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Entrevista:EL NUEVO PAPA | Una entrevista reciente

"La legalización del matrimonio homosexual en España es destructiva"

El cardenal Joseph Ratzinger habla en la Sala Roja del Santo Oficio, sede de la Congregación para la Doctrina de la Fe.

Pregunta. Tras el asunto Buttiglione [el político italiano Rocco Buttioglione fue reprobado por el Parlamento Europeo tras decir que la homosexualidad era un pecado], algunos grupos laicos y católicos pintan un cristianismo asediado en Europa.

Respuesta. Hay una agresividad ideológica secular que puede ser preocupante. En Suecia, un pastor protestante que había predicado sobre la homosexualidad basándose en un fragmento de las escrituras pasó un mes en la cárcel. El laicismo ya no es ese elemento de neutralidad que abre espacios de libertad. Empieza a transformarse en una ideología que se impone por la política y no concede espacio público a la visión católica y cristiana, que corre así el riesgo de convertirse en algo estrictamente privado y, en el fondo, mutilado. En tal sentido, hay una lucha y debemos defender la libertad religiosa contra la imposición de una ideología que se presenta como si fuera la única voz de la racionalidad, cuando no es sino la expresión de cierto racionalismo.

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P. ¿Qué es para usted el laicismo?

R. El laicismo justo y la libertad de religión. El Estado no impone una religión, sino un espacio libre para las religiones y una responsabilidad hacia la sociedad civil, y permite a las religiones ser factores en la construcción de la vida social.

P. ¿Dónde está Dios en la sociedad contemporánea?

R. Muy marginado. En la vida política parece casi indecente hablar de Dios, como si fuese un ataque a la libertad de quien no cree. El mundo político sigue sus normas y caminos, excluyendo a Dios como algo que no es de este mundo. Igual pasa en el comercio, la economía y la vida privada. Dios se queda al margen. A mí, en cambio, me parece necesario volver a descubrir, y existen las fuerzas para ello, que también la esfera política y económica necesita una responsabilidad moral, que nace del corazón del hombre y tiene que ver con la presencia o ausencia de Dios. Una sociedad en la que Dios está totalmente ausente se autodestruye. Lo hemos visto en los grandes regímenes totalitarios.

P. Un gran nudo es la ética sexual. La encíclica Humanae vitae cavó un abismo entre el magisterio y el comportamiento de los fieles. ¿Es hora de meditarlo de nuevo?

R. Para mí es evidente que tenemos que seguir reflexionando. La píldora ha sido el punto de partida de una revolución antropológica de enormes dimensiones. No ha demostrado ser, como quizá se podía pensar al principio, sólo una ayuda para situaciones difíciles, sino que ha cambiado la visión de la sexualidad, del hombre y del propio cuerpo. Se ha separado la sexualidad de la fecundidad y ha cambiado el concepto de la propia vida humana. El acto sexual ha perdido su intencionalidad y su finalidad, que siempre había sido bien visible y determinante, y todos los tipos de sexualidad se han vuelto equivalentes. De esta revolución se deriva sobre todo la equiparación entre homosexualidad y heterosexualidad. Por eso digo que el papa Pablo VI indicó un problema de enorme importancia.

P. La homosexualidad afecta al amor entre dos personas y no a la mera sexualidad. ¿Qué puede hacer la Iglesia para entender el fenómeno?

R. Digamos dos cosas. Ante todo debemos tener un gran respeto por estas personas que sufren y quieren encontrar su forma de vivir adecuada. Por otra parte, crear la forma jurídica de una especie de matrimonio homosexual no ayuda en realidad a estas personas.

P. Por tanto, ¿usted juzga negativa la elección de legalizar el matrimonio homosexual que se ha hecho en España?

R. Sí, porque es destructiva para la familia y la sociedad. El derecho crea la moral o una forma de moral, puesto que la gente normal considera comúnmente que lo que afirma el derecho también es moralmente lícito. Y si consideramos esta unión más o menos equivalente al matrimonio, tenemos una sociedad que ya no reconoce la especificidad ni el carácter fundamental de la familia, es decir, el ser propio del hombre y de la mujer, que tiene el fin de dar continuidad, no sólo en sentido biológico, a la humanidad. Por eso, la elección que se ha hecho en España no beneficia realmente a estas personas, pues así destruimos elementos básicos de un sistema de derecho.

P. A veces la Iglesia, al decir que no a todo, se ha encontrado con derrotas. ¿No debería ser posible al menos un pacto de solidaridad entre dos personas, incluso homosexuales, reconocido y tutelado por la ley?

R. Pero la institucionalización de un acuerdo así, quiera o no el legislador, aparecería ante la opinión pública como otro tipo de matrimonio y la relativización sería inevitable. No olvidemos que con esta elección, hacia la que se inclina hoy una Europa, digámoslo así, en decadencia, nos separamos de las grandes culturas, que han reconocido el significado de la sexualidad: que un hombre y una mujer han sido creados para ser de forma conjunta la garantía de futuro, no sólo física, sino moral.

P. En este escenario totalmente occidental está irrumpiendo el islam. ¿Cómo debería hacerle frente el catolicismo?

R. Ante todo, el islam es multiforme, no se puede reducir al área terrorista o a la moderada. Hay interpretaciones suníes, chiíes, etcétera. Culturalmente hay gran diferencia entre Indonesia, África o la península Arábiga, y quizá se esté formando también un islam con una especificidad europea, que acepta elementos de nuestra cultura. En todo caso, para nosotros es un desafío positivo la firme fe en Dios de los musulmanes, la conciencia de que estamos todos bajo el juicio de Dios, junto a cierto patrimonio moral y la observación de algunas normas que demuestran que la fe, para vivir, necesita expresiones comunes, algo que hemos perdido en cierta medida.

P. ¿Y como crítica?

R. Hay que captar las debilidades culturales de una religión demasiado ligada a un libro considerado verbalmente inspirado, con todos los peligros que se derivan. Podemos ofrecer el concepto de libertad religiosa a una religión en la que es determinante la teocracia, es decir, la indisolubilidad entre poder estatal y religión. Podríamos mostrarles un Dios que deja más libertad.

P. Hay una tendencia a querer exportar los valores occidentales al resto del mundo, porque se consideran mejores.

R. No debemos imponer y dogmatizar todas nuestras ideas. Debemos dejar a los demás pueblos la posibilidad de contribuir a la multiplicidad del concierto de la cultura humana. Intentamos convencer a los demás de cosas que nos parecen esenciales, pero debe hacerse en el respeto, sin imposiciones.

Joseph Ratzinger, el pasado octubre en la plaza de San Pedro.
Joseph Ratzinger, el pasado octubre en la plaza de San Pedro.REUTERS

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