Mitterrand par lui même
Esta biografía cinematográfica del último Mitterrand se presenta, no tanto tramposa como ingenuamente, en forma de encuesta sobre la vida de François Mitterrand. De un lado, el presidente de Francia, fallecido hace una década poco después de acabar su segundo mandato, recibe a un joven periodista que a lo largo de unos meses le entrevista para escribir un libro sobre su persona, como más o menos hizo Pierre Péan en La infancia de un jefe; y, de otro, Antoine Moreau, ese aprendiz de biógrafo, no del todo satisfecho con la versión de sí mismo que le da el presidente, en especial con referencia a su relación con Vichy en los primeros años de la ocupación alemana, hace una tentativa de investigación personal para enmarcar de manera más realista el personaje.
PRESIDENTE MITTERRAND
Dirección: Robert Guédiguian. Intérpretes: Michel Bouquet, Jalil Lespert, Philippe Fretun, Anne Cantineau, Sarah Grappin. Género: drama. Francia. Duración: 117 minutos.
Pero no hay tal encuesta, porque el escriba no encuentra nada digno de mención, y lo que cuenta son sólo los monólogos disfrazados de conversaciones con el futuro autor, del último monarca de la V República: su ensayo de De Gaulle. Ahí, y no hay engaño posible para el espectador, Mitterrand, interpretado formidablemente por Michel Bouquet, decide qué es lo que aparece en pantalla, suministra todo el material del que Moreau -el competente Jalil Lestrier- tendrá que servirse. Tal como en vida se había propuesto, y en la medida en que pudo hacerlo con Péan, Mitterrand escribe su propio epitafio, se convierte en legatario para la historia de sí mismo, e interpreta su propio papel. Mitterrand haciendo de Mitterrand.
Seducción
Por eso, no nos hallamos ante una exploración del director Robert Guédiguian, sino una inteligente y medida autoglorificación. Jamás aparece en pantalla un presidente que no esté consciente de la cámara-libro para los que habla, jugando siempre a la seducción de la cultura. Un hombre para el que la literatura era mucho más importante que la economía; la política como forma de vida, tanto como la propia Francia, y el amor a la mujer -aunque la película es discreta sobre el particular-, su obra de arte personal. Aquí y allá resuenan ecos de otra vida, comentarios de puertas adentro, que serán difícilmente apreciados fuera de su país: un notable periodista de Le Monde, al que no identifica; su hija Mazarine, nacida fuera del matrimonio con su esposa, Danielle -que, significativamente, no aparece en el filme-; o la indignación comunista por la forma en que trató al partido.
Lo valioso es ese Mitterrand par lui même, a ratos jocoso, siempre irónico, que se declara "creyente en las fuerzas del espíritu" y virtualmente confirma que nunca dejó de ser católico, el que sabe que es el último grande y que la globalización no arrastrará en su estela más que a financieros y contables. La autohagiografía es admirable; la encuesta, un relleno innecesario.
Babelia
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