"Mitterrand era inteligente, maquinador, un virtuoso en el arte de la política"
Robert Guédiguian ha rodado hasta ahora 13 películas, las 12 primeras con Ariane Ascaride y Gérard Meylan como protagonistas de una acción que siempre transcurría en el barrio de L'Estaque (Marsella) y sus alrededores, y una decimotercera -Presidente Mitterrand (El paseante del Champ de Mars)- con los actores Michel Bouquet y Jalil Lespert encarnando los dos papeles principales de una ficción basada en personajes y hechos reales. El cambio entre el universo proletario marsellés de Marius et Jeannette (1996) y el de los palacios parisienses de la cinta que presentó en el festival de Berlín y que hoy estrena en España, sobre los últimos momentos en la vida del presidente Mitterrand, es enorme, pero entre ambos existe el puente de la utopía derrotada. "Lucho contra el sentimiento de impotencia. Presidente Mitterrand habla también de la desesperación del militante ante una lógica liberal que invade el mundo entero, ante una política que se siente impotente frente a la economía, ante unos Estados que son vencidos por las multinacionales. Tengo la sensación de no ganar nunca, de ir de derrota en derrota, de servir sólo para frenar o retrasar un fenómeno ineluctable", asegura este cineasta, que ayer presentó en Madrid la película.
"Tengo la sensación de no ganar nunca, de ir de derrota en derrota, de servir sólo para frenar un fenómeno ineluctable"
"Mazarine, la hija del presidente, ha venido a una proyección y me ha dicho que la película le ha gustado mucho"
Pregunta. Antes, sus héroes eran militantes políticos de base, a menudo comunistas; aquí el gran protagonista es el presidente (1981- 1995) François Mitterrand.
Respuesta. La propuesta viene de mi amigo Frank Le Wita, con quien, en 1980, rodé precisamente Dernier été, mi primera película. Nos conocemos desde hace mucho tiempo, de cuando yo llegué a París para acabar mis estudios. Los dos militábamos en el PCF y los dos coincidimos, en 1981, en la plaza de la Bastilla, celebrando la victoria de la unión de la izquierda. Mitterrand es para mí esa fecha, la llegada al poder de una izquierda portadora de un programa radical, el entusiasmo de un cambio que, al mismo tiempo, sabíamos que no se materializaría. Fue Frank quien me propuso llevar a la pantalla el libro del periodista Georges-Marc Benamou sobre los últimos años de Mitterrand.
P. Pasar de su banda de actores a Bouquet y Lespert ¿ha supuesto un gran cambio?
R. No. Gente como Ariane Ascaride o Jean-Pierre Darroussin vienen del teatro, Meylan tiene una larga filmografía. Son actores que trabajan mucho, con los que discutes el personaje antes pero a los que no hay que dirigir durante el rodaje. Mientras ruedas, como están seguros, pueden cambiar de registro, te pueden proponer lo convenido o justo lo contrario. Con ellos el trabajo es muy estimulante. A los únicos actores que hay que dirigir es a los malos, y no hay nada más cansado y menos gratificante.
P. La semejanza física entre Mitterrand y Michel Bouquet es increíble...
R. Es cierto, pero no ha sido ninguna preocupación central. Me bastaba con que Michel apareciera con el pelo algo alborotado y el nudo de la corbata deshecho para que se comprendiese que acababa de presidir su último Consejo de Ministros, que aquello era el fin. Tampoco hemos rodado en el palacio del Elíseo, aunque sí en un edificio del mismo arquitecto. La morfología es la misma.
P. El filme tiene algo que lo relaciona con el llamado "teatro de ideas" y es también la primera película suya en la que los personajes se expresan en un idioma muy elegante.
R. Es verdad. Yo hago un cine de ideas en el sentido en que Antoine Vitez hablaba de "teatro de ideas". Cada personaje encarna una opción ante un problema. En el caso de los diálogos que dice Bouquet, el 80% procede de discursos, entrevistas o cartas de Mitterrand. Era un orador excelente. De Gaulle se aprendía de memoria sus parlamentos; Chirac y Giscard los leen, pero Mitterrand llevaba una simple ficha en la que anotaba las dos, tres o cuatro ideas centrales que quería exponer y el resto lo improvisaba, desarrollaba esas ideas. Era un hombre culto y su francés era muy bello. Cuando critica el poder del dinero, su discurso tiene una dimensión lírica.
P. La película parece admirarle, casi como si fuese el último político de talla.
R. En cierto sentido lo ha sido. Él es heredero de Jean Jaurés, no es un tipo como Tony Blair, por ejemplo. Mitterrand era inteligente, maquinador, un virtuoso en el arte de la política porque creía en él. Y era un hombre de convicciones, un hombre que, desde 1947, propugnaba la unión de la izquierda. Hoy los políticos gobiernan de acuerdo con los sondeos o al servicio de las empresas, pero, al margen de que muchas veces yo no estuviese de acuerdo con él, Mitterrand gobernó al servicio de unas ideas.
P. El fantasma del antisemitismo le persigue. En la película, usted lo ilustra a través de la datación de una foto.
R. En la foto aparece junto a un grupo de resistentes al nazismo. Mitterrand sostiene que data de 1942, de antes de que empezasen las deportaciones de judíos, pero otros aseguran que es de 1943, de cuando ya había muchos que ponían en duda la victoria nazi.La realidad es que la foto es de 1943, pero Mitterrand conocía a toda aquella gente de 1942. No quiso precisarlo por una cuestión de orgullo. A él le han reprochado, por ejemplo, que tuviese trato con René Bousquet, antiguo colaborador de los nazis, cuando De Gaulle y muchos otros también lo trataron. La derecha judía sigue creyendo que Francia es un país antisemita. Ahí están las declaraciones de Sharon recomendando a los franceses judíos que emigren a Israel. Lo cierto es que el país no es ni más ni menos racista que otros.
P. ¿La familia Mitterrand ha impuesto algún tipo de cambio?
R. De entrada, cuando supieron que el filme iba a ser interpretado por Bouquet y dirigido por mí, renunciaron a querer leer el guión. Luego Mazarine, la hija, ha venido a una proyección y me ha dicho que la película le había gustado mucho. Danielle, la viuda, me ha enviado una carta manifestándome que prefería no asistir a ningún pase porque sabía que le resultaría doloroso, al tiempo que me decía que estaba segura de que se trataba de una buena película.
Babelia
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