Cabos sueltos del 11-M
LA COMISIÓN PARLAMENTARIA SOBRE EL 11-M acordó hace 10 días rechazar las comparecencias solicitadas por el PP (incluidos varios confidentes policiales ya procesados por la Audiencia Nacional) e iniciar la fase dedicada a fijar las conclusiones. Los frustrados peticionarios atribuyeron esa negativa a una maliciosa maniobra de los restantes comisionados para dar carpetazo a la investigación e impedir así la identificación de los verdaderos autores del atentado. La aparición posterior en la prensa de otras noticias relacionadas con el caso ha dado ocasión al PP para reiterar sus exigencias y elevar el tono de sus denuncias. Por una parte, un militante socialista de Gijón -al parecer, agente encubierto del Centro Nacional de Inteligencia- visitó en la cárcel tres veces y ayudó a pagar la cuenta del dentista a Abdelkrim Bensmail, un argelino detenido en 1997 por su pertenencia al Grupo Islámico Armado (GIA) y mano derecha de Allekema Lamari (uno de los siete suicidas de Leganés). También se ha sabido, a fines de la pasada semana, que el ciudadano español de origen sirio Mohannad Almallah -detenido poco después del 11-M, puesto entonces en libertad y actualmente en prisión preventiva- pidió el ingreso en una agrupación socialista madrileña a los tres meses del atentado.
Mientras el Poder Judicial investiga las responsabilidades penales del atentado del 11-M, la comisión parlamentaria analiza las graves responsabilidades políticas del Gobierno de Aznar
El PP alberga la esperanza de que esas noticias confirmen la grotesca pista que sus dirigentes y portavoces mediáticos siguen desde hace tiempo: las supuestas relaciones de connivencia, complicidad o encubrimiento del PSOE con el atentado del 11-M, imaginariamente planificado y ordenado por una barroca constelación de la que formarían parte ETA, Al Qaeda, el Reino de Marruecos y la República francesa con la oscura cobertura de políticos, policías y medios de comunicación españoles. La interpretación conspirativa de la historia, sin embargo, suele jugar malas pasadas a los aprendices de brujo que la practican; de emplearse con carácter universal las reglas de inferencia utilizadas para implicar calumniosamente al PSOE en el atentado, el PP también estaría metido de lleno en la conspiración: un concejal popular de un Ayuntamiento valenciano es el abogado defensor de Bensmail, y lo fue también, en su día, de Lamari.
En cualquier caso, corresponde a la policía, al fiscal y al juez de instrucción la tarea de investigar éstos y otros cabos aún sueltos del atentado, así como determinar las responsabilidades penales correspondientes. No le falta razón, en cambio, al portavoz Zaplana cuando lamenta que la comisión no haya iluminado suficientemente algunas zonas oscuras relacionadas con las responsabilidades políticas del atentado. En efecto, la rendición de cuentas exigible al Gobierno del PP no debe limitarse a sus culpas por haber "bajado la guardia" (Aznar dixit) y a su descarada manipulación informativa del atentado para ganar las elecciones. La autoinmolación el 3 de abril en un piso de Leganés de siete terroristas proyecta una luz retrospectiva sobre el principal argumento esgrimido en su día por el PP para descartar la autoría islamista y acusar a la Cadena SER de mentir al respecto: esto es, la inexistencia de suicidas entre los cadáveres examinados por los forenses. Ciertamente, los terroristas dejaron las letales bolsas en los trenes de la muerte y se dieron luego a la fuga. Sin embargo, tres semanas después siete de ellos optaron por un suicidio colectivo que podía haber provocado muchas otras muertes si la policía no hubiese desalojado antes al vecindario.
Las malas teorías (la tesis aznariana de que "todos los terroristas son iguales y deben ser tratados del mismo modo") y los juicios equivocados (sostener contra toda evidencia que la autoría del 11-M correspondía a ETA) pueden tener consecuencias catastróficas. La imprudente convocatoria de la manifestación del 12-M bajo un lema decidido sólo por Aznar fue una temeridad irresponsable. Porque los potenciales suicidas islamistas que andaban por Madrid cargados de dinamita podrían haber elegido ese día como escenario para su martirio las calles y plazas de la capital repletas de manifestantes.
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