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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

La bronca como estrategia

Mariano Rajoy tiene el raro honor de haber sido el primer líder de oposición que ha llevado la lucha antiterrorista a la sesión parlamentaria de control del Gobierno. Todo el mundo sabe que este formato es terreno propicio a la bronca. A Rajoy le ha importado poco. Si la lucha antiterrorista sirve para desgastar al Gobierno, se utiliza. No ha hecho sino seguir la senda trazada en su día por Aznar. Poco cuentan los grandilocuentes discursos sobre la unidad de las fuerzas democráticas y sobre la necesidad de que todos arropen al Gobierno en materia de terrorismo, sea cual sea el color del mismo. Como colofón, Rajoy ha declarado rotas las relaciones con el PSOE en política antiterrorista.

Las apelaciones del PP a la unidad contra el terrorismo nunca han estado sobradas de credibilidad. En su carrera hacia La Moncloa, Aznar no dudó en acusar al presidente González de ineficiencia cuando ETA asesinó a Francisco Tomás y Valiente. Y fue necesario que Aznar se llevara un aviso en la manifestación de repulsa por el asesinato de Ernest Lluch en Barcelona para que aceptara el Pacto Antiterrorista que Zapatero había promovido inútilmente hasta entonces. Del mismo modo que quien votó en contra de la Constitución en su momento se convirtió más tarde en su más intransigente defensor, quien rechazó inicialmente el Pacto Antiterrorista acabó convirtiéndolo en un horizonte ideológico insuperable.

Desde esta intransigencia, Rajoy da por liquidado el Pacto Antiterrorista porque el Gobierno de Zapatero no ha buscado la ilegalización de EHAK. O, si se prefiere utilizar las malas formas de José María Aznar, porque el Gobierno ha metido a ETA en el Parlamento vasco. Hasta que el Gobierno no actúe en ese sentido, el PP no volverá a ninguna reunión del pacto. Como reacción coyuntural podría entenderse: el PP ha perdido nada menos que el 35% de sus votos en Euskadi. Es lógico jugar al despiste y buscar rápidamente una bronca en la política nacional para que su desastre pase inadvertido. Pero la lucha antiterrorista no es un tema de bronca de barrio. Todos parecían compartir el principio de que en esta materia, salvo disparate monumental, la oposición, debidamente informada por el Ejecutivo, haría piña en torno al Gobierno. Eso era parte esencial del consenso: no necesariamente estar de acuerdo, sino no utilizar las diferencias en la contienda política pública. Así lo hizo Zapatero durante la legislatura anterior. ¿Por qué no lo hace Rajoy?

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El resultado del País Vasco debería hacer comprender al PP que el 14-M no fue un espejismo. El PSOE iba entonces al alza y sigue ahora distanciando al PP, aunque Zapatero haya notado ya en las encuestas de confianza una erosión de la que debe tomar cumplida nota. Pero el resultado del 14-M no fue un paréntesis excepcional, sino la expresión de un cambio en la opinión pública, cansada del aznarismo. Con un discurso tan anclado en el resentimiento por una derrota que no entraba en sus planes y tan pensado para el grupo de más fervientes incondicionales, no hay razones para imaginar que la distancia entre PSOE y PP no persista o incluso siga creciendo.

El PP parece estar convencido de que la tensión en España favorece a la derecha, que en su imaginario sigue funcionando por criterios reactivos y revanchistas. Así lo hizo para llegar al poder y cuando se vio apurada electoralmente. Es un análisis erróneo de la realidad y una estrategia equivocada, que da del PP una imagen anclada en el pasado e incapaz de proyectarse en el futuro. Pero es además un peligroso factor de desestabilización de la democracia.

No es admisible que un partido con nueve millones y medio de votos, que ha gobernado y volverá a gobernar España, se dedique sistemáticamente a presentar como ilegítima la victoria del PSOE en marzo de 2004, a dar pábulo a las más absurdas teorías conspirativas, a cuestionar permanentemente la independencia de la justicia, a acusar al Gobierno de llevar a ETA al Parlamento, a utilizar descaradamente a las víctimas del terrorismo y a permitir que algunos de sus distinguidos miembros, como el ex presidente Aznar, se dediquen a desprestigiar la política española ante autoridades de otros países. Todo ello en un ejercicio de retroalimentación con los sectores ultraderechistas de la prensa española.

El PP necesita cerrar la crisis que le ha provocado la pérdida del poder. Alguien tendrá que decir basta si el PP quiere reencontrar la senda del poder. Pero las desgracias y las cuitas familiares del PP no deberían justificar nunca lo que está ocurriendo: que la primera fuerza política de la oposición haya roto por estricto interés de partido la unidad de la lucha antiterrorista.

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