La larga resaca de un naufragio
El último mandato de Fraga, que empezó más cómodo que nunca, se convirtió en un calvario desde la catástrofe del 'Prestige'
Hasta un hombre tan hiperactivo y longevo como Manuel Fraga se dejará cosas por hacer en la vida. Una de esas aspiraciones que nunca podrá cumplir la confesó ayer durante la rueda de prensa en la que anunció la convocatoria anticipada de las elecciones autonómicas: "Me hubiese gustado escribir un libro sobre Lázaro, el hombre que, como saben, murió dos veces, porque una fue resucitado".
En el contexto en que Fraga hizo la confidencia, resultaba imposible sustraerse a las interpretaciones políticas. Y más, en sus circunstancias personales. El presidente de la Xunta ya fue dado políticamente por muerto en dos ocasiones durante los cuatro años transcurridos desde las anteriores elecciones autonómicas. La primera, a finales de 2002, tras el naufragio del petrolero Prestige, cuando, por primera vez desde su retorno a Galicia, sintió miedo a salir a la calle y enfrentarse a los ciudadanos, airados por la respuesta de la Administración ante la catástrofe. La segunda, el pasado noviembre, cuando sus herederos empezaron a discutir anticipadamente por su testamento en una monumental bronca pública en la que afloraron hasta insinuaciones de corrupción. Durante su cuarto mandato en la Xunta, Fraga ha vivido algunos de los peores momentos de su vida política. Y aunque tiene 82 años, ha sufrido tres operaciones y varios desvanecimientos públicos, ya lo avisó hace tiempo: "No quiero morir en la cama".
Con 82 años y tres operaciones, ya dijo hace tiempo: "No quiero morir en la cama"
La mañana del 13 de noviembre de 2002, cuando un petrolero de bandera griega combatía contra el temporal en Finisterre, Fraga vivía uno de los momentos más plácidos desde su llegada a Galicia. Sus dos adversarios políticos, socialistas y nacionalistas, estaban peleados entre sí y rivalizaban por ganarse la atención del presidente. El nacionalista Xosé Manuel Beiras, su azote incansable desde 1990, parecía amansado tras entablar una nueva relación política con el fundador del PP. Desde las elecciones de 2001 hasta el desastre del Prestige, Fraga y Beiras -que nunca habían conversado en los 11 años anteriores- se entrevistaron en cuatro ocasiones, una de ellas en la residencia privada del presidente, donde el líder nacionalista le tocó la fibra sensible entregándole una carta que se habían cruzado sus respectivas madres. Beiras acabaría pagando un precio muy alto por su diálogo con Fraga. Según asegura ahora él mismo, ésa fue una de las razones por las que el sector ortodoxo del BNG forzó su renuncia al liderazgo de la organización.
Aquel noviembre de 2002, Fraga podía soñar con una despedida triunfal a su carrera política, reconocido hasta por sus rivales y con los aspirantes a sucederle sigilosamente agazapados en el Gobierno gallego. Pero llegó el Prestige y todo se derrumbó en 15 días. Le asediaron los manifestantes, le insultaron por la calle, estallaron las diferencias larvadas en su partido y Beiras se unió al socialista Emilio Pérez Touriño para presentarle una moción de censura en el Parlamento gallego. La legislatura se convirtió desde entonces en un calvario recurrente para Fraga, aunque el trabajo ordinario continuase y el PP pueda presentar ahora un balance de 41 leyes aprobadas.
Fraga salió del apuro con el apoyo del Gobierno central, que anunció un multimillonario riego de inversiones agrupadas bajo la etiqueta de Plan Galicia. El presidente de la Xunta tomó un respiro en las elecciones municipales de mayo de 2003, en las que logró limitar el desgaste del PP a la pérdida de cinco puntos porcentuales. Pero el chapapote se había adherido a él y ya no lo iba a soltar. La división interna que había aflorado durante los días de la marea negra rebrotó más descarnadamente que nunca el pasado octubre. El sector rural del PP gallego, enfrentado a Mariano Rajoy y que había salido perdedor de la crisis política paralela a la catástrofe ecológica, se declaró en rebeldía y amenazó con abandonar el partido. Fue la primera vez que Fraga se planteó disolver anticipadamente el Parlamento. Su padecimiento quedó retratado en el desmayo que sufrió en la tribuna de la Cámara después de varios días de enorme tensión y constantes negociaciones con los rebeldes.
El presidente hizo concesiones a los críticos, remendó el desgarro y llamó a los suyos a unirse en el combate contra el Gobierno socialista. En los últimos meses, el martilleo ha sido constante para denunciar agravios y marginaciones del Ejecutivo de Rodríguez Zapatero, al que Fraga y los suyos acusan de incumplir los compromisos del Plan Galicia. Ésa ha sido también la razón esgrimida para acortar la legislatura, el madero al que Fraga aún se aferra para intentar salir vivo del naufragio.
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