Pandillas juveniles
Mi hijo de 15 años sufrió una agresión cuando se dirigía a casa de un amigo en compañía de otros tres jóvenes como él. Como ya no llevan nada encima, salvo las llaves de su casa, porque ya se lo han quitado todo anteriormente: relojes, móviles, cadenas, anillos, deportivas, bicicletas, ... (y lo más importante su dignidad y su deseo de una sociedad en la que actuar en libertad), se dedican a golpearles.
Escribo yo en su nombre esta carta para mostrar su rabia contenida por la impotencia ante las agresiones morales y físicas que grupos de pandillas de menores (¿se es menor para ejercer la violencia?) que desde sus barrios (no tan marginales como se supone) van a la caza de unos jóvenes muy "blanditos", educados en sus colegios (públicos) en la no violencia pero con la gran suerte (¿o desgracia?) de continuar con la misma educación en sus hogares, en la que se les intenta hacer ver lo que es la convivencia pacífica y el respeto hacia los demás, que hay que ser solidarios, respetar a los otros, que no es bueno ver cine tan violento, ni jugar a juegos de consola en los que, por ejemplo, un afroamericano se dedica a abrir la puerta de los coches que transitan por la vía pública, a golpear a sus ocupantes y sacarles de sus vehículos, arrojándoles al suelo para robárselos y utilizarlos para poder cumplir las misiones de las que consta el juego: robar, golpear a prostitutas, asesinar, etcétera.
Según los responsables de los centros educativos, esos jóvenes están localizados pero no tienen "armas" suficientes con las que atajar el problema. Les han expulsado de los colegios por agresiones y robos a sus compañeros. Han llamado a sus padres para explicarles los comportamientos de sus hijos y lo que se han encontrado han sido tres situaciones: los padres que niegan que sus hijos sean así, otros que reconociendo el problema se ven incapaces de resolverlo y, por último, los que comprenden o alientan ese comportamiento con el pretexto de que tienen que defenderse. Estos últimos son los que, seguramente, con su conducta incívica provocan el daño más grande porque el referente más próximo a los hijos que es su padre realiza los mismos actos o parecidos: saltarse un semáforo, aparcar en los lugares reservados a minusválidos, adelantar por lugares prohibidos, no esperar en las colas de los espectáculos públicos, el hurto en las grandes superficies. Posiblemente, con un mayor interés de los poderes públicos en la preparación de campañas contra esta violencia se pudiera, si no eliminar, si frenar este vandalismo.
Y la policía se encuentra impotente ante esta situación sin medios personales, materiales y legales para enfrentarse al problema. Con el fin de conseguir el déficit cero, el anterior Gobierno del señor Aznar dejó de convocar oposiciones para mantener las plantillas del Cuerpo de la Policía Nacional y de la Guardia Civil, con el resultado de un aumento de la delincuencia y de una situación en la que nos quedan otros ocho años para poder arreglar.
A lo anterior se le añade una Ley del Menor totalmente inadecuada para atajar el problema.En estos días he podido comprobar el interés que se han tomado en el estamento policial para apoyarnos en todo lo que estuviera en sus manos.
Nuestros hijos necesitan una sociedad no basada en el miedo y menos en el rencor que atenaza las libertades individuales y fomentan la insolidaridad. No podemos estar todo el día intranquilos imaginando situaciones en las que les puede estar ocurriendo alguna desgracia. Mi hijo se pasa el día pensando en lo que podría haber hecho o dejado de hacer para que no le hubiera ocurrido. No puede concentrarse en el estudio porque el shock recibido todavía llena su mente. Aunque mi mujer y yo intentamos darle todo el cariño que podamos, él se muestra irritable y distraído. Mi familia ha perdido parte de su vida y de sus ilusiones en este episodio. Pero como decía el poeta: "Me queda la palabra".
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