¡Señor, cuánta irreverencia!
Antes de entrar en el comentario de la última novela del escritor barcelonés Ignacio Vidal-Folch, Turistas del ideal, convendría que el lector tuviera someras noticias sobre su sistema literario, esos conceptos que articulan su idea de la novela. En la antología Los cuentos que cuentan, de J. A. Masoliver y Fernando Valls, Vidal-Folch expone sucintamente su idea del relato, pero a la vez esa idea nos puede servir para entender su criterio de la escritura y de qué manera debe subordinarse a la imaginación. De esa breve exposición pueden servir estas palabras del autor, después de confesarnos su horizonte valleinclanesco: "Liberar la imaginación de toda traba o respeto humano". De sus libros, entre cuentos y novelas, posiblemente La libertad es la que más ofrece antecedentes de su nueva novela: sátira, expresionismo, sarcasmo e ironía siempre cortante. En Turistas del ideal estos elementos están, y lo están siempre en esa línea de ordenar la imaginación novelesca ajena a "toda traba o respeto humano", entendiendo esto como una especie de poética del no dejar títere con cabeza, o la puesta en práctica de esa interesante ley que se inventó el mismo autor, La ley de la apoteosis, aplicada sin descanso de principio a fin en la sátira que nos ocupa. La alusión a las novelas del ciclo del Ruedo ibérico, de Valle-Inclán, es ineludible ya que su autor encuadra esta novela de la que ahora nos ocupamos dentro de un ciclo que afecta a la realidad española contemporánea.
TURISTAS DEL IDEAL
Ignacio Vidal-Folch
Destino. Barcelona, 2005
289 páginas. 18 euros
Turistas del ideal, como ya dije antes, es una sátira. Pero además es un roman à clef. Esta circunstancia, como comprobará el lector al final de la novela y ya fuera de ella (o tal vez dentro), entra en contradicción con la advertencia, casi diría en la misma línea de irreverencia literaria que el autor se exigía para sus cuentos, según la cual "los personajes de esta novela son fruto exclusivo de la imaginación del autor y no se refieren a personas reales". Les puedo asegurar que le será difícil a cualquier lector avisado no ver en los dos personajes centrales de esta novela a dos personas reales, aunque una ya no exista. Aquí hay una despiadada ironía del autor, porque él sabe que la identificación será automática, como irónica también es la contradicción en la que premeditadamente incurre ya que un roman à clef invita a la identificación, operación que el autor intenta desdecir con las inútiles (y también inequívocamente irónicas) advertencias finales.
Los personajes que no se de-
ben, según el autor, confundir con personas reales, son un escritor portugués ya mayor, muy famoso, sobre todo después de ganar un premio supremo, adicto a las instrucciones morales, y entregado a moralizar sobre lo divino y lo terreno, y un escritor barcelonés autor de exitosas novelas policiacas, cultivador del método narrativo de Raymond Chandler, con una casa en el Ampurdán, que le ha comprado un piso a su padre en el Ensanche, que ha tenido una crisis cardiaca y que se ha trasladado a un país llamado Tierras Calientes para entrevistar a un revolucionario que fuma en pipa y se muestra siempre con la cara tapada. Estos dos personajes están en Tierras Calientes, disfrutan de lujos pagados y están siempre conectados con ese mundo desarrollado, globalizado, que ellos sin embargo no dejan de denostar. Turistas del ideal es una buena sátira. No tiene el calibre imaginativo y espiritual de una novela como El maestro y Margarita, de Mijaíl Bulgákov, por citar un autor paradigmático en el arte de la sátira y que nuestro autor cita de pasada en su novela. Pero tiene ese ambiguo gancho moral que suelen tener los ajustes de cuentas novelescos. Qué es un roman à clef, sino una especie de vendetta literaria. Los dos temas centrales de esta sátira son la doble moral y la grandilocuencia. Es evidente que el mundo está lleno de ello, y que por tanto el lector se tendría que encontrar cómodo frente a una representación de lo que resulta repugnante. Los personajes de esta novela la practican. He dejado para el final de esta reseña una segunda advertencia del autor: "El autor no comparte necesariamente lo que digan ni se responsabiliza de lo que hagan sus personajes". Aquí la novela parece que juega con otra ambigüedad, la ironía o la ingenuidad. El lector que lea esta novela sabe que el autor algo tiene que ver, si no con lo que piensan los personajes, sí con el propósito de burlarse de ellos hasta el escarnio. Bueno, es una sátira. Y también un roman à clef.
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