Revelación
Rosa Agüera, la concejal de Málaga cuya vida hemos conocido por informes coleccionables de la policía, iba todos los días a misa. Y su escolta ni comulgaba con ella ni con ello, por eso pidió dejar de ser su ángel de la guarda. Se lo contó a su superior y éste decidió reescribir la historia y mandársela al superintendente de la policía, tras considerar que el asunto clamaba al cielo. Luego llegó la revelación -la del informe- y el alcalde, Francisco de la Torre, se empeñó en convertir la polémica en un acto de fe. Intentó que todo el mundo creyera a su coordinador de seguridad, que salió al paso para decir que el problema no era el pecado cometido sino que alguien rompiera el secreto de confesión. De la Torre negó luego a su subordinado en más de tres ocasiones. El alcalde ha descubierto que Agüera no le daba un palo al agua, cuando debería conocer que su Camino -en mayúscula- es el trabajo, porque honra a la persona. Lo dicen en las reuniones religiosas a las que la edil asiste por la tarde y se lo ha recordado De la Torre, tras advertirle que el camino se hace al andar. Pero cuando uno se dirige a su despacho municipal, no cuando acude a la peluquería.
El alcalde de Málaga lleva una legislatura de ángeles caídos. Primero fue el número dos de su candidatura y presidente de su propio partido, Joaquín Ramírez. Después el fichaje estrella de su lista, el juez Bernardo Pinazo. Ahora está en el empeño de desprenderse de la edil responsable del distrito centro, Rosa Agüera. Lo hace sin prisas, sutilmente. Sin las siete plagas de Egipto. De la Torre es capaz de amagar con las dos manos y esperar que su víctima ponga la otra mejilla, de la delicadeza con la que anuncia el coscorrón. El alcalde, sin embargo, olvida en esta polémica lo esencial. Que tiene una policía que pierde los papeles. Y gente a su alrededor que los encuentra y hace fotocopias. Ahora, en el Ayuntamiento de Málaga se dedican a buscar a Lucifer, el de los cuernos que manda anónimos. En el equipo de gobierno del PP, 17 fueron los elegidos, pero muy pocos los llamados por el alcalde para que se sentaran a su lado. A este ritmo, a la última cena de la legislatura no llegan ni la mitad de los concejales. Y encima nadie descubre quién es el Judas que se ha sentado en la mesa.
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