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¿El auge 'pacífico' de China?

Joseph S. Nye

En las últimas semanas, China ha anunciado un incremento del 12,6% en su gasto de defensa; el director de la CIA estadounidense, Porter Goss, ha prestado declaración sobre el deterioro del equilibrio militar en el estrecho de Taiwan; y el presidente George W. Bush rogó a los europeos que no levantaran su embargo sobre las ventas de armas a China. Aun así, los líderes chinos han hablado del "auge pacífico" del país o, más recientemente, de su "desarrollo pacífico". Analistas como John Mearsheimer, de la Universidad de Chicago, han afirmado llanamente que China no puede ascender de forma pacífica, y predicen que "es probable que Estados Unidos y China se embarquen en una intensa contienda por la seguridad con un potencial de guerra considerable". Los optimistas señalan que China ha emprendido buenas políticas con sus vecinos desde la década de los noventa, ha resuelto disputas fronterizas, ha desempeñado un mayor papel en las instituciones internacionales y ha reconocido las ventajas de utilizar el poder blando. Pero los escépticos responden que China sólo está esperando a que su economía siente las bases para una futura hegemonía.

¿Quién tiene razón? No lo sabremos hasta dentro de un tiempo, pero los participantes del debate deberían recordar la advertencia de Tucídides, hace más de dos milenios, de que la creencia en la inevitabilidad de un conflicto puede convertirse en una de sus principales causas. Cada bando, creyendo que acabará en guerra con el otro, realiza preparativos militares razonables que son interpretados por el otro bando como una confirmación de sus peores miedos. De hecho, llamarlo "auge de China" no es muy acertado. "Resurgimiento" sería más exacto, ya que por dimensiones e historia, el Reino Medio ha sido durante mucho tiempo una gran potencia en el este de Asia. Técnica y económicamente, China fue el líder mundial (aunque sin alcance global) desde el año 500 al 1500. No fue superado por Europa y Estados Unidos hasta el último medio milenio. El Banco de Desarrollo Asiático ha calculado que en 1820, al principio de la era industrial, Asia representaba las tres quintas partes de la producción mundial. En 1940 cayó a una quinta parte, aunque albergaba a tres quintas partes de la población mundial. El rápido crecimiento económico ha devuelto la producción a dos quintas partes del total mundial en la actualidad, y el Banco calcula que Asia podría recuperar sus niveles históricos en 2025.

Naturalmente, Asia incluye a Japón, India, Corea y otros, pero China será la que acabe desempeñando el papel más destacado. Sus elevados índices de crecimiento anual del 8%-9% la llevaron a triplicar su producto interior bruto (PIB) en las dos últimas décadas del siglo XX. No obstante, a China le queda un largo camino por recorrer y se enfrenta a numerosos obstáculos. La economía estadounidense es aproximadamente el doble de la de China; si crece sólo un 2% anual y la de China un 6%, podrían alcanzar la paridad después de 2025. Incluso así, no serían iguales en composición o sofisticación. China seguiría teniendo una enorme y subdesarrollada zona rural, y no igualaría los ingresos per cápita de EE UU hasta después de 2075 (dependiendo de las medidas empleadas para la comparación). China está muy lejos de suponer el reto a la preponderancia estadounidense que encarnó la Alemania del Káiser cuando superó a Gran Bretaña en los años previos a la Primera Guerra Mundial.

Además, las simples proyecciones de las tendencias del crecimiento económico pueden llevar a engaño. Los países tienden a recolectar el fruto que está más a su alcance, mientras se benefician de tecnologías importadas en los primeros estadios de un despegue económico, y las tasas de crecimiento tienden a ralentizarse a medida que las economías alcanzan niveles más elevados de desarrollo. Del mismo modo, la economía china se ve lastrada por unas empresas estatales ineficaces, un sistema financiero poco estable y una infraestructura insuficiente. A su vez, la política siempre encuentra el modo de confundir las proyecciones económicas. La creación de un Estado de derecho e instituciones para la participación política va a la zaga del crecimiento económico, y la creciente desigualdad, la masiva migración interna, un colchón social limitado y la corrupción podrían fomentar la inestabilidad política. De hecho, algunos observadores temen una inestabilidad causada por una China débil, más que por una China en auge.

Mientras la economía china siga creciendo, es probable que el poder militar también lo haga, con lo que China parecerá más peligrosa a sus vecinos y dificultará los compromisos de Estados Unidos en Asia. Un estudio de RAND pronostica que en 2015 el gasto militar de China será más de seis veces superior al de Japón, y su capital militar acumulado será unas cinco veces mayor (calculado sobre paridad de poder adquisitivo). Independientemente de lo exactas que sean estas valoraciones sobre el crecimiento militar de China, el resultado también dependerá de lo que hagan EE UU y otros países. La clave para el poder militar en la era de la información depende de la capacidad para recabar, procesar, divulgar e integrar complejos sistemas de vigilancia espacial, ordenadores de alta velocidad y armas "inteligentes". China y otros desarrollarán algunas de esas capacidades, pero, según muchos analistas militares, es improbable que China salve la distancia con EE UU a corto plazo.

La incapacidad de China para competir con EE UU a escala global no significa que no pueda desafiar a EE UU en el este de Asia, o que una guerra a causa de Taiwan sea imposible. En ocasiones, los países más débiles atacan cuando se sienten arrinconados, como hizo Japón en Pearl Harbour o China cuando entró en la guerra de Corea en 1950. Si, por ejemplo, Taiwan declarara la independencia, China probablemente intervendría con la fuerza armada, independientemente de los costes económicos o militares percibidos. Pero habría pocas probabilidades de ganar dicha guerra y una política prudente por ambas partes podría hacer que ese conflicto fuese improbable. No hay necesidad de que EE UU y China entren en conflicto. No todas las potencias en auge llevan a una guerra (recordemos cuando Estados Unidos rebasó a Gran Bretaña a finales del siglo XIX). Si el ascenso de China sigue siendo pacífico, promete ser muy beneficioso para su pueblo y para sus vecinos (y para los estadounidenses). Pero, rememorando el consejo de Tucídides, será importante no confundir las teorías de los analistas con la realidad, y seguir subrayándoselo a los líderes políticos y a la opinión pública.

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