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EL FIN DE UN PAPADO | Reacciones en España
Columna
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La exclusiva de la muerte

La agonía, no lo olvidemos, tiene copyright y es una exclusiva audiovisual (oral y de imágenes) de la Iglesia católica desde hace un par de milenios. Por lo tanto, todo lo ocurrido estas últimas semanas en el Vaticano, hasta las 9.37 de la noche del sábado, forma parte de aquella escaleta del Nuevo Testamento que en su día diseñaron los cuatro guionistas principales, Juan, Marco, Mateo y Lucas, y Pedro produjo después desde los primitivos estudios de Roma, aquella primera Cinecitta con decidida vocación de major europea y de pretensiones universales y excluyentes, como cualquier gran estudio hollywoodiano de hoy. En ninguna otra religión del globo, sea religión monoteísta, politeísta o budista, la agonía del hombre (del Hombre y del Nombre) desempeña un papel tan principal en el guión divino, sea por revelación o por producción propia, como en el caso del megahit católico que sigue congregando colas y masas desde hace 2.000 años, como se veía ayer en la plaza de San Pedro.

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Así pues, el espectáculo de la agonía pública y global, y no sólo de cara a los fieles, forma parte sustancial del guión y Wojtyla no hizo más que ser coherente con la escaleta fundadora: recitó su agonía y muerte ante las telecámaras del mundo en su personal remake del Vía Crucis, aunque con bastante menos morbo que en la reciente versión de Mel Gibson, que tampoco pagó derechos de autor.

En realidad y hablando de religiones, la muerte, en sus tres grandes secuencias rituales (la agonía, la defunción y la funeralia), es una exclusiva indiscutible y muy principal de la religión que administra el Vaticano, en competencia con otras ortodoxias y heterodoxias agónicas de la Cruz y que frente a la gran major de esa imponente Cristocitta romana desempeñan el mismo papel que los pequeños estudios independientes frente a Hollywood. La gran originalidad de la religión católica, en todas sus manifestaciones rituales y teológicas, está precisamente en el monopolio global y audiovisual de la muerte. Ni los judíos ni los musulmanes ni los protestantes ni los budistas ni todas las creencias que me dejo en el tintero han sabido captar, gestionar y amplificar con mayor sabiduría ese drama personal y universal del último instante. Ese gran misterio que ahora, en el Año Internacional de la Física, intentan desdramatizar con las ecuaciones de Einstein (si Dios habla, sólo habla matemáticas, que dijo don Alberto hace medio siglo) y con las combinaciones y recombinaciones de la bioquímica, que también tienen más que ver con las ecuaciones que con los latines y con las campanas que suenan ahora mismo en mi pueblo, mientras escribo esto.

La muerte siempre estuvo en el origen de la historia de las religiones y del sentimiento universal de lo sagrado, que dijo el gran Mircea Eliade, pero la única religión que la monopolizó, la escenificó, la dramatizó, la ritualizó y nunca, nunca la ocultó fue la católica. Es cierto que también le añadió, por motivos de guión, el efecto especial de la Resurrección, pero eso suele pasarse por alto en los momentos críticos para darle todavía más suspense al último instante y concentrarse en el verdadero drama y misterio de la conciencia humana: las últimas palabras que dijo Wojtyla no fueron Ci vediamo nella Resurrezione (nos vemos en la resurrección), que sería lo lógico, sino no sé qué de los jóvenes de ida y vuelta, que aseguró Navarro-Valls.

El problema audiovisual, esta vez, es que la muerte del Papa delante de las telecámaras, luego de tanta agonía a cámara lenta, y global, es que las imágenes y los sonidos del Acontecimiento fueron muy pobres. Bastaba darse una vuelta por las teles españolas, incluso por el satélite italiano, para comprobar que la mayor parte de las cadenas de confesión o tendencia católica (Antena 3, Telecinco y TVE: nuestras únicas teles generalistas, no lo olvidemos cuando hablamos de pluralidad) no estaban preparadas, a pesar del tiempo del que dispusieron, para transmitir en directo la muerte del monarca de la religión que tiene la exclusiva de la muerte. Fue un zapeo muy frustrante, que no estuvo a la altura del Acontecimiento ni de la religión de fondo que domina el paisaje audiovisual español, y que sobre todo demostró lo clónicas que son nuestras tres televisiones.

Los del Ente (con esa monada gélida que es Ana Blanco) no se movieron toda la noche de la plaza de San Pedro, siempre en un mismo plano, y conectaron por teléfono con los obispos españoles sobre un fondo de imágenes procedentes de la RAI italiana. Los de Telecinco, a pesar del monopolio audiovisual italiano de su jefe y propietario, Berlusconi, hicieron prácticamente lo mismo, RAI incluida, limitándose a emitir imágenes y reportajes de archivo, con conexiones telefónicas similares a las de TVE, a base de obispos y del fervor popular y juvenil de la Almudena. Los raros de Antena 3, instalados en la mesa principal del informativo, presidida por un muy seguro Matías Prat, se ve que un tipo con fe, fueron un poco más allá: entrevistaron de nuevo a los obispos y monseñores de guardia, con sus atipladas prosodias, pero para marcar un poquitín las diferencias entrevistaron a Urdaci, (¡Urdaci resurrecto!) a curitas y teólogos con pinta del Opus, y a Paloma Gómez Borrero, siempre en la misma red espiritual y en la misma RAI material.

O sea, que el sábado por la noche nuestras tres cadenas no sólo escamotearon cualquier debate plural, cualquier análisis religioso normal, incluso cualquier periodismo católico militante y mínimamente informado y preocupado (el sucesor de Wojtyla, ¿será también monárquico o habrá un regreso a lo sinodal?, ¿será un Papa mediático o basta ya de telecámaras y liturgias en directo? Españolicemos: ¿ganará el Opus o los jesuitas?), sino que por fin demostraron el misterio de la Santísima Trinidad. Tres cadenas distintas y un sola Red verdadera.

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