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Elecciones en el PaísVasco

Una policía desmoralizada

La Ertzaintza perdió el año pasado más de un millón de horas por absentismo y hay comisarías donde más del 20% está de baja laboral - Los agentes se quejan de que las normas internas entorpecen la eficacia en la calle

Tiene unos 40 años, está casado y es padre de dos hijos. Hay compañeros suyos, más de 500, que han optado por irse a vivir fuera del País Vasco. Otros, más del 20% en algunas comisarías, que están de baja laboral (la Ertzaintza perdió el pasado año más de un millón de horas de trabajo por absentismo). Su caso no es ni uno ni otro. Sigue viviendo en el ojo del huracán -su piso está situado en una de las zonas de Guipúzcoa donde ETA siempre se sintió fuerte- y se resiste a dejar de trabajar. Eso sí, dice que no siempre es fácil. Le han destrozado el coche en dos ocasiones. Y el teléfono de su casa, que no aparece en la guía, suena a veces de madrugada para recordarle que sigue amenazado de muerte. Sin embargo, durante la hora larga que dura la entrevista -en un rincón discreto de una cafetería de San Sebastián- el policía no se queja de eso.

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LA DOBLE PRESIÓN.

Sí comenta lo chocante que resulta vivir dos pisos por debajo de un antiguo preso de ETA o lo que sufrió por sus hijos cuando un día, de paseo por un monte cercano, el concejal de HB de un pueblo vecino le escupió a voz en grito: "¡Hasta aquí tengo que verte!". Pero no. Aunque para el común de los mortales sean argumentos suficientes para salir corriendo, lo relatado hasta aquí no es lo que más preocupa a este agente. Tampoco a los otros tres policías vascos entrevistados para este reportaje. "Estamos desmoralizados", dice uno de ellos, "desmotivados, desanimados... Estábamos preparados para soportar la presión que nos viene de fuera, pero no para la que nos llega de dentro, que, aunque parezca mentira, es mucho más dura, más difícil de digerir. Nuestros mandos nos vigilan, nos coaccionan, graban nuestras conversaciones y espían nuestras actuaciones en la calle. Se inventan mil medidas para que no seamos operativos. Y, cuando tenemos un problema en la calle, prefieren darle la razón al delincuente, sobre todo si es de Batasuna, que a nosotros".

El caso del agente Marcos es sintomático. El 25 de abril de 1997, Marcos y otro agente de la Ertzaintza patrullaban de paisano por Hernani (Guipúzcoa). Les tendieron una emboscada. "Chirriando rueda y pistola en mano, logramos salir de lo que para nosotros fue un infierno". Marcos se recuperó bien de los golpes, pero el otro policía perdió la visión del ojo derecho y sigue teniendo problemas con el izquierdo. Ya han pasado algunos años de aquello, pero el departamento de Interior sigue sin reconocer que aquellas lesiones se produjeron en acto de servicio. Marcos y su compañero pusieron una denuncia, pero el Gobierno vasco ni siquiera compareció el pasado 15 de febrero, cuando fue citado a declarar ante el Tribunal Superior de Justicia del País Vasco. "Cuando eres víctima de un atentado", dice Marcos, "el ninguneo a que te someten es desgarrador. Eso sí, el señor [Joseba] Azkarraga [consejero de Justicia] ha recibido a los miembros de Jarrai, responsables directos del atentado que sufrimos y a ellos sí les ha mandado un observador para que vele por sus derechos...". El agente de 40 años puede contar en primera persona una experiencia similar. "Un día", relata, "recibimos una llamada de urgencia. Un grupo de radicales estaba atando a un poste al policía municipal de un pueblo. Cuando llegué, eran 15 ó más los que rodeaban al pobre hombre. Saqué la porra y me tiré a por él. ¿Cómo iba a hacerlo, si estaba yo contra 15 y al municipal lo iban a linchar? Pues bien. Llegó el día del juicio y tuve que ir a declarar, a cara descubierta, entre toda aquella gente. Al policía municipal le entró la amnesia y los radicales me acusaban a mí de lesiones, insultos, agresiones... Fíjese cómo era la actitud del abogado que me puso el departamento de Interior, que le tuve que preguntar: 'oye, tú que has venido para defenderme o para acusarme'. Pues bien, salí absuelto. Pero al día siguiente, recibí una llamada de Interior. Me informaban de que, aunque absuelto en el juzgado, tendría aún que enfrentarme a un expediente disciplinario".

El resultado, según los agentes entrevistados, es una desgana generalizada. "Sales a la calle", dice uno de los policías, "con un objetivo muy claro: que pasen las ocho horas y no te surja ningún problema". Otro añade: "Durante un tiempo, tuvimos que soportar el sambenito de policía política. A mí, particularmente, me fastidiaba. No era justo que todo un cuerpo tuviera que soportar el pecado original de haber sido creado por el PNV. Luego, detuvimos comandos, luchamos contra la violencia callejera, nos ganamos un respeto... Sin embargo, ahora tengo la impresión de que a nuestros jefes no les interesa que seamos demasiado efectivos. A mí me da vergüenza que no detengamos a ningún etarra desde hace dos años".

Los cuatro ertzainas entrevistados coinciden en que sus jefes trabajan más de cara a la galería que a la efectividad. "Están", dice uno de ellos, "obsesionados con el ordenador. Con las estadísticas. Trabajan para el Parlamento y para los periodistas, pero no para el ciudadano. La gente ve que tenemos buenos coches blindados, y es verdad, pero no sabe que no hay buzos ni botas, y que los cascos son de segunda mano... Se acaban de inventar un protocolo de actuación que es ridículo. El detenido tiene que disponer en los calabozos de zapatillas, albornoz, servicio de catering y derecho a ducha. Tienes que meter en el ordenador cuándo se lava, cuándo almuerza... Mientras, en la calle, la víctima queda abandonada a su suerte".

Los cuatro agentes hablan con cierto apuro. Dicen que, aunque la mayoría no entró por vocación y sí por necesidad, se fueron haciendo poco a poco al trabajo y ya se consideran buenos policías. "A las primeras promociones", explica el más veterano, "nos instruyeron como si fuéramos a ser policías americanos, con el coche aparcado en el jardín. Luego vino lo duro. Tener que lavar la ropa a escondidas, ver cómo a tus compañeros los quemaban de arriba a abajo. Lo que nunca llegamos a pensar es que, cuando nos acostumbrásemos a la presión de fuera, tendríamos que soportar la presión de dentro".

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