Pompei, se centra en explicar la vida cotidiana en una ciudad mediterránea abocada al comercio marítimo y que tenía un papel fundamental en el intercambio de mercancías entre la costa y el interior a través del río Sarno. El puerto fluvial de Pompeya aún no ha sido hallado, pues la violenta erupción del Vesubio del año 79 cambió el curso del río. En esta especial dedicación "marítima" de la exhibición se encuentra la razón de que se presente en el Museo Marítimo y no en el Arqueológico, según la directora del primer centro, Elvira Mata. La exposición presenta bastante material de las ciudades sepultadas relacionado con el mar, como unos apliques que reproducen proas de navíos, una pintura parietal de la Casa de Lesbianos que muestra a una Venus navegando en un gran barco, un relieve de Neptuno, anclas o una serie de anzuelos y útiles de pesca.

En cambio se echa en falta en la exposición alguna referencia a la intensa vida erótica de una ciudad que no en balde estaba consagrada desde su mismo nombre oficial (Colonia Veneria Cornelia) a Venus, y de la que proceden algunas de las imágenes más contundentes y animosas en este terreno de toda la antigüedad clásica.

Esculturas de Atón, a la izquierda, y de Baco, en la exposición <i>Un día en Pompeya. </i>
Esculturas de Atón, a la izquierda, y de Baco, en la exposición Un día en Pompeya. MARCEL·LÍ SÀENZ

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Sobre la firma

Jacinto Antón
Redactor de Cultura, colabora con la Cadena Ser y es autor de dos libros que reúnen sus crónicas. Licenciado en Periodismo por la Autónoma de Barcelona y en Interpretación por el Institut del Teatre, trabajó en el Teatre Lliure. Primer Premio Nacional de Periodismo Cultural, protagonizó la serie de documentales de TVE 'El reportero de la historia'.

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