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Columna
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Kakome / Salobreña

En el primer plano de la fotografía el secretario del Ayuntamiento, sentado en una roca, contempla la pequeña cala en forma de herradura que allí abajo se perfila con su franja de arena. No se aprecia en las laderas de las colinas circundantes, tachonadas de olivos y con manchas de garriga, una sola vivienda. No transita por el pequeño camino que desciende desde las alturas al mar coche alguno. Todo respira una paz bucólica, virgiliana. Parece mentira que pueda existir en la costa mediterránea un lugar así, libre aún de la plaga urbanística, de la locura del pan para hoy y la pobreza para mañana.

Se trata de la bahía de Kakome, en Albania, y, según un reportaje publicado recientemente en el Guardian Weekly (revista que recomiendo a los estudiantes de inglés por la extraordinaria calidad de sus artículos), tiene los días contados. Y es que el Club Méditerranée quiere crear allí, con la complicidad de un empresario local y del Gobierno, un pueblo veraniego para setecientas personas. Más o menos lo que hizo dicho club bajo el franquismo en el cabo de Creus (el mítico paraje donde Buñuel rodó las iniciales, y surrealistas a más no poder, escenas de La edad de oro). Los habitantes del cercano pueblo de Nivica están que se suben por las paredes. Aseguran que los terrenos les pertencen a ellos desde mucho tiempo atrás. Cuando empezaron a trabajar los bulldozers hace dos meses, resistieron físicamente sus pretensiones, el Gobierno mandó seiscientos soldados, hubo numerosos heridos y al alcalde se le impuso un arresto domiciliario.

En tiempos del comunismo la costa albanesa, apenas conocida fuera, estuvo a salvo de la devastación infligida al litoral de otros países mediterráneos. Ya no. Muchos de los aldeanos de Nivica han trabajado fuera y visto las consecuencias del desarrollo incontrolado. "Queremos evitar lo ocurrido en España", ha declarado uno de ellos. No están en contra de ciertos cambios, pero insisten en ser consultados y recompensados. Temen, en concreto, que les pase lo mismo que al pueblo cercano de Saranda, donde la especulación ha hecho ya estragos irreparables. Son conscientes de que la bahía y su entorno conforman uno de los paisajes más espectaculares de Europa. No quieren que se pierda.

No he podido leer el reportaje del Guardian Weekly sin pensar en la bella vega de Salobreña, poblada de caña de azúcar, que se extiende entre el peñón (con su riqueza botánica) y el enclave de La Caleta, paraje único de la costa granadina y de inmenso valor ecológico. Comenté en esta columna, hace unos años, el plan que entonces existía para levantar cuatro hoteles sobre parcelas agrícolas próximas a la playa -¡500.000 metros cuadrados!-, y me atreví a opinar que, si se llevaba adelante, sería una vergüenza no sólo para la Junta de Andalucía sino para el país entero. En estos momentos no puedo bajar a Salobreña en persona para comprobar la situación actual del proyecto. Pero he hablado con mis espías, que suelen ser muy eficaces, y me aseguran que, si bien están actualmente parados por "cuestiones técnicas" (lindes, propietarios), los hoteles se van a hacer. Me deprime, la verdad.

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