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Reportaje:

Supervivientes del infierno

Tres valencianos que subsistieron en el campo de exterminio de Mauthausen reciben un homenaje del PSPV

Miquel Alberola

Entre 1940 y 1941, durante la ocupación de Francia por parte de Alemania, 622 refugiados valencianos, que habían huido del general Franco, fueron deportados a campos de concentración nazis. De ellos, 554 fueron conducidos al matadero del tirol austríaco, Mauthausen, y sus 49 campos anexos. Todos, excepto uno, que fue cazado en el maquis francés, provenían de compañías de trabajo militarizadas, según ha documentado Blas Mínguez, representante de la Amical Mauthausen en Valencia. La mayoría de estos deportados, 373, fueron exterminados (38 de ellos, en el subcampo secreto del castillo de Hartheim, víctimas de los experimentos de los médicos de las SS, que llevaban a cabo programas de eutanasia para eliminar a los discapacitados).

El próximo 5 de mayo se conmemora el 60 aniversario de la liberación de este campo de concentración, y de los 217 valencianos que la festejaron ya sólo quedan cinco vivos. Tres de ellos, Francisco Aura, Francisco Batiste y Luis Estañ, recibieron ayer un homenaje de la Fundació Societat i Progrés del PSPV en Valencia, acompañados por el catalán Enric Marco, secretario de la Amical Mauthausen en España. Asimismo, el Bloc les entregó el premio 25 d'abril.

El alcoyano Aura llegó a Mauthausen el 26 de abril, con 23 años. En el convoy viajaban 400 españoles, de los que 268 fueron exterminados. Trabajó en la cantera y, entre otras humillaciones, recibió 25 bastonazos en el culo porque, harto de comer mierda, dio un bocado a uno de los panecillos que estaba descargando para los alemanes. Logró sobrevivir porque lo mandaron a hacer una carretera fuera de ese infierno, en el que durante su ausencia fueron exterminados sus compañeros. El callosino Luis Estañ y el vinarocense Francisco Batiste llegaron a aquel agujero con 22 años. De los 755 republicanos que viajaban en el convoy, 583 fueron asesinados. Estañ estaba en el subcampo de Gusen, en el que los nazis seguían tres métodos de aniquilamiento en función de sus prioridades: tiro en la nuca, inyección de bencina en el corazón o asfixia en el agua de la ducha con la cabeza bajo la bota. Según Mínguez, salvó la vida "por ser un pillo". Logró colarse en un comando que dirigía César Orquín, kapo que forjó una siniestra leyenda a su alrededor. A Batiste un paisano le advirtió de que no dijera a nadie que era marinero, sino que trabajaba en la piedra. De lo contrario apenas hubiera durado seis meses.

Ayer el ex secretario general de la CNT, Marco, que fue deportado al campo de Flossenburg, en Alemania, recordó que todos ellos venían de muy lejos cuando llegaron a ese infierno. "No fuimos a los campos de concentración por ser anarquistas o comunistas sino por defender aquella segunda República insuficiente, pero que tanto hizo", afirmó. Marco aseguró que todos ellos venían a advertirnos de que hoy hay unos campos de concentración que ya no son los suyos, pero que si la sociedad no quiere verlos o los olvida volveremos a repetir lo que a ellos le sucedió. "No olemos a naftalina, ni somos nostálgicos ni viejos, ni revanchistas. Señor [Mariano ]Rajoy: si hemos de pasar esta página de la historia primero la tendremos que escribir", exigió al presidente del PP. Los galardonados hicieron extensible el galardón recibido a los muertos en los campos y en los comandos y recordaron que a diferencia de Francia, en España ningún gobierno se ha preocupado por ellos. "Allí no nos llevaron los alemanes", certificó Estañ: "Los alemanes sólo fueron verdugos de una sentencia que se firmó en Madrid".

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Sobre la firma

Miquel Alberola
Forma parte de la redacción de EL PAÍS desde 1995, en la que, entre otros cometidos, ha sido corresponsal en el Congreso de los Diputados, el Senado y la Casa del Rey en los años de congestión institucional y moción de censura. Fue delegado del periódico en la Comunidad Valenciana y, antes, subdirector del semanario El Temps.

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