'Bommai', una cara musical de la inmigración
La falta de recursos lleva a cuatro hermanos de origen guineano a formar un grupo musical 'a capella' que hace vibrar las salas de Madrid
Bommai. En lengua bubi, un dialecto autóctono de Guinea Ecuatorial, significa "los hijos de Mmai", que en la vida real son 10, más uno adoptado, 11. Pero la huida de Mmai desde Malabo en los años setenta y su llegada a Madrid le ha dado otro significado a esta palabra guineana. "Bommai" es ya el nombre de un grupo musical que triunfa en las salas de los circuitos de jazz de la capital. Iván (23), Maika (25), Ladis (27) y Marti (31), de menor a mayor, son los pequeños de esa gran familia. Los cuatro han conformado un grupo de música a capella, capaces de hacer house, reggae, soul y afro-jazz sólo con sus voces.
Paradójicamente, fueron las dificultades aparejadas a la vida del inmigrante las que conformaron la misma personalidad que hoy les hace ganarse al público en los locales de Madrid. Porque la historia de "los hijos de Mmai" se remonta varias décadas atrás.
La escalera de la casa, "que tenía muy buena sonoridad", se convirtió en el local de ensayo
"No teníamos dinero para instrumentos y decidimos hacerlos con nuestras voces"
Corrían los últimos años setenta y la dictadura de Teodoro Obiang se implantaba en la República de Guinea Ecuatorial, tras el golpe militar que éste promovió contra su propio tío y anterior dictador, Macías Nguema. El país, ubicado entre Camerún y Gabón, conformando el inmenso golfo africano de Guinea, empezó a resultar complicado para algunos intelectuales y periodistas como Mmai, que por aquel entonces era una mujer treintañera bien situada que trabajaba como locutora en una radio oficial. Y se fue. Lo dejó todo, incluido a su primer marido.
Huyó prácticamente con lo puesto y con sus siete hijos hacia España, el país que había mantenido a Guinea como protectorado durante casi dos siglos (1788- 1968). El más pequeño de la familia entonces, de sólo dos años, era Marti, el mayor del conjunto musical ahora. Fueron días en barco hasta llegar a la costa de Cádiz. Allí esperaban encontrarse con una hermana de Mmai, que también había huido y que vivía en el País Vasco al más puro estilo hippie.
"Las cosas no fueron fáciles para mi madre", recuerda Marti. Tuvimos que apoyarnos en la colonia de guineanos que vivían entonces en España para salir adelante. Pero era imposible que nos acogieran mucho tiempo a tantos. Así que mi madre nos tuvo que alojar en internados repartidos por toda España: Jaén, Madrid...", cuenta.
Durante toda su infancia y parte de su adolescencia, los siete primeros hijos de Mmai vivieron repartidos por los distintos internados y orfanatos que existían en aquella época y se reunían los fines de semana. "Yo lo recuerdo como algo horrible. Allí estaban todos los niños conflictivos de España y todos los profesores conflictivos también", dice Marti, que asegura haber visto peleas entre profesores y alumnos como algo cotidiano.
Poco a poco la situación de Mmai en España fue mejorando y estabilizándose. Y vino Ladis, "el guapo del grupo", o al menos así lo presentan en los conciertos. Un mestizo con aire de Lenny Kravitz que fue consecuencia del segundo matrimonio de Mmai. Y del tercer, último y actual matrimonio, llegaron Maika e Iván. Por aquel entonces vivían todos en una casa diminuta de dos habitaciones del barrio de San Blas. Y "todos" significa: los hijos de Mmai, y su hermana y sus hijos. "Vivíamos más de 20 en esa casa. Éramos muy pobres", recuerda Ladis. "En cuanto podían se independizaban y se iban de allí porque era imposible una convivencia normalizada". Y, así, se fueron quedando solos los más pequeños. Sin embargo, las dificultades económicas persistían. "Nos pasábamos épocas sin luz, ni televisión, ni música...". Y de aquellas carencias surgió el talento.
"Empezamos a cantar para entretenernos. Era algo que solíamos hacer en las celebraciones, siguiendo la tradición guineana. Pero empezamos a incorporarle los ritmos de la música moderna que escuchábamos y que nos gustaba", cuenta Maika, el chorro de voz del grupo. Y así convirtieron la escalera de la casa, "que tenía muy buena sonoridad", en el local de ensayo de ese experimento artístico de fusión musical-vocal.
Entretanto, todos siguieron sus estudios. Cursaron y terminaron la EGB en el barrio madrileño de San Blas y los estudios medios en Vallecas, el último y actual destino de su madre.
"Éramos los únicos, y probablemente de los primeros, negros de la clase", recuerdan entre risas. Después cada uno tomó su rumbo. Los más mayores se buscaron la vida como dijeys en locales de Madrid, otros como camareros... Marti estudió un módulo de Comercio Interior, pero lo dejó y se recicló como monitor de baloncesto en el Liceo Francés y en los Maristas. Ladis hizo dos años de Físicas y después se fue a Suiza en busca de una tía suya para vivir otra experiencia y aprender francés. De allí, a EE UU a estudiar Traducción, y de vuelta desde Nueva York, a Madrid. Maika empezó Administrativo en la Ciudad de los Muchachos, pero lo dejó. E Iván hizo un módulo de fontanería y se convirtió en fontanero.
Fue una tarde de aquella época de estudiantes cuando vieron un documental del director norteamericano Spike Lee en la tele titulado Do it a capella (Hazlo a capela). Y clink: se les encendió la bombilla. "Hacía tiempo que queríamos cantar, pero no teníamos dinero para instrumentos ni para nada", cuenta Ladis. Y así fue como las visitas conjuntas a la escalera de la casa empezaron a sistematizarse y a convertirse en verdaderos ensayos a capela, muy a pesar de los vecinos.
Hasta que un día, por casualidad, como suelen suceder estas cosas, les escuchó en vivo y en directo "un amigo de un amigo". Allí estaban los cuatro, cada uno en un peldaño, fusionando sus voces y creando ritmos con sus sonidos vocales. Aquel amigo iba a inaugurar un local y les invitó a que fueran ellos el grupo musical que lo animara. Y de allí a las jam sessions de los garitos de la capital; al Stars Café de la calle Infantas, donde tocaron una vez al mes durante casi un año; al café Berlín, Cardamomo, Honky-Tonk, Clamores, Galileo-Galilei...
Hoy Marti, el entrenador de baloncesto, le saca partido a su maravillosa voz grave que le ha convertido en el bajo del grupo, y estudia doblaje en la prestigiosa escuela de Salvador Arias. Ladis, el joven políglota y traductor que da clases de idiomas y escribe artículos en prensa, es el alma mater del grupo, voz y percusión. Maika, que trabaja en una empresa de seguros mientras potencia su inglés y trata de terminar el módulo de Administración de Empresas, es la voz por excelencia del conjunto y las caderas más sensuales y agitadas. Y por último, Iván, el pequeñín por años y por tamaño, ha cambiado la fontanería por la moda y trabaja en una conocida cadena de tiendas de ropa a la vez que se dispone a hacer una inmersión en el mundo de la imagen y el sonido. Él es la percusión por excelencia y la voz de los temas más raperos. Ellos, hermanos de madre, son Bommai, "los hijos de Mmai", y ya llenan las salas de Madrid de aplausos.
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