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Los chiíes y el ejemplo iraquí

Cuando la Casa Blanca ordenó la operación militar que derrocó el Gobierno de Sadam Husein, creía y esperaba que la invasión serviría como efecto ejemplificador. Estados Unidos enseñaría al mundo que está dispuesto a impedir por cualquier medio que sea necesario que los dictadores desarrollen armas de destrucción masiva. Las elecciones democráticas en Irak demostrarían que los ciudadanos árabes quieren efectivamente libertad política y gobiernos representativos. Es muy posible que la caída de Sadam sirva de ejemplo, sólo que no en la forma que Washington tenía en mente. El pasado 30 de enero, 8,5 millones de iraquíes acudieron a las urnas para elegir diputados para una Asamblea de transición de 275 miembros y 18 consejos de gobierno provinciales. La Alianza Iraquí Unida, una lista electoral compuesta principalmente por candidatos chiíes, respaldada por el líder espiritual chií, el gran ayatolá Alí al Sistani, obtuvo más de la mitad de los escaños de la Asamblea. El resultado no fue ninguna sorpresa, dado que los chiíes suponen el 60% de la población iraquí. Pero sí marca un hito en la historia de Irak. Una nación políticamente dominada por la minoría suní desde su nacimiento como nación moderna, está ahora decidida a convertirse en el primer Gobierno árabe chií de la historia moderna.

Irak es una de las cuatro únicas naciones -con Irán, Bahrein y Azerbaiyán- en las que los musulmanes chiíes son mayoría. Los chiíes de Irak superan tres a uno en número a los suníes y saborean la oportunidad de ejercer por fin el poder en Bagdad. Por tanto, el verdadero efecto ejemplificador en Irak podría no tener nada que ver con la voluntad política estadounidense ni con la democracia representativa y sí mucho que ver con una demostración de poder chií en un Estado árabe. Esto podría suponer un peligro para la estabilidad en todo Oriente Próximo y una nueva tanda de problemas para Washington. Los chiíes de otros países, sobre todo los de Bahrein y Arabia Saudí, estratégicamente importantes, están siguiendo muy de cerca los acontecimientos políticos en Irak. Las tensiones entre suníes y chiíes son una cuestión perenne en Bahrein, donde una minoría suní domina el Gobierno y las estructuras económicas. El apoyo -y posiblemente ayuda material- a la discriminada y movilizada población chií de Bahrein por parte de un nuevo Gobierno chií en Irak podría provocar allí violencia política y agitación social. Los chiíes de Arabia Saudí, entre un 10% y un 15% de la población del reino, también observan atentamente los acontecimientos en Irak. En vísperas de la ronda más reciente de elecciones municipales en Arabia Saudí, en las que se esperaba que los chiíes obtuviesen varios escaños, un ingeniero chií saudí dijo a The New York Times: "A lo mejor ahora, después de todo lo que ha pasado en Irak, sacamos algo políticamente de la historia de Husein. Ahora la cuestión [de los derechos chiíes en Arabia Saudí] tomará otro rumbo, porque los chiíes han empezado a desarrollar su cultura política". Las recientes manifestaciones chiíes, las más numerosas en muchos años en el reino, hacen pensar que esta impresión está muy extendida.

Los chiíes de la región no son los únicos interesados en los acontecimientos que tienen lugar en Bagdad; los gobiernos suníes también están atentos y es muy probable que actúen con decisión para truncar cualquier intentona del nuevo Gobierno iraquí de inflamar las ambiciones de sus minorías chiíes. Las autoridades saudíes han vigilado estrechamente a los chiíes del reino, especialmente en los años transcurridos desde la revolución islámica en Irán, y han restringido drásticamente su libertad para organizarse y para rendir culto abiertamente. Si los chiíes obtienen buenos resultados en las elecciones municipales saudíes y se sienten envalentonados por el nuevo Gobierno chií en Bagdad para exigir mayores libertades religiosas y derechos políticos, podrían provocar una violenta reacción que desencadene un círculo vicioso de violencia. Es mucho lo que está en juego, especialmente para la familia real saudí -y para EE UU-, dado que la población saudí chií está concentrada en áreas que están directamente sobre algunos de los campos petrolíferos más ricos del reino. Muchos saudíes wahabíes reniegan de los chiíes por infieles, menos dignos de respeto incluso que los cristianos o los judíos. La hostilidad es mutua.

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Un Gobierno chií en Irak puede ser también una buena noticia para los chiíes de Líbano, muchos de los cuales se sienten especialmente asediados tras los recientes acontecimientos que amenazan con disminuir la influencia directa de Siria en la política libanesa. Si Bagdad decide unirse a Irán en apoyo de los chiíes libaneses, el país podría verse de nuevo desgarrado por la violencia sectaria. De hecho, el nuevo Gobierno chií de Irak podría hallar ventajas estratégicas en una alianza política tanto con Irán como con Siria. La perspectiva de un régimen amistoso en Bagdad es especialmente grata en Teherán, cuya guerra con Sadam Husein se cobró millones de vidas en los años ochenta. Irán y Siria, que llevan años coordinando su estrategia regional a través de Hezbolá, han hecho frente común en las últimas semanas para encontrar formas de aliviar las fuertes presiones que ambos sufren por parte de Washington. Si concentran su influencia, Irak, Irán y Siria podrían constituir un bloque impresionante en una región dominada por los suníes.

Todo esto podría tener su lado bueno para Estados Unidos. Una mayor influencia chií en toda la región podría volver más pragmáticos a algunos de los grupos chiíes más radicales. Hezbolá, por ejemplo, podría sentirse más libre para perseguir sus objetivos a través de la política convencional (el grupo tiene ya una docena de escaños en el Parlamento libanés). Del mismo modo que los pacificadores en Irlanda han intentado separar el Sinn Fein del IRA, los moderados de la región podrían animar a la cúpula política y social de Hezbolá a distanciarse del ala militante del grupo. Un acontecimiento así podría suavizar las tensiones entre Siria, Líbano e Israel, un desenlace positivo para cualquier iniciativa estadounidense encaminada a ampliar el proceso de paz de Oriente Próximo. Desgraciadamente, es más probable el desenlace opuesto. La oportunidad para los chiíes de ejercer su fuerza política en la región posiblemente les anime a adoptar una línea más dura contra Israel y a exigir más derechos para las minorías chiíes en los países dominados por los suníes. Una alianza entre Irak, Irán y Siria seguramente aspirará a tener su propio efecto ejemplificador: que los chiíes del mundo árabe están dispuestos a utilizar su nuevo poder para desestabilizar gobiernos suníes y para adoptar un programa más basado en la ideología. Cualquiera sabe en qué podría desembocar esto.

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