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Columna
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El 'poti-poti'

Un artista anónimo que se hace llamar Bansky ha logrado colgar furtivamente sus divertidas obras en cuatro grandes museos neoryoquinos como el Metropolitan, el de Arte Moderno, el Brooklyn y el de Historia Natural. Las pegó con cinta adhesiva directamente a la pared y en lugares que no desentonaban del entorno. El mismo Bansky, mediante unas fotos, denunció su acción posteriormente en una página web. Las obras (véase el suplemento en castellano del The New York Times del 7 de abril distribuido con EL PAÍS) fueron retiradas de los museos.

Acciones similares en el Louvre y la Tate de Londres dieron renombre al burlón arte de Bansky, cuyos seguidores compran sus libros y siguen sus exposiciones. A la gente le encantan las bromas: una máscara de gas sobre un retrato femenino del Segundo Imperio, un bote de aerosol en manos de un oficial colonial y pintadas contra la guerra en el fondo, y un escarabajo cargado de misiles son algunas de sus ocurrencias. Pero la principal acción es la violación del santuario museístico y la demostración de que no hay seguridad suficiente que impida este tipo de juergas. Como colofón, Bansky muestra que cualquiera puede exponer en un museo sin desentonar: ya no hay fronteras entre lo excelso y lo zumbón, entre lo auténtico y lo falso. El caos puede ser total. Bansky, desde luego, ya es famoso y merece estar con sus pares en los museos.

Montjuïc y Barça juntos favorecen un río de espectaculares sinergias

Esta historia, como las que siguen, es ejemplarmente contemporánea. Me cuentan -desconozco si es cierto- que la Sagrada Familia ha sido en 2004 el monumento más visitado de España. La Sagrada Familia es puro fake: en ella Gaudí da trabajo a los Banskys locales que la construyen, lo cual conforma una performance permanente que garantiza un espectáculo in progress, como dicen los expertos, con grúas incluidas. Y la gente calibra atenta si los que sustituyen a Gaudí deliran más que el gran maestro de nuestro propio caos artístico local. Barcelona está a la cabeza de esa modernísima onda de confusión entre el arte y el negocio, la religión y el espectáculo, entre lo público y lo privado, por derecho propio.

Oí el otro día al presidente del Barça, Joan Laporta -en ese programa de TV-3, ejemplar en su precisión realista y su pluralidad, que dirige Josep Cuní y que queda oculto en la franja matutina-, comentar que está en estudio la posibilidad de que el club se instale en las muy completas infraestructuras deportivas de Montjuïc, que se convertiría así "en la montaña mágica del Barça". Es una idea digna de Bansky: ¿qué puede hacer un artístico emprendedor con tamaña sugerencia? Montjuïc y Barça, dos puntos fuertes de la identidad barcelonesa, juntos favorecen un río de espectaculares sinergias. ¿Se trataría de dar magia a la montaña con el deporte o al revés? ¿Sería una privatización encubierta, revestida con esa moderna confusión entre lo público y lo privado, entre el mecenazgo y la apropiación, o lo contrario? El presente anticipa el atractivo de espectaculares situaciones de poti-poti.

Sólo el método Bansky pudo prever que el fallecido Papa fuera un personaje capaz de vender centenares de miles de revistas del corazón. Pero ahí está, en la portada de todas ellas, por segunda semana seguida, junto a Camila y Carolina. Es otra muestra de que el poti-poti funciona a todo trapo: los contrarios se juntan en el ventajoso caos que los sociólogos llaman segunda modernidad. El interés público se centra en la curiosidad por las vidas privadas y los sentimientos de quienes logran la gran hazaña de romper el anonimato. Que sean papas o divorciados es lo de menos.

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Este mejunje que junta lo auténtico con lo falso, lo público y lo privado, el arte con el negocio, la religión con el espectáculo, lo excelso con la broma, es una nueva manera de vivir la vida. El oxímoron es un hecho consumado. ¿Quién habla de falta de valores? Si está clarísimo que todos somos cómplices de Bansky.

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