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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Indefenso Ecuador

No se avizora una solución digna a la grave crisis política de Ecuador, uno de los países más inestables y políticamente corruptos de Latinoamérica. Su último episodio es por el momento la inminente decisión del Congreso sobre cómo reemplazar a los nuevos jueces del Tribunal Supremo, en el centro del conflicto que se arrastra desde diciembre y que se refleja en protestas callejeras cada vez más crispadas y un fugaz estado de sitio declarado por el acosado presidente Lucio Gutiérrez. Los manifestantes extienden ya su rechazo no sólo al jefe del Estado, sino al conjunto de una clase política totalmente desacreditada.

Los acontecimientos ecuatorianos no tienen encaje en una democracia. Que un mandatario pueda librarse en bloque del Tribunal Supremo alegando hostilidad equivale a un golpe de Estado institucional. El presidente -él mismo golpista, como coronel, en el año 2000- lo hizo en diciembre, en dudosa alianza con dos partidos populistas, uno dirigido por el ex presidente Abdalá Bucaram, el Loco -regresado del exilio, personaje tan dañino como popular, del que Gutiérrez fue ayudante de campo-, y el otro por el magnate bananero Álvaro Noboa. Al jefe del nuevo Supremo, acólito de Bucaram, le faltó tiempo para cancelar los juicios por corrupción que motivaron la huida de éste a Panamá durante ocho años. La protesta popular ha adquirido tal magnitud que el líder ecuatoriano se ha visto obligado este fin de semana a despachar al Supremo que él mismo instaló hace cuatro meses con la complicidad del Congreso.

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Los ecuatorianos están acostumbrados a casi todos los desmanes, no en vano el empobrecido país de 13 millones de habitantes ha conocido seis presidentes desde 1996. El propio Gutiérrez, elegido por cuatro años a fines de 2002 con el apoyo de los más pobres, tiene difícil agotar su único mandato. No sólo por la magnitud de la actual crisis y el hecho de que sólo el 7% de sus conciudadanos le aprueba, sino porque por primera vez se especula con el apoyo real que tiene en las Fuerzas Armadas, con las que hasta ahora ha contado sin reservas.

Las protestas que desde hace casi una semana sacuden Quito carecen de líder reconocido. Expresan el hartazgo de una realidad, muy latinoamericana, en la que un puñado de personas suelen manejar a su antojo los intereses de un país desvertebrado y políticamente indefenso. Y cuyos ciudadanos, como España conoce bien, acaban abandonándolo por millares en busca de mejores oportunidades.

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