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Reportaje:EL FIN DE UN PAPADO | Los fieles

La historia de una agonía

El atentado cometido por Alí Agca, en mayo de 1981, condicionó para siempre la vida de Juan Pablo II

Pocos personajes públicos han tenido una agonía tan larga como el papa Juan Pablo II. Sobre todo si a los dos últimos meses se le suma el decenio precedente en el que la vida cotidiana de Karol Wojtyla ha estado gobernada por los médicos. El Papa vigoroso que se presentó ante el pueblo de Roma, en la plaza de San Pedro, un 16 de octubre de hace 26 años como el nuevo líder de la Iglesia católica, hubiera batido todos los récords de permanencia en el trono de Pedro de no haber sido por su fatal encuentro con el turco Alí Agca, el 13 de mayo de 1981. Ese día, y pese a algunas filtraciones de servicios de inteligencia europeos que habían alertado al Vaticano sobre la posibilidad de un atentado al Papa, Karol Wojtyla inició como todos los miércoles de audiencia pública, su recorrido en el papamóvil en torno a la plaza de San Pedro, entre las aclamaciones de los fieles. En un momento dado, Agca se destacó de entre la muchedumbre y disparó a quemarropa contra el Pontífice. Una de las balas le perforó el abdomen y dio inicio a un largo y doloroso calvario que mantuvo al Papa en una constante batalla por su salud. Tras el atentado, Juan Pablo II fue conducido a toda prisa al policlínico Gemelli, que pasó a convertirse en el Vaticano III, es decir, su tercer domicilio tras el propio Vaticano y la residencia veraniega de Castelgandolfo.

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El Papa logró salvar la vida, tras ser sometido a una larga intervención quirúrgica en la que le fueron extirpados 55 centímetros de intestino. Pero su salud quedó malparada. Sólo 17 días después de recibir el alta médica, Wojtyla volvió al Gemelli, esta vez aquejado de una infección contraída en el quirófano. En 1992, Wojtyla tuvo que someterse a una nueva operación en la que le fue extirpado un tumor benigno. Pese a ello, la intervención duró cuatro horas y con el tumor, los cirujanos le extrajeron la vesícula biliar.

Apenas repuesto, Juan Pablo II sufrió un banal accidente durante una audiencia el 11 de noviembre de 1993. Fue una caída que le produjo una luxación del hombro derecho. En abril del año siguiente, Wojtyla volvió a caerse, esta vez al salir de la bañera en su apartamento privado del Vaticano y se fracturó el fémur derecho. Los cirujanos del Gemelli le intervinieron de nuevo y colocaron una prótesis de titanio para sustituir la cabeza del fémur dañada. Pero la operación no fue un éxito. El Papa no volvió a caminar bien sin la ayuda de un bastón, y esta dificultad iría en aumento hasta provocarle una artrosis de la rodilla, que en los últimos años acabó por reducirle a una silla de ruedas.

Desde mediados de los noventa se hizo patente que el Papa padecía además la enfermedad de Parkinson, algo que terminó por reconocer, aunque a regañadientes, el Vaticano. Con el tiempo, este padecimiento se convertiría en la fuente principal de sufrimiento para el Pontífice. Un sufrimiento público debido a la determinación de Wojtyla de apoyarse en los medios para desarrollar su labor pastoral. Los rumores sobre un inminente final del Papa no han dejado de estar presentes en los círculos de la prensa vaticana desde mediados de los años noventa. Con la salud muy quebrantada, el Papa realizó en junio de 1999 un largo viaje a Polonia que a punto estuvo de costarle la vida. Sufrió una nueva caída en el baño de la residencia episcopal que ocupó en Varsovia y en Cracovia, la ciudad de la que fue largos años arzobispo, fue golpeado por un nuevo y fulminante proceso gripal que le obligó a guardar cama varios días. El último gran esfuerzo del Papa fue el Jubileo de 2000. Pero el Papa sobrevivió al esfuerzo.

En abril de 2003, los fieles le vieron por primera vez presidir una ceremonia religiosa en una silla de ruedas, una imagen que terminaría por hacerse habitual. Más tarde le falló la palabra.

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El principio del fin de este largo calvario de dolencias se produjo en febrero pasado, cuando una crisis respiratoria obligó al Papa a un nuevo ingreso en el policlínico Gemelli. Esta vez la recuperación fue tan efímera, que hubo de reingresar urgentemente el 24 de febrero, cuando hubo de ser sometido a una traqueotomía. El 13 de marzo, el Papa regresó al Vaticano aparentemente recuperado, pero era ya un hombre agonizante incapaz de hablar, obligado a dormir incorporado, alimentado por una sonda nasal. Había llegado el final.

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