Coherencia versus victimismo
En Andalucía existen dos varas de medir para valorar conductas y actitudes de los políticos que representamos a los ciudadanos. Desde mi opinión, al PSOE y a sus cargos públicos se les toleran comportamientos y expresiones que de ninguna forma se aceptan en los políticos del PP. Los socialistas se consideran en posesión de la verdad absoluta, del pensamiento único, de la ética adecuada y creen estar legitimados para todo mientras que a nosotros, por el contrario, se nos somete a un examen permanente e injusto en muy distintas condiciones.
Podemos poner numerosos ejemplos. Habría sido un escándalo que Javier Arenas quedase fascinado ante la personalidad carismática de un dictador militar. De inmediato, los socialistas afirmarían que las nulas convicciones democráticas del presidente de los populares se habían puesto de manifiesto incapacitándolo para gobernar a los andaluces con suficientes garantías.
Si una ministra del PP plantease como solución a la falta de vivienda los módulos de 25 metros cuadrados con servicios comunes, se nos habría calificado de insensibles, insolidarios y despreciativos con los problemas de los más necesitados.
Si a expresiones verbales nos queremos referir, hecho que ha sido el caballo de batalla de las últimas semanas, la comparación de los excesos, ofensas e insultos es tan descompensada que con gusto nos someteríamos a cualquier examen objetivo, encantados de poder ofrecer los resultados a la población andaluza.
Resulta irónico que los maestros del insulto permanente, aquellos que hacen de esta práctica la única forma de entendimiento político y que dedican diez o quince ofensas semanales a nuestro presidente regional se rasguen ahora las vestiduras, no ya por haber sido víctimas de sus mismas tácticas, sino por algo a todas luces más inocente.
En una pregunta parlamentaria, como su nombre indica, se trata de preguntar. Los que realizamos control al Gobierno Andaluz desde la oposición, tenemos el derecho y el deber constitucional de hacerlo. Unas veces estaremos más acertados y otras menos. Pero con esa figura se pretende conocer información, descartarla, ampliarla o modificarla. Aviso desde aquí que voy a seguir haciéndolo.
Si se está preguntando, difícilmente se puede imputar o acusar. Pero ocurre que es rentable políticamente victimizarse con afirmaciones que no se hicieron, estirar ese victimismo todo lo posible y vivir de ello cuanto más tiempo mejor.
A la vez que se pretende vender esta imagen de desconsuelo, exprimiéndola hasta la saciedad, se impide por todos los medios que la situación se reconduzca o resuelva. Eso no conviene a los fines políticos establecidos de antemano. Para ello no se escatima en amenazas de denuncia, en requerimientos notariales, en acudir permanentemente a medios de comunicación públicos, inaccesibles para los demás. En estos medios se ofrece una versión parcial e interesada y se hace creer a todos que se produjeron imputaciones muy necesarias para poder aparentar ser la víctima que no se es.
Choca esa actitud con la pretendida búsqueda o defensa de la verdad, empalagosa ya por su ficticia estrategia, exagerada desde todos los puntos de vista y demostradamente falsa.
No es creíble una persona que pide o exige con todo tipo de procedimientos intimidatorios lo que jamás estuvo dispuesta a dar. No es sincera una consejera que sonríe complaciente ante los insultos que sus compañeros del Consejo de Gobierno dirigen todos los días a los miembros del Partido Popular, que no ha solicitado nunca la mínima rectificación o disculpa por estas conductas.
No es creíble, en definitiva, una política que prefiere callar y no dar explicaciones de sus posibles relaciones con el escabroso asunto de las facturas falsas del Ayuntamiento sevillano, que es de lo que en realidad trataba la tan cacareada pregunta parlamentaria. Ese era el fondo de la cuestión y sigue siéndolo ante su negativa a responder.
Debe contestar a estas importantes incógnitas, tiene una deuda moral y política con los andaluces en general, los sevillanos en particular y con la transparencia de la vida pública.
Como diría Cicerón, la honestidad no es otra cosa que la coherencia en todos los actos de nuestra vida. La coherencia no existe cuando se exige, como ya he dicho, lo que en ningún momento se está dispuesto a ofrecer.
Esperanza Oña es vicesecretaria general del PP y alcaldesa de Fuengirola
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.
Archivado En
- Opinión
- Junta Andalucía
- Evangelina Naranjo
- Esperanza Oña
- VII Legislatura Andalucía
- Consejerías autonómicas
- Parlamentos autonómicos
- Comunidades autónomas
- Gobierno autonómico
- PP
- PSOE
- Política municipal
- Política autonómica
- Administración autonómica
- Parlamento
- Andalucía
- Partidos políticos
- España
- Administración pública
- Política