Más diversos
El fenómeno de la inmigración ha revolucionado el crecimiento demográfico de España, un país sobre el que hace apenas una década todas las previsiones anticipaban un preocupante y fuerte envejecimiento como resultado del estancamiento de la natalidad. Si fuera por los hábitos de comportamiento de los propios españoles, nada de eso se habría visto alterado. Sin embargo, la entrada de población extranjera ha modificado por completo el panorama. Y hasta tal punto que España se ha convertido en el cuarto país europeo con mayor porcentaje de inmigrantes, por detrás de Alemania, Austria y Bélgica, y por encima de otros como Francia, que han sido tradicionalmente focos de atracción. Se trata de un fenómeno globalmente positivo, entre otras cosas por lo que supone de factor de ayuda al crecimiento económico, pero exige seriamente políticas de cohesión e integración en campos tan diversos como la sanidad, la vivienda y sobre todo la educación.
Según los últimos datos del Instituto Nacional de Estadística, España ya supera los 44 millones de habitantes, una cifra impensable hace tan sólo poco tiempo cuando se afirmaba que ese registro se alcanzaría en 2025. El aumento se debe sobremanera al alza sostenible de la llegada de extranjeros, cuyo número se ha multiplicado por siete en 10 años. Y esa tendencia se ha visto también reflejada con la adopción de niños de otras nacionalidades, que en 2004 aumentó un 40%, lo que supone una gran inyección a la exigua natalidad. A comienzos de 2005 estaban empadronados 3.691.500 extranjeros, es decir, el 8,4% del total de la población inscrita. Esa cifra es muy previsible que aumente considerablemente a lo largo del presente año una vez se complete el proceso de regularización de ilegales.
Lo más sobresaliente de esta nueva radiografía demográfica es que España se ha transformado en una sociedad plural, que está acogiendo sin demasiadas tensiones a ciudadanos de diferentes niveles económicos (está llegando más población acomodada y jubilada de los países de la Unión Europea a Baleares y Levante), y de nacionalidades, lenguas y culturas distintas. Ya no se trata de una avalancha latinoamericana. La colonia marroquí, con más de medio millón, ha desbancado otra vez a la ecuatoriana en el primer lugar, mientras que la rumana (314.000) se ha doblado en un año, colocándose en cuarto lugar. La llegada de mano de obra extranjera coincide -por otra parte es lógico- con un buen periodo económico. Resulta incierto qué ocurrirá cuando la situación cambie.
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