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Columna
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Vascos y vascas

Era lo que nos faltaba. Que también Ibarretxe se apuntara a la estridente moda de llamar a sus conciudadanos por el masculino y el femenino, no vayan a molestarse las damas del terruño. Toda las santa campaña: "los vascos y las vascas...". Pero nunca dice: "los españoles y las españolas". No me digan que no es sospechoso. Y que no han visto nada raro en el sujeto en cuestión. Algo como picudo y desasosegante. Esas cejas circunflejas, esa mirada chiquitina, esa tonsura inexplicable. Pero sobre todo la sonrisa. Una sonrisa esquiva y superior, como de aquel que dice: pobres diablos, cuánto sufren. Se refiere a nosotros, los terrícolas, y más concretamente a los españoles (a las españolas se ve que no). Y yo lo bien que me lo paso, continúa él, pensando, o lo que sea. Luego mira a su diestra y a su siniestra -sobre todo a su siniestra-, cual si fuera un terrícola y algo pudiera temer. Y continúa: allá en mi reino, yo ya les habría evitado todo sufrimiento. Pero aquí hay que proceder de otra manera. Hay que hacer como que se les proponen cosas, para que se entretengan. Y darles una torta cuando se ve que no atienden. Son como niños. En fin, paciencia.

En su entomología, nos tiene muy bien clasificados: españoles de primera, o sea, militares, a esos hay que vigilarlos. Españoles de primera especial, o sea curas, mucha coba, que también pertenecen a un reino que no es de este mundo. Españoles separables: catalanes y gallegos, llamadas a la unidad ultraterrestre, aunque no todos procedan de la misma galaxia. Por fin, españoles centralistas, de los cuales hay varias subespecies: madrileños, murcianos, andaluces... Gente inferior. Y torpe. Después de siglos enviándoles mensajes, ayudándoles a ser, no han comprendido nada. En los albores de eso que llaman Castilla, los vascos y las vascas -sigue él pensando, o lo que sea- les ennoblecimos su rudo idioma, prestándoles las cinco vocales del euskera y haciéndoles perder la rústica f inicial latina. De lo contrario, seguirían diciendo 'fierro', 'figo', 'fermosa'... Luego les ayudamos a expulsar a los moros, como que vascas eran hasta 30 galeras y 13 naos, mandadas por el señor de Vizcaya, don diego López de Haro, en la conquista de Sevilla. Luego a conquistar América, miles que fuimos. Después nos enredamos con nuestros apellidos en toda clase de empeños. Hasta escritores les dimos, dicen que muy buenos. Un tal Unamuno, un tal Baroja... En el XIX se les invitó a conocer la verdadera patria de primera mano, aunque fuera mano de obra barata. El caso era levantarles la moral, mientras ellos nos levantaban el idílico país, por un poco de pan y cama dura. Así comprenderían mejor el mensaje de San Ignacio. Pues nada, ni por esas.

De la subespecie última, los andaluces, le queda un especial resquemor. En términos terrícolas parecería resentimiento. Pues entre los desagradecidos españoles, son ellos los que más. Aparte los beneficios anteriores, recibieron uno muy especial, cual fue inventarles la Feria de Sevilla, modelo universal de jolgorios, y con la ayuda de un catalán, por cierto. Pues nada. Son refractarios a todo sentimiento de Nación, como si les faltara un tornillo. Tercos, en fin, como una mula. Los andaluces. (Las andaluzas, no sé).

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